Podía oírse una voz a lo lejos, pero era tan tenue como un gemido. Nadie podía escucharla, porque sus oídos se habían cerrado a las influencias externas. Todos parecían, de alguna manera, haberse olvidado de la existencia de los demás. Cada uno vivía en su mundo, en un mundo que era compartido, pero todos encerrados en sí mismos. Eran burbujas de una misma fuente de agua pero, cuando llegaban a la superficie, se separaban las unas de las otras, sabiéndose iguales, pero sin intención de agruparse. Sólo se agrupaban debido a fines puramente instrumentales. Otros, los más osados, valientes o tímidos, se auto-distanciaban del resto en un mar de confusión que aunque nadie entendía, todos intentaban explicar. Definitivamente, ellos eran criaturas sumamente extrañas, extravagantes y egocéntricas. Sabían sus errores, pero jamás los reconocerían. Al contrario, se enorgullecían de ellos con tal de disimular su pudor, un pudor que todos tenían pero sólo algunos sabían demostrar de manera directa.
Sus vidas se habían vuelto infiernos andantes: a donde fueran los seguían las desgracias. Tenían vendas tan bien atadas, que sus ojos no podían ver con certeza donde pisaban por lo que, cuando menos se daban cuenta, sus problemas se habían agravado, se habían entrometido en situaciones muy distintas a las de sus planes originales. Sin embargo nunca reconocerían sus malinterpretaciones y volverían a cometer sus faltas una y otra vez, ¡total! la frecuencia hace al hábito y el hábito a la costumbre y a la naturalidad. Sus faltas se convertirían de una u otra manera, en parte de sus vidas. Unas vidas que ya todos sentían normales aunque no lo fueran. Unas vidas que nadie se atrevía a contradecir, pues nadie era mucho mejor que el otro. Sus palabras eran un eco las unas de las otras. Todos decían lo mismo. Y al que se atrevía a pensar distinto, lo relegaban por molesto, irracional o estructurado. Las estructuras no existían y creo que nadie esperaba que existieran pues no eran necesarias. Ya todo era un lindo caos, dramáticamente extremo.
Los ojos de todos se tornaron rojizos, cuando uno anunció haber percibido una vocecilla de ayuda. La persona en cuestión parecía hallarse en problemas. Los demás decían no oírla. Estaban demasiado sordos. Cualquiera de ellos podría haberla escuchado. ¿Por qué no era así? Los ojos del muchacho manifestaron su desazón al darse cuenta de que nadie le prestaba atención. El gritaba a todos que lo ayudasen a buscar a esa persona, pero todos se negaban. Entonces, él mismo se dirigió hacia el lugar de donde provenía la voz. Ésta cada vez gemía más muerte, con tal fuerza que parecía un trueno junto a su rostro.
Finalmente llegó hasta el lugar. Era un lago, no muy grande, pero si un tanto profundo. Sus ojos se asombraron cuando descubrieron una figura masculina en una esquina. La figura miraba hacia el suelo. No emitía ningún sonido, así que se preguntó si realmente él era la persona que buscaba. La figura levantó su rostro. ¡Tenía sus mismos ojos, su misma nariz, su mismo rostro! El joven se arrojó al suelo gimiendo y se dio cuenta que aquel sonido provenía de su propia alma.
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