AGRIDULCE

Sonaban estrepitosamente las campanas de la iglesia, anunciando la siguiente Misa. Eleonora se acomodó la pollera y tomó del brazo de su madre. Como cada domingo, la familia Zavaleta concurría a la celebración religiosa de la mañana. No había pretexto alguno para faltar. Eleonora, junto a sus padres y su hermano, ingresaron al templo. Una sensación de quietud invadió el ambiente y la chica, tal como lo hacía siempre, se arrodilló a la entrada y miró hacia arriba para contemplar las pinturas del cielo raso. Su favorita era una que representaba a la Santísima Trinidad, rodeada de ángeles. La escena le parecía tan mística y familiar que cada día que la observaba, le agradaba aún más. Le encantaba cómo hacían juego las baldosas color terracota con las paredes de un matiz camel. En fin, aquella Iglesia le parecía muy bonita, espléndida, porque a todo esto se sumaba el fervor cristiano que sentía, pues no había cosa más placentera para ella, que asistir cada domingo a aquel edificio, que no solo era una obra de arte, sino que era algo mucho más grande: la Casa del Señor.
Aquel día estaba un tanto fresco –cosa muy extraña por aquellos pagos-. El sol estaba escondido y la lluvia caía sin cesar, anegando las calles de toda la ciudad. Un muchacho, de apariencia desaliñada pero atractiva, buscó cobijo en aquel lugar. Sus zapatillas estaban enlodadas y sus ropas chorreaban grandes gotas de agua, al igual que su cabello. Se adentró con la cabeza en alto, como si nadie más en el mundo existiera, y su rostro adquirió una terrible expresión de soberbia y autosuficiencia.
Por otra parte, Eleonora se detuvo un momento para acomodar el taco de una de sus sandalias. Maldecía la hora en que había decidido ponerse aquel calzado, sabiendo que llovía a cantaros. Pero aquel era su estilo: clásico y formal. No le agradaba vestirse con jeans y zapatillas como las otras chicas, sino verse pulcra y femenina, como si esperase encontrar algún joven que la mirase como una chica y no como un ente extra planetario. Sus compañeras ya le habían dicho que si seguía con ese comportamiento reservado y temeroso, ningún muchacho se le acercaría con mayores intenciones que las de ser su amigo. Pero ella no podía engañarse, porque sabía que aunque lo intentara, siempre había algo más fuerte que ella que le hacía retroceder y volver a su posición original, y nunca podía dar el “zarpazo” hacia el mundo real. Estaba aún poniendo correctamente el taco en su lugar cuando tropezó y golpeó al joven desgarbado, que estaba apoyado contra una columna, cayendo inevitablemente hacia el suelo, hasta que los brazos de él la tomaron con fuerza en el aire.
-Disculpa,- susurró Eleonora con las mejillas arreboladas.-Es que tuve un percance con…
-No tienes que explicarme.- dijo él, severamente.
-Y muchas gracias, digo, por sostenerme.
.No fue nada.- contestó él con el mismo tono.
Cuando se repuso, Eleonora bajó la cabeza y alcanzó a sus parientes que encontraban a cinco metros de distancia.
-¿Qué sucedió, Eli?
-No, nada, mamá. Tuve un accidente con el taco de una de las sandalias.
-Ya me imagino, y eso que te había dicho que no las usaras los días de lluvia, porque son resbalosas.
-Ya sé, pero es que son muy bonitas.
-Bonito te va a ir la próxima vez que te caigas. Gracias a Dios que ese muchacho te agarró, porque ibas directo al suelo.
-Si, mamá, gracias a Dios que fue así.- dijo la chica, recordando el rostro del muchacho.
Por su parte, el jovencito vagó por la iglesia hasta que se dio comienzo a la Misa, y se vio obligado a ubicarse en un lugar determinado. Se aproximó al banco más cercano y escuchó la Liturgia, sin prestar demasiada atención al sacerdote. Grande fue su sorpresa, cuando se percató de que adelante suyo estaba la chiquilla irresponsable que había salvado de una segura caída hace unos momentos, acompañada de su familia.
“Pensar que gracias a mí está vivita y coleando” se dijo con orgullo. La celebración transcurrió normalmente hasta el momento de dar la paz en el que., necesariamente, Eleonora tuvo que voltearse y descubrió a su salvador. Le dio la mano, agachando su cabeza y encogiéndose de hombros, en señal de humildad y vergüenza. Él aceptó sus saludos, mirándola con desprecio, que ella supo interpretar.
Eleonora sintió una desagradable sensación en su interior y se mareó. Pero su padre la tomó impulsivamente y no llegó a desmayarse.
-Hija, ¿estás bien?
-Si, pá. Sólo que me siento descompuesta.
-Seguramente son los panqueques de anoche. Te dije que no comieras tanto.
-Es que me moría de hambre.
-Mal hecho, eso te pasa por no merendar.
Eleonora conocía muy bien los discursos de sus padres y, aunque sabía que su cena de la noche anterior no había sido la más liviana, estaba segura que su malestar se debía a la presencia de aquel muchacho del que no sabía ni el nombre.
La joven tomó la Comunión y observó que, desde un rincón, el chico la miraba sin perderla de vista. Ella se incomodó y trató de evitar pensar que él podría sentir algo por ella. Cuando regresó a su asiento, él ya se había marchado. Es que ya había dejado de llover y era hora de regresar a su casa, luego de haber trasnochado con sus amigos en el boliche. El efecto del alcohol ya había pasado y sólo quedaban en su brazo las cicatrices de una riña que había mantenido con un muchacho por una chica.
Pero ya no debía pensar en aquello. Había muchísimas chicas en la ciudad que querrían estar con él. Eso de ser popular le estaba gustando. Tenía un sinfín de amigos y de admiradoras. De alguno de ellos no sabía ni el nombre, pero eso no importaba. Todos ellos lo reconocían y lo saludaban eufóricamente. Era mucho más conocido que su primo deportista, que se había “pelado” diez años de entreno en natación para ser célebre, cuando él en dos y sin esfuerzo, había logrado mucho más que eso. Algunos de sus amigos habían incursionado en el modelaje para hacerse famosos, y él, sólo con su “pinta”, había conseguido mucho más que eso. No había adolescente en su provincia que no lo conociera, al menos por su nombre, y en internet, todas las páginas de moda contaban con alguna foto suya, por no decir varias.
Pero a pesar de todo lo que era para los demás, a veces no estaba contento consigo mismo, si bien se mostrase seguro frente a ellos. Las fiestas lo divertían y las apuestas lo emocionaban. Es más, solía ser siempre el ganador, porque pensaba con una rapidez increíble, que muy pocos podían superar. Sin embargo, no era un buen perdedor. Ya que muy pocas veces le tocaba estar del lado de los vencidos, cada derrota le significaba un infierno. Como la de aquel día, en que estaba seguro que se ganaría el corazón de la novia de un conocido que le gustaba, y se trabó en una pelea en la que resultó perjudicado. Su furia fue inmensa, pero mayor fue su descontento al saber cuál era su “prenda”. Según él, la peor. Pero bueno, muchas cosas desagradables le habían pasado a lo largo de su corta vida y esta sería otra más entre tantas.
Su casa no quedaba muy lejos de la Iglesia. Hace dos semanas que se había mudado y no conocía mucho a sus vecinos, puesto que no eran de su edad, sino mucho más maduros. Antes de volver a su casa, paró en un kiosco y compró caramelos, para impedir que su madre sintiera el olor a alcohol que despedía su boca. A la salida, encontró a un conocido y se pusieron a conversar. En eso llegó Eleonora, que se había apartado de sus parientes para ir a comprarse un chocolate, mientras ellos la esperaban en un bar cercano. El chico la miró de reojo y ella obvió su mirada. Cuando salió del negocio, luego de hacer su compra, él aún estaba charlando con el otro muchacho, con un aire tan natural y despreocupado que la sorprendió. Ella bajó la vista, pero él la tomó de la muñeca y le dijo:
-Hoy ya nos hemos visto tres veces, al menos debería saber tu nombre.
-Soy Eleonora.- contestó ella, sin mirarlo.
-Bueno, Eli ¿Qué te parece si mañana nos vemos en la plaza del centro a las siete?
-No creo, mis padres no me dejan entrevistarme con desconocidos.
-Yo no soy un desconocido. Mi nombre es Javier y desde ahora considérame un amigo. Además, no creo ser mucho más grande que vos. Tengo 18 ¿Vos?
-17. Pero… no sé. No te aseguró si podré ir.
-¿Por qué?- preguntó él, acercándose a ella- ¿Me tienes miedo?
-No, pero…
-Sin peros. Te veo mañana a las siete en la parte de la fuente. No me falles.- y le soltó la muñeca.
Eleonora se marchó sin volver a mirarle y, si bien dentro de ella algo explotaba de felicidad, no podía dejar de sentir que aquel chico significaba cierto peligro para sí misma.
Cuando llegó a la confitería, no les dijo nada a sus papás del encuentro, pero estuvo ausente durante el diálogo, algo insólito en ella.
Javier volvió a su casa, saludó a su madre y se acostó a dormir. Tuvo una pesadilla, pero cuando se despertó, jadeando, no logró recordarla. Se levantó a eso de las siete de la tarde y se puso a ver la “tele”. Su hermano menor, Jeremías, estudiaba en la mesa de la cocina.
-¿No tienes que hacer deberes, Javier?- preguntó el niño.
-No. Eso es para nenes. Yo estoy en el último año.
-Llamó tu novia.
-¿Qué novia?
-Belén.
-Ah, ella. No es mi novia. Somos sólo amigos.
-Bueno, como sea que diga ahora, tu “amiga” dijo que mañana a la tarde se juntan dónde siempre a las ocho.
-Ah, gracias, petiso. Te debo una.-
Jeremías hizo una mueca de disgusto, por el adjetivo que había empleado su hermano, y volvió haciendo sus tareas. En cambio Javier, se levantó, fue al “cyber” y estuvo allí más de dos horas jugando a “asesinar delincuentes”, hasta que el dinero que había llevado se le acabó.
Eleonora pensaba que haría al otro día, porque le parecía que ya era hora de conseguirse un novio, pero no sabía si aquella era la manera correcta. Se tendió en su cama y pensó durante un largo rato, hasta que recordó que debía estudiar para el otro día y, tomando su carpeta, se abocó a Geografía. Por ratos le venía a la mente la proposición de Javier. Así que, tomó la decisión de animarse, para bien o para mal, a jugárselas por sus sentimientos.
La mañana fue muy larga, para una muchacha que se moría de la ansiedad y temor por asistir a su primera “cita”. No sabía cómo haría para eludir a sus padres, pero estaba convencida que algo se le ocurriría en la marcha.
Javier, al contrario, no recordó la invitación que había hecho a Eleonora, hasta que Belén se le acercó en el último recreo para asegurarse que haría a la tarde.
-¿A las ocho?- interrogó él.
-Si, Javier, a las ocho. No me digas que tanto escuchar música con el MP3 te volvió sordo.
-No, perdona, Bele. Resulta que hoy tengo otro compromiso.
-Ah, ¿si? ¿Y con quién?
-No, unas cosas de mis viejos. Unos amigos que no ven hace tiempo. Pero te aseguro que hoy voy a estar. No me puedo perder el cumple de mi mejor amiga.
-¡Ay, gracias! Entonces irás.
-Si, te prometo que a las ocho estoy ahí.
-Bueno Javu, sos un divino. Nos vemos a las ocho.
-Si, linda. A esa hora nos vemos.-
Javier se quedó absortó en sus pensamientos por unos instantes -cosa que no hacía jamás-, porque no sabía qué haría. Había prometido a Belén que iría a festejar su cumple, pero antes había hablado con Eleonora para que se vieran una hora antes. Lo único que podía hacer era estar menos de una hora con aquella “despreciable criatura”, para no fallarle a su mejor amiga.
Cuándo llegó a su casa, Eleonora dejó rápidamente la mochila en un asiento, saludó a sus padres, se lavó las manos y se sentó a la mesa. En menos de cinco minutos, el plato de guiso estuvo enfrente de ella. Comió con voracidad y se sirvió una manzana de postre. Su hermanito, Darío, la observaba y se reía. Pero Eleonora no le prestaba atención y, en diez minutos, había acabado su almuerzo.
-Me voy a acostar un rato.- dijo ella levantándose de la silla.
-Bueno, vete. Pero no duermas mucho. Mira que después andas con insomnio a la noche.
-Ya sé, má.-
Su siesta duró una hora y media, y cuando despertó estaba perdida, sin saber qué hora era. Lo verificó con reloj despertador.
“Ah, recién las cuatro de la tarde” pensó. “Mejor me pondré a hacer las tareas del cole”.
Cerca de las seis, se puso a “hurgar” su ropero, para ver si encontraba alguna ropa que le quedara bien. Tenía una pollera color crema que sólo había usado una vez para que no se estropeara. La planchó y escogió una remera que le combinará. Se bañó y cambió, y estuvo lista a las siete menos cuarto. Ahora tendría que inventar alguna excusa para irse de la casa.
-Mamá.
-Si, Eleonora.
.Tengo que ir al centro a comprar unas cosas para el cole.
-Bueno, ¿Cuánto necesitas?
-Y… unos diez pesos.-
Su madre le dio el dinero y ella, dándole un beso se despidió. Tomó el colectivo y en veinte minutos estuvo allí.

Javier había estado en la “compu” cuatro horas. Luego recordó su cita con la “chica de ayer” y se bañó, se perfumó y salió a la hora que debía presentarse allá. Tenía la “curiosidad” de ver que tan encantador era, pero no le importaba llegar tarde. Por eso, cuando Eleonora arribó a la plaza, aún él no había llegado.
“¡Ay! ¡Eso me pasa por llegar cinco minutos tarde! ¿Se habrá ido?” pensó ella “¿O cuando dijo plaza no se refería a esta, sino a otra? ¡Pero si esta es la más importante del centro! No creo que se haya referido a otra”.
-Hola, Eleonora.- dijo él cuando llegó, sorprendiéndola por la espalda y poniendo su mano en el hombro de ella.
-Hola.- susurró ella. –Pensaba que te habías ido ya, cuando no te encontré aquí.
-¿Pensabas qué te dejaría plantada? ¡No!, yo nunca te haría algo así.
-Bueno, gracias.
-¿Cuánto tiempo te dejaron tus padres estar conmigo?
-Ellos no saben nada.- confesó ella, con un sentimiento de culpa.
-Entonces les mentiste.
-Pues…
-Bueno, hiciste eso por mí.
-Hice eso para demostrar que ya no soy una nena.
-¡Así se habla, Eleonora!
-Gracias.
-Bueno, ¿qué quieres hacer?
-No sé, lo que quieras. Tengo bastante tiempo libre. No sé si quieres tomar un helado o algo.
-Bueno, vamos a la heladería de aquí al frente.
-¿Puedes ir vos solo? Yo te espero aquí.
-¿Por qué?
-Alguien podría reconocerme.
-¡Qué tímida sos!
-Si, es cierto. Eso es algo que detesto mucho.
-No, no tienes porque detestar ser así. Mira, toma mi mano y vamos juntos. Piensa que nadie más existe. No tienes por qué sentir vergüenza estando conmigo. Haces así ¿quieres?
-No sé. Esto me resulta muy…
-Te entiendo, pero si nunca te animas, nunca vas a vencer tus miedos.
-Bueno, te prometo que la próxima vez me animo, pero hoy no ¿si?
-Está bien. Espérame, no te quieras escapar. ¿Cómo quieres el helado?
-Como quieras, pero que sea de frutilla y chocolate. Toma el dinero.
-No, yo pago.
-Pero…
-Pero nada. Hoy invito yo.-
Javier se fue a la heladería y esperó pacientemente su turno. Por un momento pensó en fugarse. No tenía motivos para estar “tragándose” dos horas en compañía de una persona tan aburrida. Podía dejarla sola y eso no arruinaría su reputación. Sabía que cualquier tontería que le hiciera a una chica así, estaría perdonada. Unos cuchicheos lo volvieron a la realidad. Era un grupo de chicas, vestidas casi iguales, con musculosas largas, chupines y “chatitas”, que las hacían ver más delgadas de lo que eran.
-Hola, Javu.- dijo una de ellas, rozando su mejilla derecha con sus labios.
-Hola.
-Te presento a mis amigas: la Chechu, la Luci, la Bren y la Mari.-
Todas lo saludaron con sonoros besos en misma mejilla, la cual quedó colorada, y él se quedó desorbitado, porque ni siquiera recordaba conocer a esa chica que lo había saludado al principio.
-Javu, ¿Ya estás en tercero?
-Si, este año nos recibimos.
-¿Ya saben dónde hacen la fiesta?
-En eso estamos.
-Bueno, decime así vaya. ¿Tienes mi cel?
-¿Tu cel? Creo que no. Haber, decímelo.
-¡Ay! Mejor te hago sonar tu teléfono, porque ni yo me acuerdo el número.
-Bueno, como quieras.-
La chica llamó al celular de Javier y cuando éste le aseguró que aparecía el número de ella en la pantalla de su celular, ella cortó la comunicación.
-Bueno, Javi. Guárdalo bien a mi número. No te vayas a olvidar de avisarme ¿no?
-Por supuesto que no.- el archivó el número como “la chica de la heladería”, porque le parecía desubicado preguntarle cuál era su nombre. Ella parecía conocerlo tanto y él ni la registraba.
-¿Estás solo?
-No, en realidad estoy con unos amigos que me están esperando fuera.
-Ah, sino venías con nosotras.
-Seguro. La próxima nos vemos.
-Bueno, que andes bien. Cuídate.-
Las cinco chicas le dieron nuevamente besos, pero esta vez en su mejilla izquierda, y se fueron sin dejar de mirarlo hasta que perdieron de vista, por la puerta de salida.
“Al fin sólo” pensó él, justo cuando se acercaron a saludarlo unos chicos con el aspecto de haber salido de un entreno de rugby. Luego, lo saludaron tres chicas que parecían clonadas (que el supuso que eran las trillizas Ausar); unos tipos que no eran ni hippies, ni darks, ni rollingas, pero que se vestían con unas remeras con el símbolo de la paz, pantalones negros y tenían sus flequillos cortados a la mitad de la frente; y una pareja de novios que, por sus rostros, se veía que ninguno de los dos tenía ni catorce años.
Cuando se desocupó de ahí, no veía la hora de estar junto a Eleonora, porque le parecía que no podría deshacerse nunca de los “conocidos” que, con cada paso que él daba, parecía que lo perseguían a todos lados. Tanta era su desesperación, que no volvió a pasar por su mente lo de dejar abandonada a Eleonora, porque le parecía mejor estar con ella que no poder respirar sin que alguien lo estuviera llamando para saludarle.
Eleonora, por su parte, estaba sentada en un banco de la plaza, pensando seriamente en qué decirle a Javier cuando regresara, porque creía, no, mejor dicho, estaba totalmente segura, que lo suyo no podría funcionar jamás, ya que él era distinto a ella, que ella tenía miedo de que sus padres la descubrieran, de que todo el mundo se enterase de ello. En fin, se le pasaron un montón de cosas por la cabeza en esos momentos. Pero todas esas ideas se desvanecieron al ver a Javier con dos canastitas de helado en la mano. Y entonces, pensó que tal vez no tendría por qué decirle esas cosas, ya que ni sabía cuáles eran las intenciones de él hacia ella. Quizá quería ser su amigo, porque le había parecido una buena persona. Capaz que quería acercarse a la Iglesia, y ella le parecía el nexo más apropiado. O acaso estaba en sus planes que ella le presentase a alguna amiga suya que a él le gustaba, pero que a ella no se le imaginaba quién podría ser. Sin embargo, todas estas posibles razones le resultaban triviales para su corazón, el que no deseaba que las cosas fueran así.
-Perdón por la demora. Es que es imposible tardar menos de veinte minutos en esa heladería.
-Me imagino. Debe ser muy rico el helado.
-Bueno, ya que estamos, dime a qué colegio vas, cuál es tu apellido, no sé, lo que quieras.- indicó el muchacho, mientras distribuía los helados y ambos empezaban a comer.
-Esteee, voy al Colegio Santa Rita de Cascia, a tercer año. Mi apellido es Silvetti. Y bueno, vivo con mi familia, que vos la conociste ayer.
-Si, linda familia.- suspiró él. –Yo sólo vivo con mi madre y mi hermano, porque mis padres están separados. Voy al Colegio San Pantaleón y también estoy en tercero. Ah, y mi apellido es Infante.
-¿Javier Infante?
-Si.
-¿Entonces vos sos…?
-Si, soy yo.
-Pues no te conocía. Siempre había oído de vos, pero nada más. ¡Qué sorpresa conocernos así!
-Si, ¡qué sorpresa!- dijo él, sonriendo apenas.
-Cuando les diga a mis amigas que te conocía, no me creerán.
-No, por favor no se lo digas a nadie.
-Está bien, pero ¿pasa algo?
-Es que tus padres podrían enterarse.
-Si, es cierto. Pero…, bueno, lo mantendré en secreto, total…
-Total ¿qué?
-No, nada.
-¿Total sólo somos amigos?- dijo él, adivinando los pensamientos de Eleonora, mientras se aproximaba a ella.
-Yo…
-No tienes que explicármelo.
-Yo digo- dijo ella cambiando el tema de conversación, y alejándose de él.- que sería muy buena idea si me voy yendo a casa.
-Pero recién llegamos. ¿Es qué te aburro?
-No, pero se me va a hacer tarde.
-Quédate, por favor. Aún no hablamos nada.
-Bueno, por un rato más.- aseguró ella viendo su reloj de pulsera y corroborando que era la ocho menos cuarto de la noche.
Javier se sorprendió profundamente como reaccionó cuándo ella le dijo que se iría, si esa chica no era más importante para él que todo el resto. Podía haberla dejado marcharse, pero no lo hizo. No le parecía precisamente entretenida la conversación que estaban teniendo, pero no quería cortarla así nomás.
Los dos jóvenes estuvieron charlando un buen rato sobre temas en general, y Javier no se sintió incómodo. Es más, le pareció interesante conocer opiniones diferentes a la suya. Eleonora, sintió que debajo de esa careta de chico “cheto” había un muchachito inteligente, que no solo pensaba en superficialidades, sino que tenía el cerebro para algo más que para lucir una gorra de Nike.
Cuándo Eleonora miró nuevamente su reloj, ya había transcurrido un hora y media.
-¡Uy! Ya son las nueve y cuarto de la noche. Me tengo que ir, mañana hay clases y todavía no preparé los útiles.
-¿Ya son las nueve y cuarto?- cuestionó él, pasmado, porque de repente recordó el cumpleaños de Belén. Le parecía absurdo, pero no quería apartarse de Eleonora. -Espera. Vamos a dar un paseo. No creo que te reten porque llegues a las diez.
-No, pero que el paseo sea solo por quince minutos.
-Como desee, señorita.-
Anduvieron caminando sin decirse una palabra. Los dos pensaban seriamente en el asunto. A Eleonora le parecía radicalmente imposible que Javier Infante se fijara en ella, así fuera para que sólo fuera su amiga. Y él aún no comprendía cómo había dejado de lado el encuentro con sus amigos, por estar con una chica que estaba muy lejos de su círculo social. De pronto recordó el por qué de la invitación y sintió que el remordimiento le carcomía por dentro. Justo en es momento, Eleonora dijo:
-Javier, ya es hora. Me voy yendo. Ojalá andes bien.
-Espera, no me diste tu número de cel, ni yo te di el mío.
-Ah, bueno, espérame que ya busco mi teléfono en la cartera.-
Intercambiaron sus números de móviles y nuevamente ella se despidió de él.
-Espera.- volvió a decirle él. –No me diste un beso.-
Ella se aproximó y le dio un beso en la mejilla.
-No me refería a eso.- y tomando su rostro, la besó en los labios.
Eleonora quedó estupefacta, sin poder pronunciar palabra alguna.
-Nos vemos, mañana.
-Bueno.- dijo ella, marchándose.
Javier se quedó un rato pensando en la manera en que había actuado, temiendo que la chica se hubiera enamorado de él, pero luego se dio cuenta de que aquel tonto impulso era lo mejor que podía hacer para que ella se sintiera como en el cielo. Se volvió a su casa, olvidándose por completo de Belén y su reunión.
-Eli, ¿cómo te fue?
-Bien, má.
-¿Qué pasó con las cosas del colegio? ¿No las compraste?
-No, má. Es que no conseguí lo que buscaba.
-¿Qué andabas buscando?
-Eh, lapicera plateada para hacer las letras del afiche que pondremos en el acto del egreso.- mintió Eleonora.
-¡Qué raro que no encontraras! Pero decime, ¿ya están preparando las cosas para el acto? ¡Qué previsores! ¡Aún faltan tres meses!
-¡Si, mamá! ¡Pero Septiembre pasa volando! ¡Con tantas estudiantinas no hay tiempo de hacer nada! Y en Octubre y Noviembre tenemos que ir viendo la ropa para la fiesta y esas cosas.
-Si, ya sé. Sólo espero que no se arruinen los afiches hasta Diciembre.
-No creo. En la escuela son muy cuidadosos.
Al otro día, Javier tuvo que vérselas en el colegio con Belén,que estaba muy disgustada porque él no había ido a tomar unos helados con ella y sus amigos.
-Perdóname, Bele. Es que mis viejos me obligaron a quedarme con ellos y sus camaradas. Fue aburridísimo, pero tuve que aguantármelas.
-Si, ya me imagino.- dijo ella, como si supiera que él no decía la verdad. -¿Pero irás a mi fiesta, el sábado?- inquirió, cambiando el tono de su voz.
-¡Claro! Espero que esta vez no me salgan con que viene mi tía Clara.
-Espero que no.- expresó Belén, pensando “¡Qué mentiroso es! Sus padres están separados, ¡nunca se juntarían para encontrarse con unos amigos! No sé cómo no lo pensé ayer. Javier ya sabía que no iba a ir. Pero no esperaba eso de él. De cualquiera menos de él.”
Mientras tanto, el semblante de Eleonora rebosaba de alegría cuando fue al colegio. Sus amigas la notaban muy risueña y la cargaban con aquel chico que le gustaba hace tres años, pero que ella siempre negaba sentir algo por él. Ahora podría ser sincera respecto a aquel muchacho, que sólo era un lindo recuerdo, porque ahora quería a Javier.
A la tarde, Eleonora recibió un mensaje de texto de parte de Javier. Él le decía que se encontraran en la plaza a la misma hora que el día anterior. Ella asistió sin hacer objeción previa.
-Veo que esta vez no dudaste.- le dijo él.
-No. Pero tuve que mentirle a mi mamá que salí a correr.
-Entonces todos los días vendrás de equipo de gimnasia.
-¿Por qué?
-Porque pretendo que nos veamos siempre.
-¿Siempre? Pero nosotros vamos al colegio. ¿Qué haremos cuándo tengamos prueba?
-No me digas que te importa estudiar. Estás en el último año. No puedes repetir.
-Soy abanderada.
-Ah, seguramente lo olvidé.
-No, no te lo dije ayer. A lo que voy es que “como se llame esto” no podrá seguir por más tiempo.
-¿Por qué? Ah, si es porque no te lo pedí bien, bueno, pues ahora lo hago. ¿Quieres ser mi novia?
-Si, quiero. Pero no me refería a eso. Quiero decir que si es así, eso de vernos siempre, me irá re mal en el colegio, y no sé, no da.
-Está bien. Te digo que a mi no me importa ser el peor alumno del curso. Prefiero estar con vos antes que cualquier cosa.
-Bueno, tienes razón. A nadie le va a importar mis notas en el futuro. Entonces, nos veremos siempre, dónde siempre.
-A no ser que tengamos que hacer algo en especial, que suceda alguna urgencia.
-En un caso así, nos avisamos.
-De acuerdo.- y estrechándola en sus brazos, la besó.

La relación de Eleonora y Javier era casi rutinaria, pero no por eso dejaba de ser agradable. Cada día descubrían algo nuevo en el otro, y se sorprendían con algún comentario ocurrente. Las amigas de Eleonora no sabían nada acerca de este romance, como tampoco los amigos de Javier. Él esperaba el momento oportuno para comentarles a sus camaradas del noviazgo y para decirle la verdad a Eleonora, pero nunca lo encontraba. Cada vez se sentía más cercano a ella, y más lejos de ellos, porque había dejado de frecuentarlos, y sólo los veía antes de encontrarse con ella. Paralelamente, Eleonora engañaba a sus padres, diciéndoles que salía correr todos los días, y aunque su madre nunca la había visto volver cansada o sudando, confiaba demasiado en ella para suponer que su hija tenía un “affair” con el chico más popular de la provincia. Sus notas habían bajado un poco, pero no le importaba demasiado eso, puesto que estaba segura de que besar los labios de Javier, era mucho mejor que pasarse horas estudiando para un examen.

Estaban por cumplir un mes. Eleonora preparó con anticipación de una semana una carta y le compró un llavero muy lindo, de su cuadro de fútbol favorito. Él, que nunca antes se había preocupado por hacer regalos a una chica, le compró un osito blanco con un moño rosa, pero no le escribió nada, por temor a involucrarse en algo que él sabía era pasajero. El día anterior al aniversario era el Día del Estudiante.
En la estudiantina, decidieron ir por rumbos separados, cada uno con sus amigos. Así evitarían “suposiciones” de cualquier tipo. No obstante, ellos sabían que se encontrarían en el boliche, por lo que al verse, hicieron como si no se conocieran. Es más, se habían puesto de acuerdo para que el invitase a bailar a otras chicas y ella aceptase las invitaciones de baile de otros chicos. A pesar del trato, Eleonora no pudo dejar de sentirse celosa, cuando él sacó a bailar a una de sus amigas que, entusiasmada, aceptó el ofrecimiento.
-¡No puedo creerlo!- chilló ella, apenas volvió con sus amigas luego de haber bailado con Javier.- ¡Javier Infante me sacó a bailar! ¡No se imaginan lo contenta que estoy! ¡Jamás imaginé un momento así! ¡Lo que daría porque él fuera mi novio!
-¡Yo también!- se rieron las otras.
Eleonora permaneció en silencio, porque ella sabía lo que era ser su novia, que él la abrazara y la besará. Pero no podía decir todo eso. Debía guardarse su secreto y su vanagloria sin poder proclamar la verdad a los cuatro viento: uno, porque no se animaría; dos, porque se lo había prometido a él; y tres, porque sus padres podían llegar a enterarse.
Cuando un muchacho invitó a bailar a Eleonora, él buscó la mirada de Javier para contar con su aprobación, pero no la halló. Se preocupó pensando que podría haberle pasado algo, pero su amiga le guiñó el ojo, como señal de que aceptara.
-Está bien, pero sólo un momento.-
Bailó son el chico una canción y luego se fue a buscar a Javier, con la excusa de que iba al baño. El embotellamiento le molestaba y aquel día no era precisamente la excepción. Se preguntaba que podía estar haciendo lejos de ella. Rompería el trato por el bien de él, porque si algo malo le pasaba, ella se moriría de la angustia.
Lo encontró en la barra junto a otros chicos. Todos tomaban “energizante” mezclado con cerveza. Eleonora pudo observar a lo lejos que el aspecto de Javier no era el más alentador. Se acercó a él para ver si podía ayudarlo.
-Javier ¿qué haces?
-¿Yo? Nada.- le contestó el, en un estado de completa ebriedad.
-Vamos, no puedes estar así.
-¿Vos quién sos?- le preguntó uno de los chicos.
-¿Quién más va a ser que la chica que nos contó, Javi? Nena, es hora de que sepas la verdad.
-¿Qué verdad?- indagó ella.
-¡Vamos, dile, Javi!- lo alentó otro de sus amigos.
-Ah, Eleonora, salí contigo por una apuesta.
-¿Qué estás diciendo, Javier?
-Que “lo nuestro” fue para cumplir una “prenda”, que decía que debía salir con una chica “nerd”.
-¡Y se te ocurrió que podía ser yo! ¡Adiós Javier, ojala te quedes solo y nunca nadie más se fije en vos!-
Eleonora se fue llorando y, sin saludar a sus amigas, salió de la disco y se tomó el primer remiss que encontró. El chofer la miraba de reojo mientras conducía. Le parecía inapropiado preguntarle qué le sucedía, pero tampoco deseaba verla llorar.
Ella llegó a su casa, no contestó las preguntas de su madre y se fue directo a la habitación, cerró la puerta con llave y se tiró a la cama, dónde estuvo llorando sin escuchar las súplicas de sus padres de que les abriera y les contara que le había sucedido. Mientras estuvo en la habitación, recibió un mensaje en el celular de parte de sus amigas, que le preguntaban dónde estaba. Ella les agradeció su preocupación, les dijo que estaba en su casa y les pidió disculpas por haberse ido de improviso, porque no se sentía bien. Luego de una hora de llantos desalmados, se calmó y dejó pasar a sus papás a la habitación. Como si fuera cierto, les comentó con una voz que no parecía estar fingiendo, que no había podido entrar al boliche, porque se veía muy “nerd”.
-¡Pero si vos sos muy linda!- exclamó su madre.
-¡Vos sos hermosa, hija! Todo eso lo hicieron por molestarte. No tienes que creerles.- aseguró su padre.
Ella refirió ignorar sus comentarios, porque prefería ser indiferente a lo que le sucedía. Sus historias de doncellas y príncipes le parecían ridículas en ese momento. Se convenció de que jamás tendría que haber pasado “algo” entre ella y Javier, el chico más conocido, más lindo y más codiciado de la provincia. Estaba segura de que nunca debió fijarse en él, ni quererle, ni verlo con esos ojos de niña tímida, porque él se había aprovechado de eso y había jugado con sus sentimientos. También se arrepentía de no habérselo contado ni siquiera a su mejor amiga. Ella habría tenido un consejo para darle y seguramente no le habría ido tan mal. Pero ya era tarde. Todo lo que la rodeaba le resultaba apocalíptico y pensaba en faltar al otro día al colegio.
Por su parte, Javier, fue llevado por sus amigos a su casa, porque aún no le pasaba la embriaguez y le era imposible trasladarse solo. Su madre, al recibirlo en brazos, casi estalla en sollozos, porque nunca había visto a su hijo en aquel estado y le parecía que se moría delante de ella. Con la ayuda de los muchachos, lo metió en la ducha, dónde recuperó la razón.
-Me duele la cabeza.- se quejó.
-¿Cómo no te va a doler si te emborrachaste?- lo retó su mamá. -Gracias chicos por traerlo, ahora me encargo yo de castigarlo.-
Los chicos se despidieron y Javier quedó sólo con su madre.
-¿Qué te pasó, Javier?
-Ya sabes lo que me pasó.
-Lo que quiero decir es por qué lo hiciste. ¿Por qué te emborrachaste? No es la primera vez que tomas, porque a pesar de que comas esos caramelos de frutas, a mi no me engañas, niño. Ya tienes edad para tomar, no te lo voy a prohibir, pero al menos te pido que sepas controlarte con lo que consumes.
-Si, lo que pasa es que hoy tuve una “autodisputa”.
-¿Qué es eso de “autodisputa”?
-Eso significa que yo debía tomar una decisión importante, pero que en vez de hacer eso, me puse a tomar alcohol deliberadamente, como si de esa manera solucionara mi problema y no hice más que agravarlo. Porque cuando me di cuenta del error que había cometido, me hundí en la desesperación y comencé a beber irreflexivamente, sin pensar. Juro que fue así.
-Te creo, hijo. Pero dime, ¿qué era lo que tanto te atormentaba?-
Javier no tuvo más remedio que contarle a su mamá cómo habían sido las cosas. Qué había pasado el día que había conocido a Eleonora y por qué había decidido que ella fuera “su apuesta”. Su progenitora lo miraba sin poder entender las actitudes de su hijo para con ella chica que tanto cariño le había profesado.
-Hijo, hiciste muy mal. Esa chica estuvo contigo porque le importabas, y vos la trataste muy mal.
-Mamá, no sabía lo que decía. ¡Estaba borracho!
-No me refiero a cuándo le dijiste la verdad. Creo que ese fue el único momento dónde fuiste realmente sincero con ella, porque después… ¡Hijo, no te conozco! ¡Nunca hubiera pensado eso de vos!
-Lo lamento, má. Fue muy tonto de mi parte.
-Prométeme que mañana le pedirás perdón a esa chica.
-Mamá, ella me debe estar odiando.
-Es cierto, la hiciste sufrir mucho. Pero ella no puede dejar de quererte de un día para el otro. Hazme caso, Javi. Te va a perdonar.-
Javier se quedó pensativo y esa noche no pegó un ojo. Estuvo meditando sobre todo el daño que le había hecho a Eleonora y se preguntaba si realmente él merecía que ella lo perdonase. Se sentía el ser más infeliz del mundo, porque había arruinado todo el día antes de su primer mes. Dos lágrimas cayeron por sus mejillas. Nunca antes había llorado por una chica y se dio cuenta de que quizás esta vez sentía algo distinto que por cualquier otra. Que posiblemente todo lo que había dicho no era simulado, ni tampoco sus besos ni abrazos lo eran. Que a lo mejor, ella le daba otra oportunidad si le confesaba todos sus sentimientos, sin ocultar ninguno de ellos. La inquietud lo invadió y se imaginó cómo sería su vida sin ella. Le parecía improbable estar un día sin escuchar su voz, a la que tanto se había acostumbrado cuando ella le contaba sus anécdotas. Es que Eleonora había encontrado en Javier no sólo a un novio, sino también a un amigo, un confidente, un depósito de sus emociones. No sólo podía hablarle, sino también escucharlo y mirarlo sin temer. Ambos habían descubierto con cada diálogo que, por diferentes que podían ser los seres humanos, siempre había “algo” de parecido: que todos ellos tenían sentimientos. Eleonora se jactaba en contarle la historia del villano que se enamoraba, y Javier se identificó en ese momento con aquel personaje. Había sido un cruel villano, que se había burlado de una niña inocente que sabía muy poco sobre romances. Todo lo que ella conocía era de ficción y su experiencia personal era nula. Él había abusado de esa confianza que ella tenía hacía él y la había utilizado para bien personal, como si nada más en el mundo existiese que esa necia apuesta. En tanto, Eleonora lamentaba su desaire amoroso, porque sentía que todas sus expectativas se iban de sus manos; porque lo que sus compañeras le habían dicho le parecía tremendamente cierto, y porque sentía que se había enamorado en vano del chico más inescrupuloso que podía haber. La noche de Eleonora fue vacía: sin sueños, sin pesadillas. La de Javier también fue vacía, ya que su vigilia duró hasta las seis de la mañana del día siguiente.
-Javi, hora de despertarse hijo.- anunció su madre, zamarreando al chico.
-OK, má. No es necesario que me trates como si fuera Jere.
-A veces creo que sí. ¡Vamos, vístete rápido que yo te espero con el desayuno en el comedor!-
Javier se aseó y vistió. Estaba muy cansado, como si cada uno de sus miembros pesara una tonelada. Se peinó y fue dónde su madre le había indicado. Jeremías tomaba el café con leche con gran entusiasmo, mientras veía un programa de dibujos animados en televisión. En ese momento, Javier deseó ser su hermano, sonreír espontáneamente y que su mundo se circunscribiera a tareas simples, juegos, amigos y emisiones televisivas infantiles.
Eleonora tuvo que ir a la escuela, por insistencia de su madre. Ya había faltado un par de veces por razones de salud, y no era una buena excusa no asistir porque “la habían corrido del boliche”. La impotencia que sentía Eleonora al no poder decir la verdad, la tenía atada de pies y cabeza. Si decía algo al respecto de su relación con Javier, lo más probable era que obtuviera sendos sermones y escarmientos, que prefería evitar. Aún no había amanecido cuando dejó su casa y marchó a la escuela. El camino hacia la parada le pareció más largo y desolado de lo corriente. No se oía ni una voz a lo lejos y la brisita matinal, esa que es penetrante y que hace evocar dulces y amargos recuerdos, se colaba entre los pliegues de su ropa y de su corazón.
Como le quedaba cerca el colegio, Javier salió tarde de su casa y estuvo puntualmente en la institución. Como siempre, muchos chicos lo saludaron y por un instante olvidó lo que lo aturdía, y vivió esos minutos de popularidad como si fueran los últimos de su vida. Pero lo que duele siempre vuelve, por eso su satisfacción duró menos de lo que demora en derretirse un hielo al sol incandescente, y su conciencia sufrió un serio desequilibrio nervioso, dónde lo real y lo que era producto de su imaginación se fusionaban y sólo podía percibir una espantosa pesadumbre que invadía su pecho.
La mañana transcurrió prácticamente igual para los dos. Ninguno tenía mucha noción de lo que pasaba a su alrededor, pero si de lo que sucedía dentro suyo. Las palabras de los demás les rebotaban y volvían como respuestas silenciosas, llenas de gestos de amargura, que nadie podía dilucidar si no miraba más allá de sus corazones. Tanto para Eleonora como para Javier, el tiempo pasó lentamente, como si la arena del reloj cayera cada vez que una sonrisa invadía los labios de alguno de ellos, quienes no habían tenido razón alguna por la que alegrarse durante todo el día.
Apenas salió de clases, Javier se dirigió al colegio de Eleonora. Esperaba con todo su corazón que ella lo perdonase, pero sabía que no sería nada fácil. Sus pasos fueron ligeros y desesperados, como si cada minuto que pasaba significaba estar más cerca de una muerte segura.
Cuando Eleonora cruzó la puerta de salida, él la esperaba impaciente apoyado contra un árbol. Ella eludió su mirada, pero él se aproximó dónde estaba ella y su grupo de amigas.
-¡Ahí viene Javi Infante!- gritó una de ellas.
-Seguro que viene a hablar con vos, Dani, acuérdate que te sacó a bailar ayer. Mira si te dice para que sean novios.
-¡Ay, yo me muero! ¡Es divino! ¿Qué chica no querría estar con él?
-Yo.- dijo severamente Eleonora.
Todos se quedaron mirándola son asombro, pero más aún cuándo él se acercó a ella y la llamó por su nombre, con toda confianza.
-Eleonora, perdóname. Sé que he sido un tonto y que vos no te merecías lo que te hice, pero de verdad te digo que estoy arrepentido.
-Lo hubieras pensado antes, “chetito”. Ahora ya no quiero saber nada con vos. Jugaste con mis sentimientos y pretendes que te perdone.
-Es que para mi sos importante, no te imaginas cuánto.
-Soy tan importante para vos que intentaste pagar una prenda saliendo conmigo, sos un canalla, Javier.
-Eso lo hice al principio, pero luego me di cuenta de que sos una chica maravillosa. Me di cuenta de que eras diferente a las otras que yo había conocido que sólo querían estar conmigo porque era popular. Pero sobre todo, me di cuenta de que…te amo.-
Eleonora sintió como si una bomba atómica le cayera encima y no puedo eludir las gruesas lágrimas que le brotaron de los ojos, como por arte de magia.
-¡No me puedes decir esto, Javier Infante!- sollozó con furia, Eleonora.- ¿Crees qué verseándome un poco vas a remendar todo el daño que me has hecho? ¡Estás muy equivocado! ¡Yo ya no puedo confiar en vos!
-Pero todo lo que te digo es sincero.
-¡Vete, por favor! ¡No quiero saber nada más de vos!-
Javier se sintió desgraciado y se fue sin decirle palabra alguna. Sabía que lo que él había hecho era imperdonable, pero al menos tenía la mínima ilusión de que ella fuese misericordiosa con él.
Eleonora lloraba desconsoladamente y sus amigas se reunieron en torno a ella para ver que era lo que le sucedía, pero ella lloraba más y más, sin poder respirar, atragantándose cada vez que quería pronunciar palabra alguna. Cuando se tranquilizó la empezaron a “bombardear” a preguntas como: ¿Qué tienes que ver vos con Javier Infante?; ¿Qué te hizo ese chico?; ¿Por qué no quieres perdonarlo?; ¿Por qué no contaste lo que había entre ustedes? Eleonora les contestaba lo mejor que podía, deteniendo la narración, cada vez que surgía un nuevo cuestionamiento.
-Entonces, ¿él se comportó horriblemente con vos?
-Si.
-¿Pero por qué no nos contaste nada?
-Porque él me pidió que no lo hiciera. Ahora que lo pienso, debe ser porque no quería que nadie se enterase de “lo nuestro”.
-Pues toda la escuela ya se enteró. ¡Con la escena que armó, imposible no enterarse!
-Es cierto, sólo espero no tener que ser mañana el centro de atención.
-Yo que vos lo perdonaría. ¡Es tan dulce! No te pongas celosa, ¿eh?
-¡No, claro que no! Te lo regalaría con moño y todo. No se merece mi perdón, porque me lastimó más que nadie en el mundo.
-¿Pero vos lo amas?
-¡No importa lo que yo sienta por él! Le voy a pagar con la misma moneda: riéndome de él a sus espaldas.
-¡Qué dura sos, Ele!
-¡No soy dura, soy realista! ¡Miren todas las macanas que hice por seguirle la corriente: les mentí a ustedes y a mis padres, bajé mis notas del colegio y me volví una desdichada sentimental que ahora no hace más que llorar!
-¿Eso significa que lo vas olvidar para siempre?
-Eso significa que no quiero saber nada más de él. Así que les voy a pedir por favor que nunca más mencionen su nombre, al menos no en mi presencia.-
Sus amigas se quedaron mudas ante las profundas palabras de Eleonora. Parecían sacadas de lo más hondo de su corazón, con toda la rabia y la desilusión que sentía en ese momento.

Cuando Javier llegó a su casa, su madre no había vuelto de trabajar. Su hermano jugaba en la computadora y lo saludó sin apartar los ojos del monitor.
-Javi, llamó Bele. Dice que hoy a las doce hay “pizzeada” en lo de Juampi.
-Gracias, peti, pero no creo poder ir.
-¡Pero hoy es viernes! Vos siempre sales los viernes.
-Si, pero hoy no. No me siento con ánimos de salir a ningún lado.
-¿Por qué? ¿Te fue mal en el cole? ¿Algún drama amoroso?
-No te tengo por qué estar explicando qué es lo que me pasa.
-Soy tu hermano. No tendré experiencia, pero puedo ayudarte en el algo.
-Déjalo ahí, nene.-
Si algo molestaba a Javier, era sentirse vulnerable frente a su hermano. Dejó sus cosas e la habitación y estuvo ahí hasta que su madre hubo venido y preparado la comida. Luego de que terminaron de limpiar, ella se acercó a él, y con su suave vos le preguntó:
-¿Qué tal te fue, Javi?
-Mal, mami. No quiere saber nada de mí.
-Me imagino. Debe estar muy disgustada.
-¡Pero yo le pedí perdón!
-Las mujeres podemos ser a veces muy rencorosas, pero siempre la sensibilidad nos gana.
-¿Qué quieres decir con eso?
-Que tarde o temprano ella te va a perdonar.-
Javier sonrió, pero no se quedó satisfecho con el comentario de su madre y prefirió ir a dormir la siesta, para recuperar el sueño atrasado.
Así pasaron los días, y mientras Eleonora se veía más rechoncha, Javier estaba cada vez más lánguido, y los pantalones le caían así tuviera puesto cinto. Su apariencia se veía cadavérica y se había cambiado el corte de cabello.
Un día se cruzaron en la calle, pero no se dirigieron la palabra, sólo una triste mirada bastó para expresar todo. ¡Cómo habían cambiado ese tiempo! Es más, ni siquiera se vestían igual. El guardarropa de Eleonora se había poblado de prendas que poco tenían que ver con ella: shorts y minifaldas de jean, botas tipo bóxer hasta la rodilla y musculosas largas y ajustadas. Mientras que el armario de su “ex” contenía toda clase de vaqueros de una o dos tallas más que la suya, remeras negras y muy cortas y zapatillas percudidas, que no habían sido lavadas desde que habían sido compradas.
Javier había cambiado bastante su círculo de amigos. Ya no se juntaba con los “chetos”, sino con chicos que estaban más cerca del suicidio que de la vanidad. Chicos que eran muy reservados los unos con los otros y que hablaban sólo lo suficiente. A Javier le pareció que su modo de vida era el más apropiado para él en la situación en que estaba, y comenzó a frecuentarlos. Tenían un sentido de amistad irreprochable, a pesar que esta solo consistiera en guardar los secretos ajenos. Formaban una comunidad muy unida y se distribuían los barbitúricos equitativamente entre todos. Y aunque Javier consumía uno de vez en cuando, no por eso no había sentido sus efectos. Su madre lo notaba extraño, pero él era indiferente a sus preguntas.
Un buen día (por no decir uno malo), Javier se despertó descompuesto, luego de haber ingerido más sedantes de lo normal. Él estómago le crujía y sentía náuseas. Se fue al baño y luego de haber estado bastante tiempo pensando en trivialidades, recordó a Eleonora sintió profundos deseos de acabar con su vida. Se dirigió a la cocina y tomó el cuchillo más grande que encontró, aquel con el que cortaba el pan. Lo llevó al baño y, cuando se disponía a cortarse las venas, su madre llegó diciéndole que alguien lo buscaba.
-¿Quién es, vieja?
-¿Estabas por co-cortarte las venas?
-No, má. Sólo quería cortarme el pelo a “lo navaja”. Ya lo tenía largo.- mintió él.
-Bueno, más vale que sea cierto. Ven que alguien te espera en la entrada.-
Él se fue, desahuciado, porque ni siquiera había podido suicidarse. Comenzó a creer que había sido predestinado a ser un fracasado, al que no le iba bien aún cuando intentaba acabar con el mal.
Cuando llegó al comedor, encontró parada junto a la puerta a Eleonora, vestida como el día en que se habían conocido.
-¡Eleonora! ¿Qué haces aquí?
-Vine a hablar con vos.
-Bueno, decime.
-¿Qué te está pasando, Javier? ¿Por qué estás tan distinto?
-Me preguntas como si no supieras.
-Pero es que te veo extraño, como si fueras otra persona.
-Eso es asunto mío.
-¡No! No es sólo asunto tuyo. Es asunto de todos los que te queremos.
-Entonces, ¿Vos me quieres?-
Ella se acercó a él, y corriendo el flequillo que cubría su rostro, le acarició los ojos y le dijo suavemente:
-Claro que quiero.
-Te amo.
-Yo también.-
Y Javier no tuvo más que besarla como lo había hecho antes.
A pesar de que al principio los padres de Eleonora no tomaron bien la noticia de que su hija tenía novio, luego supieron aceptar a Javier como uno más en la familia, quien volvió a ser el de antes.
Porque aunque en la vida real las cosas sean muy distintas, al menos que en la ficción todos vivan “Felices para siempre”.

FIN

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