Brígida Sepúlveda, niña rica (9
años). Idealista y caprichosa.
Elvira Miguelillo de Sepúlveda, madre de Brígida. Mujer superficial y autoritaria.
Josué Azar, amigo humilde de Brígida
(10 años). Sencillo y decidido.
Claudia Vélez, maestra particular
de Brígida. Sensible y enamoradiza.
Diógenes Migliotti, mayordomo de la
familia Sepúlveda. Obediente y compasivo.
David Chazarreta, profesor de piano
de Brígida. Distraído.
Hombre, personaje final.
ACTO PRIMERO
ESCENA PRIMERA
La escena transcurre en los años
cincuenta. La familia Sepúlveda vive en una mansión construida a fines del
siglo XIX, de techos altos y de aspecto un tanto tétrico. El ambiente es
bastante oscuro. Sólo hay unas contadas ventanas que dejan entrara la luz del
sol. La más grande de ellas es la de la sala principal, a dónde BRÍGIDA juega
con sus muñecas y ELVIRA lee el diario y toma un té. Son las diez de la mañana.
(Entra el mayordomo. Viene en busca de
la vajilla usada. Afuera de la casa, unos niños, hijos de obreros, juegan a la
Mancha. Brígida los mira de reojo).
BRÍGIDA: Mamá, ¿qué tal estará afuera?
ELVIRA: (Sin apartar la vista del
diario) Frío, debe ser. Más que aquí.
BRÍGIDA: ¿Entonces por qué esos chicos
juegan ahí afuera? ¿Les hará frío?
ELVIRA: A esos chicos no les hace frío
porque ya están acostumbrados a andar desabrigados.
BRÍGIDA: (tímidamente) ¿Y si yo me
abrigo puedo ir a jugar con ellos?
ELVIRA: No, Brígida. Esos chicos son
torpes, te van a lastimar y encima juegan con barro. ¿Acaso te gusta que te
arrojen barro?
BRÍGIDA: No, mamá.
ELVIRA: Entonces no me preguntes más.
Ya te he dicho miles de veces que no puedes tener esa clase de amigos. ¡No
quiero verte después llorando porque te lastimaste! Vos sos muy delicada, nena.
Ellos tienen… piel más curtida, no son finos como vos.
BRÍGIDA: Pues yo a veces soy medio
torpe.
ELVIRA: (Acercándose a la pequeña y
tomándola del rostro) Pero sos una niña hermosa y culta, no como esos chicos
que apenas deben saber leer, si es que saben.
(Diógenes se aproxima y le comunica a
Elvira que ya ha llegado la maestra. Brígida aprovecha la distracción de su
madre y se dirige hacia el ventanal. Mira suplicante a esos niños, en especial
a uno con boina que la mira firmemente y parece comprender su pesar. La niña
apoya su mano sobre el vidrio de la ventana y baja su cabeza).
ESCENA SEGUNDA
(Claudia, la maestra, espera a la niña
en la sala contigua. Sonríe al ver entrar a la pequeña y ésta apenas la mira).
CLAUDIA: Hola, Brígida. ¿Qué tal todo?
BRÍGIDA: (silencio) Bien…
CLAUDIA: ¿Bien bien o bien mal?
BRÍGIDA: Como siempre.
CLAUDIA: Entonces muy bien.
BRÍGIDA: Voy a buscar mis útiles.
CLAUDIA: No demores.
(Claudia, mientras espera a la
chiquilla golpea un lápiz contra el cuaderno que apoya en las piernas).
BRÍGIDA: Espero no haber demorado
mucho.
CLAUDIA: Sos veloz. Bien, a ver hazme
ver la tarea que te dejé ayer. (la niña abre el cuaderno y busca de página; se
lo da Muy bien, la hiciste. ¿De qué se trata el cuento?
BRÍGIDA: Del mar, del agua del mar. Que
es linda y transparente y… todo lo que dicen los libros. ¿Alguna vez conoció el
mar, seño Claudia?
CLAUDIA: No, sólo el río, el río Dulce
(ríe).
BRÍGIDA: ¿Y es cómo el mar?
CLAUDIA: (sorprendida) ¿No conoces el
río Dulce?
BRÍGIDA: No.
CLAUDIA: Alguna día tendré que
llevarte.
BRÍGIDA: (angustiada) No creo que mi
mamá me deje.
CLAUDIA: ¿Por qué?
BRÍGIDA: Ahí van los chicos pobres,
como los que andan jugando afuera. Me puede hacer mal. Además, no sé nadar.
CLAUDIA: Si estás en la orilla no te
vas a ahogar. Puedes meter tus pies en el agua…
BRÍGIDA: (horrorizada) ¡No, me voy a
ensuciar! La gente tira basura ahí. Siempre me lo dice mi mami.
CLAUDIA: Bueno, pero créeme que un río
no se parece en nada a un mar. No es tan profundo, ni tan ancho y el mar tiene
agua salada…
BRÍGIDA: …y el río, dulce.
CLAUDIA: Sí, dulce. ¿Sabes que el agua
que tomas viene del río?
BRÍGIDA: No. ¡Entonces debo estar
contaminada!
CLAUDIA: (ríe) La purifican antes que
llegue a tu casa.
BRÍGIDA: Ah, bueno. Me quedo más
tranquila.
CLAUDIA: Y, después de todo, esos
niños son como vos: ríen y juegan, y parecen muy simpáticos.
BRÍGIDA: (incrédula) ¿En verdad?
CLAUDIA: Hasta apostaría que quieren
ser tus amigos.
BRÍGIDA: Ojala. Aunque mi ma…
CLAUDIA: ¿Qué?
BRÍGIDA: No, nada. Debe haber muchos
otros chicos, que sean como yo, que tengan así… juguetes como los míos, que
quieran ser mis amigos.
CLAUDIA: Sí, pero no puedes andar
buscando amigos por el mundo. Aquí hay varios chicos de tu edad y sería bueno
que te hicieras amiga de ellos.
BRÍGIDA: Puede ser.
ESCENA TERCERA
Es de siesta, aproximadamente las tres
de la tarde. Brígida lee un libro: Corazón.
Estaba en la biblioteca de su padre. Hace un rato que lo lee, pero le aburre un
poco. Alguien golpea la ventana de su habitación, piensa que es un gorrión
lastimado y la abre.
(El niño de la boina, Josué, está del
otro lado de la ventana, apoyado en un árbol que deja caer sus ramas muy cerca
de la habitación de Brígida. Ambos se miran sorprendidos).
BRÍGIDA: (con emoción contenida y
temor, al mismo tiempo) ¿Quién sos?
JOSUÉ: Soy Josué, tu vecino. Yo y los
chicos pensábamos que capaz que querías ser nuestra amiga, porque nos miras
todo el tiempo.
BRÍGIDA: (avergonzada y un poco
molesta) No los miro tanto.
JOSUÉ: Bueno, cómo sea. Pero, ¿quieres
ser nuestra amiga o no?
BRÍGIDA: Bueno, no sé.
JOSUÉ: (saca algo de su bolsillo)
Tomá. Es una carta.
BRÍGIDA: ¿Una carta?
JOSUÉ: Sí, por si quieres unirte a la
barrita. Léela y ¡contestanos!
BRÍGIDA: Bueno, Josué. Mi nombre es
Brígida.
JOSUÉ: Sí, ya lo sabía.
BRÍGIDA: ¿Quién te lo dijo?
JOSUÉ: Mi mamá:
BRÍGIDA: (sorprendida) ¿Ah?
JOSUÉ: Ella fue amiga de tu papá.
(El niño se marcha y despide a su
nueva amiga con un saludo de mano. Ella sólo le sonríe. Él trepa las rejas y
desaparece de su vista. Brígida abre el sobre, saca la carta y la lee).
ACTO SEGUNDO
ESCENA PRIMERA
Brígida está en su habitación. Intenta
escribir una carta de agradecimiento a sus nuevos amigos, pero no se concentra
demasiado, pues teme que Diógenes o su madre la descubran.
(Entra Diógenes y Brígida esconde la
carta).
DIÓGENES: Buenas tardes, niña, ¿Qué
tal durmió la siesta?
BRÍGIDA: Usted sabe que yo prefiero
leer antes que dormir.
DIÓGENES: ¿Así que sigue con
“Corazón”?
BRÍGIDA: Sí, así es.
DIÓGENES: Apostaría a que no es de su
agrado. Tal vez prefiera otro tipo de novelas cortas.
BRÍGIDA: Quizás sí. Se trata de niños
que van a la escuela y... ¿Cuál cree que sea mejor para mí?
DIÓGENES: Mi hija solía leer una que
se llamaba… “María”.
BRÍGIDA: ¿María? ¿Era sobre la Virgen?
DIÓGENES: No, era sobre un joven que
se enamora de una chica llamada María.
BRÍGIDA: (medita) Mi mamá suele decir
que las novelas de amor no son para niños, sino para adultos.
DIÓGENES: (se ríe) Eso es igual que
decir que los niños no aman.
BRÍGIDA: ¿Y es que los niños pueden
enamorarse?
DIÓGENES: No lo sé, pero supongo que
sí. Son seres humanos también.
(Brígida baja la cabeza y se queda
pensando en las palabras profundas de Diógenes, que deposita una taza de café
con leche en una mesita cerca de ella. Brígida se siente muy conmovida y tiene
ganas de llorar. Es como si se hubiera golpeado contra un poste y tuviera que
mirar la vida con otros ojos).
BRÍGIDA: Antes de que se vaya quería
decirle algo.
DIÓGENES: ¿Qué?
BRÍGIDA: Tráigame ese libro de su hija
para que lo lea, por favor. Quizás sea una linda historia.
DIÓGENES: (sonriendo) Así lo haré.
Espero que su madre no se moleste conmigo.
BRÍGIDA: No se preocupe, no le diré
nada. Además, el amor es para todos, ¿qué no?
DIÓGENES: Sí, mi niña. El amor no
conoce fronteras, ni razas, ni clases sociales… A veces somos demasiado
prejuiciosos con el diferente, pero…
BRÍGIDA: ¿Entonces se puede querer al
que no es como nosotros, al que tiene otro color de piel o al que no huele
bien?
DIÓGENES: Claro que se puede. Yo tuve
uno que otro amigo con plata y mucho morenos. Recuerdo que el Negro Pereyra que
solía decir… ¡Aj! Perdóneme, Brígida. Me acordé de mis años mozos.
BRÍGIDA: No se preocupe. Es
interesante escuchar a los mayores hablar sobre su vida.
DIÓGENES: ¿Le parece interesante? Yo
pensé que era un viejo pesado.
BRÍGIDA: (ríe) No, usted es muy bueno.
DIÓGENES: Bueno, mi niña. Voy a
dejarla. Tengo otras cosas que hacer.
BRÍGIDA: Está bien, vaya no más.
(Diógenes se marcha y Brígida saca la
carta que está escribiendo y la relee. Tacha algunas cosas y saca otro papel y
transcribe lo que había escrito en él, haciendo algunas modificaciones.
Finalmente consigue terminarla y la coloca en un sobre que extrae de uno de los
cajones de su cómoda o mesita de luz. Mientras Brígida hace todo esto, se oye de
fondo “Aire Suite nº 3 in Re mayor- Bach”).
(Entra Elvira)
ELVIRA: ¿Me preguntaba qué te pareció
el espectáculo que fuimos a ver el otro día en el teatro?
BRÍGIDA: ¿Ese de músicos? Muy bonito.
ELVIRA: Bueno, estuve hablando con un
profesor de piano y mañana empezará a enseñarte.
BRÍGIDA: Mamá, me parece genial, pero
tengo clases con la seño Claudia.
ELVIRA: Empezarás a tener clases a la
tarde con ella, ya se lo comunicaré.
BRÍGIDA: Está bien. ¿Pero crees que
tenga… talento?
(La mujer se acerca a la niña).
ELVIRA: Brígida, sos una niña muy
inteligente y no dudo que serás una magnífica alumna.
(La niña sólo sonríe).
ESCENA SEGUNDA
JOSUÉ: Brígida, ábreme la ventana,
¿quieres?.
(Le abre)
BRÍGIDA: ¿Qué pasa?
JOSUÉ: Vení, no hay nadie.
BRÍGIDA: Son las siete de la mañana,
Josué. ¿No tienes que ir a la escuela?
JOSUÉ: Sí, pero todavía es temprano.
Dime que ya hiciste la carta.
BRÍGIDA: Sí, si la hice.
(Va en busca de ella, la saca de un
cajón y se la da al niño que la recibe con sus manos un tanto sucias).
JOSUÉ: Entonces hoy nos vemos a la
siesta.
BRÍGIDA: ¿A qué hora?
JOSUÉ: A la hora que te golpeé la
ventana.
BRÍGIDA: ¿A qué vamos a jugar?
JOSUÉ: Ya veremos, pero no faltes.
BRÍGIDA: Prometo que no.
(Josué se acomoda su tradicional boina
y le saluda con la mano. Ella intenta sonreírle, pero se sonroja, como quien no
sabe improvisar).
ESCENA TERCERA
(La mucama golpea
la puerta de la pieza de Brígida. Ella le dice que puede pasar. Ésta ingresa y
le deja la bandeja con el desayuno en la mesa).
MUCAMA: (con
temor) Señorita, su madre dice que apenas se desocupe vaya a la sala que tiene
hoy su primer clase de piano.
BRÍGIDA: Está
bien. Eso haré.
(Brígida toma su
desayuno y se viste. Suena “Fantasy Impromptu – Chopin” Luego de dirige al
living, donde su profesor está tocando la dicha melodía y su madre lo observa
atenta sentada en el sillón).
BRÍGIDA: Mamá…
ELVIRA:
(sorprendida) Brígida, eh, estaba oyendo
al señor David, tu nuevo profesor.
DAVID: (deja de
tocar el piano) Buenos días, Brígida. Supongo que te gusta Chopin.
BRÍGIDA: Sí, no
sé mucho de música, pero sí, me gusta.
DAVID: Ya verás
que no es tan difícil. Si pones voluntad y corazón, van a salir cosas
maravillosas de este piano. Va a parecer como… arcilla en tus manos.
BRÍGIDA:
(sonriendo) La verdad que no soy tampoco buena con la escultura…
ELVIRA: ¡Brígida,
atiende al profesor!
DAVID: No se
preocupe, señora. Los niños son ocurrentes y muy dulces, también. Mis niños
también son así.
ELVIRA:
(preocupada) ¿Tiene hijos?
DAVID: Sí, dos.
Uno tiene cinco y la más pequeña, tres.
ELVIRA: Tendrán
una madre muy buena que los cuide.
DAVID: De hecho
ahora se quedaron en casa de mi madre. Mi esposa murió hace unos años.
ELVIRA:
(fingiendo) ¡Cuánto lo lamento! Usted debe ser un hombre fuerte. ¡Para que
supere una pérdida así!
DAVID: (con voz
baja, clara y un tanto melancólica) Quizás todavía no la he superado.
ELVIRA:
(incómoda) Yo también hubiera dicho lo mismo, pero no puedo vivir añorando los
hermosos momentos que pasé junto a mi esposo. A veces creo que la vida me ha
dado otra oportunidad. Todavía soy joven y… ¿quién sabe?
(Brígida la mira
un tanto horrorizada y David sólo la escucha, pero no le presta demasiada
atención. Se concentra en las teclas del piano y le señala a su alumna que
acerqué una silla y se siente a su lado. Así lo hace la niña y Elvira se
retira, medio molesta).
BRÍGIDA:
(tímidamente) Profesor, me gustaría aprender a tocar esa melodía de “Para
Elisa”.
DAVID: Ah, está
bien, pero primero te voy a enseñar lo básico. ¿Ves la tecla central del piano?
Ésa se llama DO.
(La escena
continúa con David enseñándole nociones básicas de piano a la niña. Ella presta
mucha atención y casi no le hace preguntas, solo ejecuta las notas que él le
indica, con cierto temor, pero mayor precisión).
DAVID: supongo
que es suficiente por hoy, Brígida.
BRÍGIDA: Me
alegro. Ya tenía hambre.
DAVID: en el
fondo sos una artista, aunque medio miedosa.
BRÍGIDA: Puede
ser.
DAVID: pero
tienes que ser fuerte y enfrentar tus miedos, como si estuvieras domando a un
león.
BRÍGIDA: ¿A usted
también le pasaba lo mismo cuando estudiaba piano?
DAVID: (piensa)
Era un chico despreocupado. Digamos que no era muy miedoso, pero tampoco muy
valiente. Me gustaba… lo fácil. Para mí
la música siempre lo fue, y además inspiradora.
BRÍGIDA: ¿Y en la
escuela que tal era?
DAVID: Siendo
sincero, ¡un vago total!
BRÍGIDA: (ríe) Me
gusta su sinceridad.
(Entra Elvira y
procura mostrar su enfado a David, pero él apenas la mira, no parece estar muy
interesado en sus exageradas poses y palabras).
ELVIRA: ¿Así que
anduvieron bien, profesor?
DAVID: Sí, nada
mal para ser el primer día.
ELVIRA: Sea más
preciso.
DAVID: Salvo en
la música, la precisión no es mi punto fuerte, señora. Disculpe.
ELVIRA:
(conmovida) Bueno, disculpe. Es que una como madre siempre quiere…
DAVID: … lo mejor
para sus hijos.
ELVIRA: Sí.
DAVID: Créame que
la entiendo. De a poco, su hija va a dar lo mejor de sí.
BRÍGIDA: ¿Eso
quiere decir que podré tocar “Para Elisa” para mi cumpleaños?
DAVID:
Seguramente.
ELVIRA: Eso sería
maravilloso, profesor.
DAVID: Sí. Bueno,
ya debo irme o mi madre le da mi comida a los perros (ríe y las mujeres hacen
lo mismo).
ELVIRA: Bueno,
nos vemos mañana. Adiós, profesor David.
DAVID: Adiós,
señora, adiós, Brígida.
BRÍGIDA: Adiós,
profesor.
(Diógenes le abre
la puerta y el hombre se marcha, mientras Elvira lo observa inquisitivamente y Brígida se dirige a la cocina, a ver qué
hay de almuerzo).
ESCENA CUARTA
(Habitación de Brígida. Siesta.
Aparece Josué).
BRÍGIDA: (le abre la ventana) Pasa.
JOSUÉ: Guau! ¿Me invitas a pasar a tu
casa?
BRÍGIDA: si. ¿Te parece algo raro?
JOSUÉ: Nunca me había imaginado que
ibas a hacer eso.
(El nene entra y observa a su
alrededor. Sonríe. Está encantado con la casa de su amiga).
JOSUÉ: Tu habitación es muy… (trata de
explicarlo con las manos, pero no le salen las palabras)
BRÍGIDA: ¿Bonita?
JOSUÉ: Sí, ¡demasiado!
BRÍGIDA: Gracias
JOSUÉ: ¡Debes tener un montón de
juguetes.!
BRÍGIDA: Sí, tengo bastantes en ese
baúl (lo señala). Pero la mayoría son muñecas. Hay algunos juguetes que te
pueden gustar (abre el baúl y busca). Tengo un yoyó (se lo da sin mirarlo), una
máscara de oso…
JOSUÉ: Dame esa máscara (ella se la
entrega y él se la pone) ¿Qué tal me veo?
BRÍGIDA: Mirate en el espejo.
JOSUÉ: ¿Dónde está?
BRÍGIDA: Justo detrás de ti.
(Josué se da vuelta y se encuentra con
un espejo más alto que él. Se mira, hace morisquetas y al final ríe).
JOSUÉ: ¿Y qué tal si jugamos a que yo
era el oso y te atrapaba?
BRÍGIDA: Bueno, pero alejate.
JOSUÉ: Sí, te doy cancha.
BRÍGIDA ¿Cancha?
JOSUÉ: Sí, espacio para que corras y
no te voy a atrapar. Después sí.
(Brígida se aparta de él, justo en la
pared de enfrente. Luego Josué intenta atraparla mientras imitas los gruñidos
de un oso. Pero él se golpea accidentalmente con el baúl, Brígida se da vuelta
y por el impulso trastabilla).
BRÍGIDA: ¿Estás bien?
JOSUÉ: Sí, pero no creo que tu pieza
sea buen lugar para jugar. Vamos afuera.
BRÍGIDA: ¡No!, no puedo. Vamos a
quedarnos aquí.
JOSUÉ: Es que aquí no se puede jugar a
nada más que a las muñecas.
BRÍGIDA: Sí, podemos jugar a… ¡al
ajedrez!
JOSUÉ: ¿Esa cosa blanca y negra?
BRÍGIDA: ¡Sí!
JOSUÉ: Es para aburridos.
BRÍGIDA: Debes estar confundiéndote
con las damas, que son redondas y chatas. (hace la forma con sus manos). Las
piezas.
JOSUÉ: Las que yo conozco no son
redondas.
BRÍGIDA: Bueno, entonces juguemos al dominó.
JOSUÉ: Está bien, ¿pero de qué son las
caritas?
BRÍGIDA: ¿Del dominó?
JOSUÉ: Sí, porque mi hermano tenía de
puntitos, así como un dado, de… de triangulitos y cuadrados y formas así, y… y uno
que nos dio el General Perón, que tiene muchos colores.
BRÍGIDA: ¿Él se los envió?
JOSUÉ: Sí, porque somos hijos de un
obrero. Mi papá trabaja en una fábrica.
BRÍGIDA: ¿De qué?
JOSUÉ: Una que hace ropa.
(Brígida busca el dominó, lo
encuentra, juegan un rato y mientras tanto ella le hace preguntas que se le
ocurren e interrumpen el juego).
BRÍGIDA: ¿Crees, Josué, que una
persona pueda querer a dos personas a la vez?
JOSUÉ: (piensa) Creo que sí. Mi má
dice que nos quiere a mi hermano y a mí por igual.
BRÍGIDA: me refiero a otra manera de
querer. Algo así como esposos…
JOSUÉ: ¡ah! Bueno, no sé. Yo creo que
un señor únicamente puede querer a una sola señora, sino ellas se van a poner
celosas.
BRÍGIDA: ¿Y si alguna de ellas está
muerta?
JOSUÉ: Y… si está muerta, ¿qué puede
saber?
BRÍGIDA: No sé. ¿Pero no es un pecado
que una señora se e-na-mo-re de un hombre que no es su esposo?
JOSUÉ: Y creo que sí, pero si el
esposo está muerto, debe ser que no.
(Brígida se aparta de él)
JOSUÉ: ¿Qué, no vamos a seguir jugando
o ya te has aburrido? Yo te he dicho que era más divertido salir afuera.
BRÍGIDA: (quejándose) ¡No seas tonto,
Josué! No se dice salir afuera. Porque cuando sales se supone que es afuera.
JOSUÉ: Bueno, si me vas a criticar me
voy. Ni mi mamá me corrige.
BRÍGIDA: Porque no debe saber.
JOSUÉ: ¿Por qué sos tan mala? Pensaba
que eras buena. Mejor me voy. (Se da vuelta) ah, ¡Y ya no soy más tu amigo!
BRÍGIDA: Josué… (El niño no la escucha
y se va)…perdoname.
(entra Diógenes)
DIÓGENES:
Señorita, perdone mi atrevimiento, pero como la puerta estaba abierta…
BRÍGIDA: No
importa. ¿Ya llegó la señorita Claudia?
DIÓGENES: Sí, la
espera abajo.
BRÍGIDA: ¿Me
puede cerrar la ventana, Diógenes? Está muy dura para que yo pueda cerrarla.
(Brígida va yendo
y saluda con una sonrisa a su maestra. Lleva los útiles en sus manos).
CLAUDIA: ¿Qué tal
todo?
BRÍGIDA: Bien
CLAUDIA: No
suenas muy conforme.
BRÍGIDA: Menos
bien de lo que quisiera, pero bien.
CLAUDIA: Si hay
algún problema, puedes contármelo.
BRÍGIDA: Son
tonteras, seño.
CLAUDIA: Bueno,
entonces empecemos. ¿Qué tal anduviste con las multiplicaciones por dos cifras?
(Brígida pone
cara de terror y baja la cabeza) ¿No las hiciste? (la niña contesta NO con la
cabeza). Bueno, entonces ahora si puedo pensar que te pasa algo, ¿no crees?
BRÍGIDA: (con voz
temblorosa) estoy bien.
CLAUDIA: no te
voy a retar, ¿sí? Quiero que seas sincera conmigo.
BRÍGIDA: ¿Hago ya
las tareas?
CLAUDIA: Brígida,
no cambies de tema. Es por tu bien. Te estoy dando la oportunidad de que hables
(espera unos segundos) ¿o prefieres que le diga a tu madre que no hiciste hoy
los deberes?
BRÍGIDA: (cierra
los ojos con fuerza, como si quisiera llorar) No. Le voy a decir la verdad. Yo…
tengo miedo de… de no ser una buena pianista.
CLAUDIA: ¿Eso es
todo? (Brígida no le contesta y mantiene firme la mirada, evitando llorar).
Bueno, no tienes que ponerte mal. Recién hoy has empezado. Mira, yo uno de
estos días vengo a hacerte compañía un rato así no te pongas mal, ¿sí?
BRÍGIDA: Gracias.
CLAUDIA: No
quiero verte sufrir, sino te olvidas de hacer los deberes, de… Yo te conozco.
¡Hace tres años que soy tu maestra!
BRÍGIDA: Usted es
muy buena, seño. ¡No me gustaría tener otra maestra!
CLAUDIA: Mi
pequeña Brígida. Algún día vas a saber más que yo y ya no te voy a poder
enseñar.
BRÍGIDA:
Igualmente va a venir a visitarme, ¿verdad?
CLAUDIA: Sí. Al
fin y al cabo siempre vas a ser como… mi hijita.
BRÍGIDA: Seño, ¿y
por qué usted no tiene hijos?
CLAUDIA:
(incómoda) Porque todavía no tuve la oportunidad de tenerlos. No me he casado.
BRÍGIDA: ¿Sino va
a ser monja?
CLAUDIA: (sonríe)
No lo creo. (su sonrisa se hace más grande) Todavía tengo esperanzas.
BRÍGIDA: Sí,
usted es jovencita. Pero mi mamá ya es grande para casarse, ¿no le parece?
CLAUDIA: No lo
sé, Brígida. ella ha quedado viuda, es joven y no sé…
(Entra Elvira)
ELVIRA: Buenas
tardes, señorita Claudia. Espero que todo ande bien.
CLAUDIA:
(sobreactuando) Todo anda ¡más que bien! El día está soleado y…
ELVIRA: Bueno, no
exagere, me basta saber que mi hija es cómo debe ser. Yo también hubiera
querido tener la vida que ella tiene. ¡No tenía ni la mitad de sus juguetes! Ni
siquiera vivía en una casa así. Por eso Brígida debe estar agradecida. ¡Hay
tantos niños, como los de afuera, que se pasan vagando sin hacer nada más que
jugar!
BRÍGIDA: ¿Y jugar
es malo?
(Claudia y Elvira
se miran)
CLAUDIA: No,
claro que no lo es.
ELVIRA: Siempre y
cuando no sea lo único que hagan.
CLAUDIA: Cierto.
Señora, disculpe, quería preguntarle algo.
ELVIRA: ¿Qué?
(Claudia se
acerca a Elvira y le pregunta en voz baja)
CLAUDIA: ¿Abría
algún problema en que yo llevara de paseo a la niña al río la semana que viene?
ELVIRA: ¿Qué
tiene que ir a hacer al río?
CLAUDIA: Es por
una cuestión didáctica. Es que, como usted dijo, una facilidad para que la niña
conozca la arena, el río, el suelo.
ELVIRA: Tiene un
montón de libros para ver lo que necesite.
CLAUDIA: Pero…
sería mucho más productivo que fuéramos al… lugar preciso.
ELVIRA: Bueno,
está bien. Pero cuídela bien. Si necesitan, irán con Diógenes.
CLAUDIA: No será
necesario. Me parece que su traje se va a estropear con la arena.
ELVIRA: Igual con
los vestidos de Brígida.
CLAUDIA: Póngale
lo peor que tenga.
ELVIRA: ¿Ah?
CLAUDIA: Sí. Así
no ensucie sus vestidos más bonitos.
ELVIRA: (respira
profundo) Está bien.
(Se va Elvira)
BRÍGIDA: Gracias,
Claudia. Disculpe, señorita Claudia.
CLAUDIA: De nada.
Y bueno, poco me importa cómo me digas. De todas maneras, va a llegar una etapa
en que ya me vas a tratar de vos.
(Las dos sonríen)
ESCENA QUINTA
(Patio de la casa
de Brígida. Josué trepa las rejas, llevando en sus bolsillos soldaditos de
juguete. Baja sin hacer ruido y saca los juguetitos y se dispone a jugar. De
repente ve a Brígida parada, mirándolo, con una muñeca en mano –onda la
chiquita de La Llamada-).
BRÍGIDA: Te
estaba esperando.
JOSUÉ: (asustado)
¿Qué haces? ¿Me estabas vigilando?
BRÍGIDA: No, sólo
estaba jugando aquí también.
JOSUÉ: Bueno, pero
no me interrumpas. Vos con tus muñecas y yo con mis soldados, ¿sí?
BRÍGIDA: ¿Quién
te dio poder para gobernar en mi patio?
(Josué no sabe
que decir y simplemente decide hacer lo de siempre: irse).
BRÍGIDA: No te
vayas, no te estoy corriendo.
JOSUÉ ¿Y
entonces?
BRÍGIDA:
(acercándose a él) únicamente quiero que volvamos a ser amigos, ¿quieres?
JOSUÉ: si no vas
a ser una mandona y peleadora.
BRÍGIDA: y si vos
no vas a ser un… ¡tonto!
JOSUÉ: ¿Tonto?
BRÍGIDA: sí,
tonto que no quiere reconocer que se equivoca.
JOSUÉ: Ya vas a
ver.
(Brígida sale
corriendo y él por detrás. Ríen. Él finalmente la atrapa).
JOSUÉ: ¿ves que
iba a atraparte? Este jardín es ideal para jugar a la pilladita.
BRÍGIDA:
(cariñosamente) Josué, perdóname.
JOSUÉ: Vos
también a mí.
(Los niños se
miran por unos instantes, hasta que Brígida comienza a correr por el patio y
Josué la persigue).
ACTO TERCERO
ESCENA PRIMERA
Han pasado varias
semanas desde el Acto anterior al actual. La amistad de Josué y Brígida se ha
fortalecido y ella ya conoce a los amigos de él, los cuales también empiezan a
ser sus amigos, aunque el más importante sigue siendo el primero que conoció.
(Habitación de
Brígida. la niña se está terminando de preparar para salir).
BRÍGIDA: (canta
con cualquier melodía) ¡Hoy será un día muy genial, porque en el río voy a
estar!
(Entra Elvira)
ELVIRA: No sé por
qué te perfumas tanto si vas a ir al río.
BRÍGIDA:
Justamente, como vos me has dicho que en el río hay mal olor, llevo los
perfumes en la cartera para seguirme echando.
ELVIRA: ¡No seas
estúpida! Dejá ya esas fragancias en su lugar y vete bajando que te espera tu
maestra.
BRÍGIDA: No sé
porque no invitamos al profe David. Iba a divertirse también. Sino vení vos,
má.
ELVIRA: ¿Estás
loca? Mejor no digas nada más y hace algo productivo.
BRÍGIDA: ¿Cómo
qué?
ELVIRA: como
callarte la boca y dejar de hablar idioteces.
(La nena se
siente un poco desilusionada por las reacciones de su madre, pero se alegra de
ver a Claudia que, igual que ella, está muy emocionada por salir).
DIÓGENES: Niña,
está muy mona como para ir al río.
CLAUDIA: está
bien, Diógenes. Igual no vamos a jugar a rodar por la arena.
DIÓGENES: Eso
solía hacer cuando era chico. ¡Me provocaba un placer!
CLAUDIA: Supongo
que sí.
(Alguien llama a
la puerta. Diógenes atiende).
DIÓGENES: Buenos
días.
DAVID: Buenas.
BRÍGIDA: Profe,
¿qué hace aquí?
DAVID: ¿Acaso no
tendremos nuestras clases de piano?
BRÍGIDA: ¿Mi mamá
no se lo dijo? Vamos al río con la seño. Si quiere ir, lo invitamos.
DAVID: Bueno, en
ese caso me voy de vuelta a casa.
(Entra Elvira)
ELVIRA: No le
dije nada, porque me olvidé. Sepa disculparme.
DAVID: No hay
drama.
CLAUDIA: Bueno,
perdonen que los interrumpa pero nosotras nos vamos.
BRÍGIDA: Bueno,
chau a todos. Y otra vez pregúnteme q mí profe, (en voz más baja) porque si es
por mi mami viene todos los días.
(David y Claudia,
que llegan a escuchar a la niña, se enrojecen y hacen como que no escucharon).
DAVID: Bueno, yo
las acompaño.
ELVIRA: ¿Tan
rápido se va?
DAVID: La escuela
me tiene mal. Tengo varias planillas que completar.
(Brígida, Claudia
y David se despiden y salen de la casa. Brígida corretea y se adelanta, David
prende un cigarrillo y Claudia se pone a su lado para darle conversación).
CLAUDIA: ¿Es
usted el señor David?
DAVID: Sí, David
Chazarreta. ¿Quiere un cigarro?
CLAUDIA: No,
gracias. No fumo.
DAVID: ¿Y usted
es?
CLAUDIA: Claudia
Vélez. La maestra.
DAVID: Sí, eso
sabía.
CLAUDIA: Algún
día tengo que venir a ver cómo toca el piano Brígida. Se lo prometí. ¿Qué le
parece si vengo mañana?
DAVID: Me parece
muy bien. Mañana vamos a hacer un repaso de lo que ya vimos.
CLAUDIA: Espero
no molestarlos.
DAVID: No, en
absoluto. Siempre a los músicos nos viene bien un público, sino nos volvemos
muy tímidos.
CLAUDIA: Más que
nada es por la niña. Es que… a veces su madre le exige mucho.
DAVID: Sí, esa
mujer llega a ser asfixiante.
CLAUDIA: (asombrada)
No pensé que me iría a decir eso de ella.
DAVID: ¿Por qué?
CLAUDIA: Parece
muy respetuoso.
DAVID: (mirando
hacia el horizonte) Sí, lo soy. Me criaron para que fuera así. Pero hay algunas
cosas que me superan.
CLAUDIA: A mí
también, por eso le pedí a la madre de Brígida permiso para una salida. (Se le
ocurre una idea) ¿Usted me ayudaría con Brígida?
DAVID: ¿A qué se
refiere?
CLAUDIA: Esa niña
necesita más libertad ¡Tiene que salir de esa casa!
DAVID: ¿Y quiere
que la ayude con su plan?
CLAUDIA: si usted
quiere…
DAVID: (piensa)
Está bien. Pero no piense que voy a andar haciendo niñadas.
CLAUDIA: ¿por qué
es tan cruel?
DAVID: (sonríe)
se lo digo en broma. Cuente conmigo. Soy un amante de la libertad.
CLAUDIA: Me
imagino que sí.
(David se despide
de las mujeres y va en dirección a su casa, mientras ellas caminan en dirección
al río).
BRÍGIDA: ¿Es
mucho lo que hay que caminar?
CLAUDIA:
Bastante.
BRÍGIDA: ¿Me va a
hacer upa si me cansó?
CLAUDIA: ¿Desde
cuándo sos tan confianzuda, Brígida?
BRÍGIDA: Era una
bromita, disculpe. Ah, aquí llevo algo de comida para la hora del almuerzo.
CLAUDIA: Capaz
que volvamos antes.
BRÍGIDA: ¿Tan
rápido?
CLAUDIA: Está
bien, podemos quedarnos un rato más. Espero que tu mamá no se preocupe.
BRÍGIDA: A ella
sólo le preocupa que no me acabe los perfumes.
CLAUDIA: No seas
tan criticona.
BRÍGIDA: Es que
me he cansado de ella.
CLAUDIA: Brígida…
(La niña la mira suplicante y se refugia en sus brazos) ¡Ay, niña, niña! Sabía
que esto pasaría algún día, pero no esperaba que fuera tan pronto.
ESCENA SEGUNDA
(Media mañana, a
la vera del río. Brígida y Claudia caminan por la orilla. La niña se para cada
tanto para tocar la arena y luego la arroja, siempre con suavidad. Luego de un
rato de caminar se paran y sientan sobre la arena).
BRÍGIDA: no es
pintoresco, pero es un lugar tranquilo.
CLAUDIA: eso
porque no estamos en verano. Se llena de gente por todas partes.
BRÍGIDA: ¿Y viene
usted?
CLAUDIA: A veces,
con mis hermanos. Pero ellos se van a las partes profundas, yo me quedo en las bajitas.
BRÍGIDA: ¿Usted
tampoco sabe nadar?
CLAUDIA: Muy
poco.
BRÍGIDA: Sería
lindo venir en verano. (Sin pensarlo) Podríamos invitar a nuestros amigos.
CLAUDIA:
(desafiante) ¿Y a quién invitarías vos?
BRÍGIDA: A… al
profesor David.
CLAUDIA: Pensé
que ya habías hecho amigos, como te hablamos la vez pasada, ¿recuerdas?
BRÍGIDA: Sí
CLAUDIA: ¿Y?
BRÍGIDA: ¿Usted
va a estar a mi lado si le presento mis amigos a mi mamá?
(Claudia se
conmueve y prefiere no contestarle. Después de todo ella no es quien para juzgar
el proceder de una niña que no es más que su alumna).
CLAUDIA: Si
fueras de mi familia…
BRÍGIDA:
(mordiéndose los labios) Le teme a mi mamá, ¿verdad?
CLAUDIA: No se
trata de eso, sino que… No me entenderías, sos muy chica. Es como faltarle el
respeto a tu madre…
BRÍGIDA: (la
interrumpe) Entonces le voy a pedir ayuda al profe David.
CLAUDIA:
(lastimada) ¿Por qué? Si apenas lo conoces.
BRÍGIDA: él puede
convencer a mi madre. Lo sé.
CLAUDIA: Bueno,
que él lo haga entonces.
BRÍGIDA: ¿No se
molesta conmigo?
CLAUDIA: Brígida…
¿no te parece tonto comportarme así?
BRÍGIDA: No lo
sé. Pero no creo que usted sea tonta.
CLAUDIA: Yo me
refería a… no importa. Mejor, decime que te está pareciendo este paseo.
BRÍGIDA: Es la
primera vez que toco la arena y… ¡Yo pensaba que era más dura, pero se parece
más a una harina que a una roca gigantesca!
CLAUDIA: Igual
hay piedritas pequeñas con las que puedes lastimarte si andas descalza.
BRÍGIDA: ¿A ver?
(se empieza a sacar las medias)
CLAUDIA: Brígida,
¿estás loca? ¡Te vas a enfermar! ¡Ponete inmediatamente las medias de nuevo!
BRÍGIDA: Aunque
sea sólo un ratito, por favor.
CLAUDIA: No,
mejor quedate y hablemos.
BRÍGIDA: ¿De qué
vamos a hablar, de la novela que he leído el otro día y no lo he entendido?
CLAUDIA: ¿Qué
libro?
BRÍGIDA: “María”.
Me lo prestó Diógenes. Es de su hija.
CLAUDIA: ¿Y por
qué no lo has entendido?
BRÍGIDA: Porque Efraín
se enamora de su prima María y los primos no pueden enamorarse. Eso lo sabe
todo el mundo.
CLAUDIA: De
hecho, esa novela fue escrita en una época en que casarse entre primos no era
tan mal visto como ahora.
BRÍGIDA: ¿O sea
que los primos pueden casarse?
CLAUDIA: Ahora te
diría que no, pero antes sí. Son las costumbres que van cambiando.
BRÍGIDA: ¡Pero yo
no me podría casar con alguno de mis primos porque…!
CLAUDIA:
…simplemente no lo concibes. Es así. Te parecería horrible casarte con alguno
de ellos.
BRÍGIDA: Sí.
¡Pero no me parece horrible meter los pies en la arena! (se termina de
descalzar y sale corriendo).
CLAUDIA: ¡Ay
Brígida!
ESCENA TERCERA
(Casa de Brígida.
Es de mañana y está soleado afuera. La niña está desayunando en la cocina y su
profesor la espera, mientras toca algo en el piano. Tocan la puerta. Atiende
Diógenes).
DIÓGENES: Srta.
Claudia. No pensé que usted iba a venir ahora.
CLAUDIA: Sólo
vine a ver un rato a la niña.
DIÓGENES: Bueno,
pase y siéntese.
CLAUDIA: Gracias.
(Claudia entra y
se sienta en hall de entrada o living. Escucha algún tema de Piazzola o Gardel y
se aproxima a la melodía. Se apoya en el piano -vertical- y se deja llevar por
la música, recordando la época en que su padre tocaba el bandoneón. Cierra los
ojos y vuelve a la época en que escuchaba alguna milonguita en las fiestas y la
gente se ponía a bailar y ella y sus hermanos a escondidas los miraban).
DAVID: (dejando
de tocar el instrumento) ¿Le gusta el tango? A mí también. Lo conocí a través
de las películas de Gardel o Lamarque.
CLAUDIA: Pensaba
que lo suyo era la música clásica.
DAVID: No soy tan
cerrado.
(Entra Elvira,
que baja por las escaleras, pues viene de su habitación).
ELVIRA: Señorita
Claudia, por suerte que no tenemos un piano de cola, sino usted ya se habría
caído.
CLAUDIA:
(avergonzada) disculpe, es que me gusta mucho el tango y el profesor estaba
tocando…
ELVIRA: No me
explique más. No, mejor explíqueme algo, ¿anda mal su reloj que llegó tan
temprano?
CLAUDIA: No,
señora. Es que vine a ver a la niña como tocaba. Ella me lo pidió.
ELVIRA: Está
bien, siéntese, porque si se cuelga de los instrumentos va a terminar como
correa de guitarra.
(Claudia se
contiene los deseos de contestarle y solo atina a sentarse en un sillón
próximo. Brígida llega y saluda a todos).
BRÍGIDA: Profe
que tal si hago la “Canción de la Alegría”, esa es fácil.
DAVID: Bueno.
(Todos escuchan a
Brígida, que tiene un poco de temor y a veces demora en ejecutar una nota, pero
no se equivoca de tecla).
DAVID: Ahora el
Minué en Sol mayor de Bach.
ELVIRA: ¿Minué?
Yo sé bailarlo. Pero preferiría un vals.
BRÍGIDA: ¿Vals? Todavía
no sé ni uno.
ELVIRA: Bueno,
entonces bailemos un minué.
DAVID: Invite a
Diógenes a que se una a nosotros. Así ya tenemos dos parejas.
ELVIRA: Bien.
¡Diógenes!
(El hombre llega
apurado, medio trotando)
DIÓGENES: Sí,
señora.
ELVIRA: Sabe
bailar algo más que chamamé, ¿verdad? Bueno, pçongase de pareja de la maestra y
bailemos un minué.
DIÓGENES: Los
sigo a ustedes.
(Empiezan a bailar.
Elvira baila seria, David no es un gran bailarín, pero se sabe los pasos. Claudia
trata de parecer natural, aunque la estresa que los demás la vean y Diógenes
baila con alegría, observa todo para no confundirse. Los cuatro mantienen en
alto sus cabezas pero en el momento de cambiar de pareja, se confunde y Elvira
se siente abochornada, pero prosiguen hasta el final de la pieza).
ELVIRA: Diógenes,
me ofrezco a enseñarle minué.
CLAUDIA: Y yo,
tango.
DIÓGENES: Al
tango lo llevo en la sangre por parte de mi padre. Siempre fuimos milongueros
en mi familia, incluso en esa época en que ni el tango ni la milonga eran bien
vistos.
ELVIRA: Usted
lleva todo encima, Diógenes.
DIÓGENES: Como
buen viajero que he sido toda mi vida.
BRÍGIDA: Bueno,
no es por nada, pero… ¿les gustó? (su cara es un poco tristona)
CLAUDIA: Sí.
DAVID: Muy bien,
Brígida. Suficiente por hoy.
BRÍGIDA: ¿Es
todo?
DAVID: Sí,
disculpen. Tengo que irme.
ELVIRA: Quédese.
Vamos a comer algo.
DAVID: Es una
necesidad. Igualmente ya vuelvo.
DIÓGENES: El baño
está a la derecha, señor.
DAVID: No es eso.
Sólo quiero fumar, ¿me permiten?
ELVIRA: No hace
falta que salga. Yo fumo aquí. Esta casa es demasiado amplía.
DAVID:
Igualmente.
(David sale y
Diógenes se marcha a la cocina mientras las mujeres conversan).
BRÍGIDA: Les
prometo una sorpresa para mi cumpleaños.
CLAUDIA: ¿No
tendríamos que darte a vos la sorpresa?
BRÍGIDA: Esta vez
yo los voy a sorprender.
ELVIRA: No te
hagas la interesante, niña.
BRÍGIDA:
Perdoname, mami. Pero esto es un secreto de Estado.
CLAUDIA: Bueno,
yo me voy yendo.
ELVIRA: A la
tarde la esperamos.
CLAUDIA: Dormí la
siesta, Brígida. Te va a hacer bien.
BRÍGIDA: Voy a
intentarlo.
(Claudia sale de
la casa y se encuentra con David, que mira las plantas, mientras acaba su
pucho).
CLAUDIA:
Disculpeme, pero a usted no se lo percibe muy bien, señor Chazarreta.
DAVID: ¿Es por mi
olor? Ah, sí. Se pega a la ropa. Pero usted huele a pan.
CLAUDIA: ¿A pan?
No lo había notado.
DAVID: Así que
también se dedica a hacer pan.
CLAUDIA: A veces
ayudo a mi hermano. Pero cuando decía a que no se ve bien, no me refería
únicamente al olor.
DAVID: Sí, a
veces quisiera hacer desparecer todo. Como quemar estos pastos (tira casi
inconscientemente el cigarrillo sobre el césped). ¡Ay, maldición! (comienza a
pisar el pasto)
CLAUDIA: Se le va
a chamuscar el zapato. ¡Fuego, fuego!
(Diógenes sale de
la casa y al darse cuenta del hecho trae agua).
DIÓGENES: ¿Qué
pasó?
DAVID: Nada, sólo
se me cayó el cigarro mientras hablaba con la señorita…
DIÓGENES:
¿Claudia? Ya se ha ido. La he visto mientras corría.
DAVID: Bueno,
supongo que si no fuera por usted me quemó entero.
DIÓGENES: Lo peor
es que se quemaba entero el patio y la señora Elvira nos mandaba a acribillar a
los dos.
DAVID: (en tono
de broma) entre morir acribillado y quemado, ¿cuál cree que sea peor?
DIÓGENES: Y, en
este caso en particular, ¡acribillado!
ESCENA CUARTA
(Siesta. Patio de Brígida)
BRÍGIDA: ¿Crees que se pueda ver el
amor?
JOSUÉ: ¿Me estás cargando?
BRÍGIDA: No. Quiero decir que… si
crees cuando dos personas se miran pueden decirse que se quieren.
JOSUÉ: Es medio difícil. ¿Usando los
ojos nada más?
BRÍGIDA: Sí.
JOSUÉ: A ver, decime algo con los
ojos, sin palabras.
(Brígida se tapa la boca y abre los
ojos, como sorprendida).
JOSUÉ: Estás…mmm (se toma la
mandíbula) ¡asustada!
BRÍGIDA: parecido
JOSUÉ: ¡Sorprendida!
BRÍGIDA: Sí. Y ahora vos.
(Josué mira penetrantemente a Brígida,
como si estuviera por atacarla)
BRÍGIDA: ¡Estás enojado!
JOSUÉ: ¡Furioso!
BRÍGIDA: Es lo mismo.
JOSUÉ: No, furioso es más que enojado.
BRÍGIDA: Como sea. Pero igual casi
adivino y vos también. Entonces puede ser que los ojos… ¡hablen! O algo así.
JOSUÉ: Más o menos. Ahora contame qué
has visto.
(Brígida se acerca a él y pone sus
manos alrededor de su oído y le cuenta lo que vio).
JOSUÉ: Entonces ahora sos como bruja.
¡Sabes las cosas sin verlas!
BRÍGIDA: je, je. ¡Qué gracioso sos!
Ah, Josué. Una vez me has dicho que tu mamá era amiga de mi papá. ¿Eso es
cierto?
JOSUÉ: Te lo juro (se besa el dedo,
haciendo la forma de cruz). Eran compañeros del colegio.
BRÍGIDA: Ah, pero no eran novios.
JOSUÉ: No, sino seríamos medio
parientes.
(Josué corta el césped con sus manos y
ella cruza los dedos con sus manos enfrentadas. Están así un buen rato, hasta
que Josué saca unas bolitas del bolsillo de su pantalón).
BRÍGIDA: Josué… ¿esas son bolitas?
JOSUÉ: Sí, pero en el pasto no podemos
jugar porque no ruedan.
BRÍGIDA: Pero podemos hacer otra cosa
con ellas. ¡Vamos a tirárnoslas y que el otro la agarre!
JOSUÉ: Bueno, pero no me las vayas a
perder.
(Los niños se tiran una pelotita,
luego Josué cambia y se tiran otra y así juegan y se divierten, hasta que tiran
una que se cae y pierde en la hierba).
BRÍGIDA: Josué, ¿dónde la has tirado?
No la encuentro.
JOSUÉ: Vos porque no la agarras bien.
BRÍGIDA: Bueno, vamos a buscarla.
JOSUÉ: Era una verde con amarillo. A
ver, ¿dónde ha caído?
BRÍGIDA: Por ahí (señala a un lugar determinado).
(Los niños buscan en ese sitio y,
accidentalmente, se dan un cabezazo).
BRÍGIDA: ¡Ay!
JOSUÉ: Culpa tuya ha sido. Vos sos muy
cabezona.
BRÍGIDA: Y vos tienes esa boina que
choca con todo y no te deja ver nada.
JOSUÉ: Pensaba que íbamos a llevarnos
bien.
BRÍGIDA: Sí, pero a vos te molesta
todo.
JOSUÉ: Es que ustedes las mujeres son
unas inútiles que no pueden agarrar ni una bolita en el aire.
BRÍGIDA: (lloriqueando) No seas malo…
JOSUÉ: Perdoname, Brígida. Mi mamá
dice que no sé tratar a las mujeres. Dice que ustedes son menos fuertes, pero
que pueden hacer otras cosas mejor que nosotros, ¿cómo qué?
BRÍGIDA: Mi mamá sabe tejer, aunque no
le gusta mucho. ¿Y la tuya?
JOSUÉ: Bordar, coser y todas esas
cosas. (Piensa) nunca me había dado cuenta que mi papá no sabe hacer eso.
BRÍGIDA: Yo también algún día voy a
aprender a cocinar y hacer todo lo que hacen nuestras mamás.
JOSUÉ: ¡Pero falta un montón!
BRÍGIDA: Sí. Y cuando sea grande voy a
ser maestra, como mi señorita Claudia. ¿Y vos?
JOSUÉ: No sé. Capaz que sea actor.
Quiero hacer de malo y asustar a los que vean las películas
BRÍGIDA: ¿Cómo un monstruo?
JOSUÉ: Sí. Y todo el mundo va a
gritar…. ¡hasta que se den cuenta que no era de verdad!
BRÍGIDA: ¿Y no sería más lindo que
seas el que salva a la princesa?
JOSUÉ: No, porque ese siempre hace
películas que van a ver las mujeres. Y a mí me gustan las de miedo ¡o las de
vaqueros! (Imita a un cowboy) ¡Pum, pum, pum!
BRÍGIDA: (tiernamente) ¿No te gusta el
mar?
JOSUÉ: ¿El mar?
BRÍGIDA: (emocionada) sí, las
películas dónde aparece el mar y todo se vuelve tranquilo…
JOSUÉ: No. Pero me gustan las de
caballos que atraviesan ríos rápido, rápido.
BRÍGIDA: El otro día he ido a conocer
el río. Era lindo, pero no había caballos. No había nadie más que la seño y yo.
JOSUÉ: Porque no han ido por enero.
Ahí se te sube hasta aquí (señala su pecho) el agua y todos hacen carrerita por
llegar más rápido a la orilla. Una vez un primo mío ha desaparecido y lo han
encontrado a los tres días todo muerto, flotando.
BRÍGIDA: ¡Qué feo!
JOSUÉ: Es que él se había metido en la
parte donde hay remolinos y ahí te agarra el agua y ¡zas!, jodete.
BRÍGIDA: ¿y si un día vamos y me
enseñas a nadar?
JOSUÉ: ¿No sabes? Bueno, casi ninguna
mujer sabe nadar, ¡son unas miedosas! Pero para eso estamos los varones. Dios
nos hizo fuertes y valientes.
BRÍGIDA: Y a nosotras delicadas y
dulces. Por eso somos distintos.
JOSUÉ: ¡Mejor juguemos! A ver, ¡a la
rayuela! Pero vamos a un lado donde podamos rayar en el piso. ¡Allá, en esa
parte de cemento! (señala a alguna parte del patio de Brígida donde no hay
césped ni tierra). Mejor sería que vayamos a la vereda, pero aquí estamos bien.
Bueno, yo dibujo la rayuela y te
explico el juego.
(Josué dibuja mientras dice las
instrucciones a su amiga y levantan dos piedras para lanzarlas. Juegan un rato
hasta que se cansan y se despiden).
BRÍGIDA: espero que mi plan salga
bien.
JOSUÉ: Ahora es nuestro plan.
BRÍGIDA: ¡meta, amigo!
ESCENA QUINTA
(Es de noche y están cenando en la
mansión Brígida y su madre)
BRÍGIDA: Mamá, está rico el pescado.
ELVIRA: Sí, hija. Manuela es una buena
cocinera, por eso está todavía en nuestra casa.
BRÍGIDA: ¿Mi papá la conocía de hace
mucho?
ELVIRA: Sí, ella era la hija de su
cocinera y luego le siguió los pasos a su madre.
BRÍGIDA: ¿Y nunca se casó?
ELVIRA: ¿Para qué va a casarse si aquí
tiene más de lo que le podría dar cualquier hombre de su clase?
BRÍGIDA: Pero capaz que ella quería
casarse, madre.
ELVIRA: ¿Qué pasa, Brígida? ¿Por qué
me haces esa insinuación?
BRÍGIDA: No lo sé. Solo se me ocurrió…
Algún día yo también me voy a casar o voy a terminar como Manuela.
ELVIRA: Hija, ella es una muchacha
pobre. Vos, cuando seas grande, vas a tener un montón de candidatos. Cualquiera
que pasa por ésta casa ve lo bella que es y se pregunta quién vivirá. Imaginate
cómo va a ser cuando seas una jovencita y todos los muchachos acomodados
quieran ser esposos tuyos. (Sonriendo) Obviamente vas a tener que elegir uno.
BRÍGIDA: Mamá, ¿alguno de ellos vive
cerca ahora?
ELVIRA: ¿Por qué?
BRÍGIDA: Porque quiero tener amigos
para jugar, no me importa si después no me eligen como esposa.
ELVIRA: Brígida, tu papá y yo hemos
creado un mundo para que vivas. Tienes un caballo, ¿hace cuándo que no lo vas a
visitar? Vete ahora y da un paseo. Es como una ciudad que vos sola vas a
heredar. No tienes por qué compartirla con otros.
BRÍGIDA: ¿Y si yo quiero compartirla?
ELVIRA: (Piensa) No te conviene.
Porque las personas no son de fiar. Hasta los mismos amigos nos traicionan.
BRÍGIDA: ¿Cómo Judas a Jesús?
ELVIRA: Sí.
BRÍGIDA: ¿Entonces en quién tengo que
confiar?
ELVIRA: En mí, ya lo sabes. Y también
en todo aquel que tu corazón te lo diga. Pero tené cuidado, porque la mayoría
de las personas aparenta una cosa y es otra.
BRÍGIDA: (se levanta de la silla)
¡Creo que ya sé en quién voy a confiar! Mamá, me voy a dormir. Estoy
satisfecha.
ELVIRA: Bueno, que tengas un lindo
sueño.
(Brígida va a su habitación y escucha
una armónica. Un sonido suave la envuelve y ahí está otra vez Josué que, ha
trepado otra vez para verla).
BRÍGIDA: Josué…
JOSUÉ: ¿Qué pasa?
BRÍGIDA: Hace frío, entrá.
JOSUÉ: Vos sos la que dejas las
ventanas abiertas.
BRÍGIDA: Sí, pero para que entre vos,
mi amigo del alma.
JOSUÉ: ¿En serio soy tu amigo del
alma? ¡Qué lindo!
BRÍGIDA: Siempre vas a ser mi mejor
amigo… ¿Y yo soy tu mejor amiga?
JOSUÉ: ¡Claro!
BRÍGIDA: Bueno, pero los mejores
amigos se dan algo.
JOSUÉ: ¿Para qué?
BRÍGIDA: Para que el otro sepa que es
su mejor amigo.
JOSUÉ: Ah.
BRÍGIDA: Yo (busca a su alrededor) te
doy… (se mira) esta cadenita que tengo puesta (se la saca del cuello y le da)
JOSUÉ: Y yo… (se fija en sus bolsillos
y no tiene nada más que un alfajor de maicena masticado. No le parece apropiado
entregarle eso y le ofrece le armónica) Te doy esto.
BRÍGIDA: ¡Pero es tu armónica!
JOSUÉ: ¡aj! (finge que no le importa)
Puedo conseguirme otra.
BRÍGIDA: Bueno (toma la armónica y la
guarda en un bolsillo de su saquito). Gracias.
(Brígida mira su amigo con cariño.
Sabe que no podría reemplazarlo por nadie. Josué tiene una media sonrisa, que
no es sincera, porque realmente no entiende todo ese rito que Brígida a hecho
de intercambiar regalos. No sabe qué hacer con la cadena y la guarda en su
bolsillo junto con el alfajor).
BRÍGIDA: Josué… estás invitado a mi
cumpleaños.
JOSUÉ: ¿En verdad?
BRÍGIDA: Sí, no puedo dejar de invitar
a mi mejor amigo. Pero antes, quiero que mi mamá te conozca.
JOSUÉ: Bue, amigaza. Tengo que
buscarte un regalo.
BRÍGIDA: Ya me has dado tu armónica.
JOSUÉ: No, eso ya estaba usado. Te
prometo que tu regalo va a ser algo nuevo.
BRÍGIDA: Está bien.
(Brígida intenta tocar la armónica,
pero luego se la da a Josué para que toque algo. Él, contento, toca una melodía
alegre y dulce).
ESCENA SEXTA
(Brígida está con su profesor. Ella
toca el piano y él revisa sus movimientos. De repente, ella se detiene y lo
mira a los ojos).
DAVID: ¿Qué pasa, Brígida?
BRÍGIDA: Necesito que me ayude con
algo.
DAVID: Mientras pueda…
BRÍGIDA: Espéreme un minuto.
(Brígida se dirige a la puerta
principal, la abre y sale de la casa. David está intrigado. Cruza los brazos
hasta que ve aparecer a la niña con un chico, como de su edad, de la mano. Se
sorprende y luego empieza a inquietarse).
DAVID: Brígida, ¿qué pasa? ¿Quién es
él?
BRÍGIDA: él es mi amigo Josué.
JOSUÉ: (se saca la boina) hola, señor.
DAVID: ¿Era en esto que querías que te
ayude?
BRÍGIDA: Sí, profesor. Por favor
ayúdeme para que mi mamá deje venir a Josué a mi cumple.
DAVID: (la llama aparte con la mano)
Brígida, vos sabes que yo no puedo decirle a tu mamá qué hacer.
BRÍGIDA: Pero puede… aconsejarle. Por
favor. (su cara se torna suplicante).
DAVID: Está bien. (Pensando en vos
alta) Supongo que este era el plan del que me hablaba la señorita Claudia.
BRÍGIDA: Sí.
DAVID: Bueno, veamos qué dice tu
madre.
Diógenes no está a la vista. Josué
mira a su alrededor, intimidado, pero al mismo tiempo deslumbrado por la bonita
casa de Brígida. Se sienta en algún asiento forrado de terciopelo, sin respaldo
ni brazos. Brígida va en busca de su madre, que ella supone que está en su habitación.
David espera, tocando algo en el piano y mirando por la ventana mientras tiene
sus manos en los bolsillos. Quiere fumar, pero se abstiene.
(Brígida baja corriendo las escaleras
y su madre viene por detrás).
ELVIRA: Brígida, Brígida. Ya te he
visto tocar, ¿ahora qué quieres?
DAVID: No es por ese motivo, señora.
ELVIRA: Profesor, buenos días antes
que nada. No he dormido a su lado (Elvira solo lo mira a él y no se percata de
la presencia de Josué).
DAVID: Cierto, buenos días.
ELVIRA: No importa, a todos se nos
pasa. Ah, me decía que mi hija no es la que va a tocar. Entonces, ¿será usted?
BRÍGIDA: (la nena se acerca a su madre
lentamente) No, mamá.
ELVIRA: ¿Y entonces?
BRÍGIDA: Es por él (señala a Josué que
está fuera del triángulo que han formado Elvira, Brígida y David. Elvira no
termina de entender y Josué se levanta del banco en el que está y acerca a
ellos).
JOSUÉ: Hola, señora. Mi nombre es
Josué. (Ahora está muy cerca de Elvira y él agacha la cabeza porque está
cohibido).
ELVIRA: (lo mira con asco) ¿Quién es
este chico? ¿El vecino?
BRÍGIDA: Sí, mamá. Es mi amigo.
ELVIRA: (horrorizada) ¿Este cochino es
tu amigo? ¡Ya sacalo de mi vista! (se da vuelta).
BRÍGIDA: ¡Pero, mamá…! ¡ Quiero invitarlo a mi cumpleaños!
ELVIRA: (se voltea y mira a la niña) ¡Ni
lo pienses!
DAVID: Señora, disculpe, pero yo creo
que la niña podría invitar aunque sea a un amiguito a su fiesta.
ELVIRA: ¡Ese chico no es su amigo,
sólo un roñoso que ya debe irse! Aparte ¿alguien le pidió opinión a usted o
acaso es Defensor de los Niños?
DAVID: Yo… (no sabe qué decir)
ELVIRA: No me diga cómo criar a mi
hija, profesor.
DAVID: Es que no veo nada malo.
ELVIRA: ¿Nada malo? ¿De dónde cree que
viene ese chico, de un palacio? No debería ni haber conocido a mi hija. ¡Va a
traernos toda las lacras y pestes! (se toma de la cabeza y empieza a toser
exageradamente, perdiendo el equilibrio).
DAVID: (la toma del brazo) Señora...
(Elvira comienza a ahogarse) Brígida, por favor… (Le hace señas con la cabeza
de que lleve a Josué fuera de la casa).
(Brígida sale de la casa con Josué y
Diógenes se despierta, sobresaltado, y corre junto a Elvira. Él y David la
hacen recostar sobre un sofá. La mujer no para de toser y se ahoga cada tanto).
ELVIRA: (con voz apenas oíble) Ay, ¿ya
se fue el chico de la boina sucia?
DAVID: Sí, señora. Perdone pero yo no
supuse que a usted…
ELVIRA: (lo interrumpe) ya está. Me
duele mucho la cabeza. Diógenes, por favor tráigame un vaso con agua.
DIÓGENES: Muy bien (Diógenes se
marcha).
DAVID: (acerca una silla junto al
sillón dónde reposa Elvira) Creo que le bajó la presión.
ELVIRA: Sí, ¿no tiene un caramelo?
(David revisa sus bolsillos). Entre el estrés y la mugre que tenía ese chico…
DAVID: (encuentra un caramelo) Sí. (Lo
saca y se lo da).
(Elvira le saca el papel, lo introduce
en la boca y le da la espalda a David. David sentado, con las piernas abiertas,
se toma la cara con las manos en actitud de espera. Llega Diógenes, le trae a
Elvira el agua, que se da vuelta y David, que se siente culpable por lo
sucedido, se ve obligado a darle de tomar).
ELVIRA: Ya está. Ya no quiero más.
DAVID: Bueno, señora. La voy a dejar
tranquila y perdone por lo de hoy.
ELVIRA: Ya sabe para otra vuelta. Nos
vemos mañana.
(David sale de la casa, cabizbajo, con
las manos en los bolsillos del pantalón. Encuentra a Brígida sola, sentada en
el césped. David se acerca a ella y se gacha para estar a su altura).
DAVID: No nos salieron las cosas cómo
queríamos, Brígida.
BRÍGIDA: (seria) No importa. Al menos
lo intentamos.
DAVID: (paternalmente) Tu mamá está
enferma. Vete a hacerle compañía.
BRÍGIDA: Ella está mejor sin mí. Yo…
prefiero quedarme aquí.
DAVID: Bueno, nos vemos mañana, niña.
BRÍGIDA: Adiós, profesor.
(David se marcha y Brígida queda dónde
estaba, con la mirada perdida).
ACTO CUARTO
ESCENA PRIMERA
(Día del cumpleaños de Brígida. es una
mañana de sábado. alguien golpea su ventana. Ella se levanta y la abre).
JOSUÉ: (con mirada triste) Brígida,
feliz cumpleaños (le da un paquete).
BRÍGIDA: (refregándose los ojos, toma
el paquete, sin darse del todo cuenta de la situación) ¿Qué es?
JOSUÉ: Fijate.
(Brígida abre el paquete. Es un
sombrero de piel de conejo).
BRÍGIDA: Es muy bonito, Josué.
Gracias.
JOSUÉ: De nada. Ya me voy.
BRÍGIDA: ¿Tan rápido?
JOSUÉ: Tu mamá ha dicho muy clarito
que no te juntes conmigo.
BRÍGIDA: Pero eso no quiere decir que
tenga que hacerle caso.
JOSUÉ: ¿Vas a desobedecerla?
BRÍGIDA: En eso, sí.
(Josué sonríe y Brígida lo invita a
pasar a su pieza. Ella se prueba el sombrero y se fija cómo le queda frente al
espejo).
JOSUÉ: Brígida, ¿voy a poder venir hoy
a tu cumpleaños?
BRÍGIDA: (melancólicamente) Josué…
JOSUÉ: (molesto) ¡Ya sé! Eso quiere
decir que no. Mejor me voy.
BRÍGIDA: A mi cumpleaños va a venir
mucha gente que no es mi amiga. Vos sos mi amigo y no importa que no vengas.
Igual vamos a seguir siendo amigos, ¿quieres?
JOSUÉ: Bueno, pero el año que viene
convencela a tu mamá para que me invite.
BRÍGIDA: Sí. Al año ya voy a ser más
grande y me van a dejar inivtarte.
JOSUÉ: ¡Qué bueno! Ahora juguemos a
algo.
BRÍGIDA: ¿A trepar al árbol?
JOSUÉ: Sí, meta. Vamos afuera.
(Los niños salen y se dirigen al árbol
más cercano y lo trepan. Josué llega primero a la copa y le gana a su amiga.
Los niños se quedan arriba hablando y, de vez en cuando, cruzan de una rama a
otra).
ESCENA SEGUNDA
(Es de tarde. El salón principal y el
hall de la casa de Brígida están repletos de gente. Casi todos son amigos de
Elvira, políticos o ricachones a los que tiene cierta simpatía. Diógenes va de
un lado a otro atendiendo a los invitados. Elvira conversa con los más afines a
ella, pero trata de estar en todo. Su vestimenta es elegante y es el centro de
las miradas. Brígida, a pesar de la ausencia de Josué, parece divertirse con
los demás niños jugando a las escondidas. Entra Claudia, saluda a la niña y le
da su regalo).
CLAUDIA: ¡Un año más de vida!
BRÍGIDA: Sí.
CLAUDIA: ¿La estás pasando bien?
BRÍGIDA: Sí, pero creo que sería mejor
si mi mamá hubiera querido que venga mi amigo Josué. Ella dice que él es…
roñoso. Pero yo no creo que él sea así.
(Se acerca Elvira a ellas).
ELVIRA: Buenas tardes, maestra. Me
alegra que haya venido.
CLAUDIA: (nerviosa) Como siempre.
ELVIRA: Puede sentarse si quiere.
CLAUDIA: No, estoy bien así.
ELVIRA: Así que la seño te ha traído
un regalo. Hacemelo ver, Brígida.
BRÍGIDA: Después lo abro, mamá.
ELVIRA: Vamos… seguramente la señorita
quiere que lo veas en su presencia.
CLAUDIA: No es necesario.
(Entra David)
ELVIRA: Permiso señoritas, un
invitado. (Se va dónde David)
CLAUDIA: Brígida, vete a jugar.
Después lo abres.
BRÍGIDA: Bueno, chau.
(Claudia se acerca al dúo de Elvira y
David que charlan).
ELVIRA: Sírvase lo que guste,
profesor.
DAVID: Gracias. Me pregunto dónde está
Brígida.
CLAUDIA: (junto a Elvira, sin que ésta
lo perciba) Jugando con los demás niños.
ELVIRA: (asustada) Es usted muy
sigilosa, señorita.
CLAUDIA: Sí.
DAVID: ¡No será! El otro día me ha
dejado solo hablando mientras me quemaba el zapato.
(Elvira lo mira sorprendida y Claudia
como si estuviera de más su comentario. Él se sonroja).
ELVIRA: Si recuerdo ese accidente del
que me contó Diógenes (empieza a toser).
DAVID: Fue un tanto tonto. Yo… (la tos
de Elvira no deja oír a David).
ELVIRA: (avergonzada) Ya regreso. (Se
va)
CLAUDIA: ¿Qué le pasa?
DAVID: Anda enferma así desde que le
presentamos con Brígida al tal Josué. Ella dice que la contagió de algo.
CLAUDIA: ¿Gripe?
DAVID: No, según parece el chico ha
tenido tuberculosis.
CLAUDIA: Y usted va a terminar igual
si no deja ese cigarro, don Chazarreta.
DAVID: Quisiera dejarlo, pero se me
hace tan difícil como… (sonriendo) para usted no salir corriendo ante una
chispita de fuego. ¿De verdad se asustó tanto?
CLAUDIA: (seria) Sí.
DAVID: Bueno, no quisiera ofenderla
pero me parece muy infantil su comportamiento.
CLAUDIA: Disculpe, señor Chazarreta, pero
que usted sea medio pirómano no significa que yo tenga que ser igual.
DAVID: No se enoje…
CLAUDIA: ¡Eso dice porque no vio morir
a su madre entre las llamas!
DAVID: ¿Ah?
(Claudia, dándose cuenta de que ha
hablado más de lo debido, se aparta y se dirige al baño. David la alcanza).
DAVID: Perdone. No sabía lo de su
madre
CLAUDIA: No lo sabe nadie, salvo mis
vecinos del barrio. Ellos han visto a mi hermano antes y después de ser quemado
por las llamas.
DAVID: ¿Su hermano sobrevivió?
CLAUDIA: Sí, pero esa vez nos quedamos
sin madre ni casa.
DAVID: ¿Y su padre?
CLAUDIA: Se ve que usted es hijo
legítimo.
DAVID: Entiendo… (irónicamente) Pero
deje de tratarme cómo si yo fuera su padre.
CLAUDIA: No lo comprendo. (enfurecida)
¿Se está burlando de mí?
DAVID: No. Es que… simplemente
entiendo no soy mucho mayor que usted, y me trata como si fuera… ¡de la edad de
Diógenes! parece ¿Es que así trata a todo el mundo?
CLAUDIA: No, a mis hermanos no.
DAVID: Bueno, usted es muy buena,
pero... no me tenga miedo. No la voy a marginar porque le tenga miedo al fuego,
aunque algunos lo harían.
CLAUDIA: ¿Algunos cómo doña Elvira?
Esa mujer llega a… repelerme. Está arruinando la vida de su hija y se atreve
a... ¡llenar toda esta casa de hipócritas! ¡Ni conocen a Brígida! creo que lo
mejor sería irme.
DAVID: ¿Así se comporta con su alumna
tan querida?
CLAUDIA: No es contra ella.
DAVID: Pues al menos vaya a despedirla
y dele este regalo de mi parte (saca una bolsita del bolsillo de su saco y se
lo da a Claudia).
CLAUDIA: Está bien (ella lo mira con resentimiento,
pero sabe que sería irrespetuoso irse sin saludar).
(David se sienta en un sillón perdido
en algún lugar y empieza a dormirse, hasta que siente que lo abrazan).
BRÍGIDA: Gracias, profesor.
DAVID: De nada.
BRÍGIDA: Es ahora la hora de la torta.
Venga así come algo, porque después no le prometo que quede.
DAVID: (sonriendo) Bueno.
(Brígida lleva de la mano a David
hasta la mesa principal dónde están todos los invitados esperando a la
cumpleañera. Elvira parece estar repuesta y espera a su hija. Claudia también
se ha quedado para la hora de la velita. Cantan el feliz cumpleaños y la niña
apaga las velitas. Luego se cortan las porciones).
BRÍGIDA: ¿Me puedes servir primero a
mí, Diógenes?
DIÓGENES: Claro, niña.
(Brígida sale corriendo y se va a su
habitación. Sale por la ventana y le entrega la porción a Josué)
JOSUÉ: Gracias (mientras mete los
dedos en el merengue).
BRÍGIDA: Josué, ¡no seas sucio!
JOSUÉ: (con la boca sucia y con
comida) es que está rica.
(Brígida vuelve al salón y mientras
todos comen torta, ella se para sobre una silla).
BRÍGIDA: Shhhh, (grita) ¿pueden
callarse todos? Quiero darles una sorpresa.
(Se dirige al piano, lo abre y toca Para Elisa. Todos están cautivados, por
esa típica actitud de reconocer todo lo bueno de muerto, o del cumpleañero en
este caso. Una que otra nota parecen escapársele, pero David está sonriente,
porque ve los progresos de su alumna. Elvira no hace más que deleitarse y
decirle a sus amistades que ella sabía que su niña sería grandiosa. Claudia la
mira y sabe que no sólo la niña está cambiando, sino ella misma. Diógenes, con
ojos de abuelo, compara a esa niña con la beba que vio nacer años atrás: un
cambio drástico.
Las lágrimas generalizadas cuando
termina la ejecución son la regla y Elvira abraza a su hija, David la felicita
y Diógenes la alza como si fuera su propia nieta. Claudia sólo la mira de lejos
y se va de la fiesta sin que nadie la vea).
ELVIRA: Usted es grandioso, David.
DAVID: Gracias señora, pero su hija
también es muy buena.
ELVIRA: Me complacería escucharlo
tocar algo a usted ahora.
DAVID: ¿No cree que sea inoportuno?
ELVIRA: En absoluto.
(David toca las teclas del piano y
hace vibrar a cada una de ellas. Brígida se siente un poco avergonzada, porque
él sabe sin duda mucho más que ella, pero al mismo tiempo está feliz de que su
docente sea tan buen músico. Claudia, que ya está camino a su casa sólo se
detiene a escuchar esas bellas melodías para tener algún lindo recuerdo en su
mente, y luego sigue su marcha).
ESCENA TERCERA
(Dos días después del cumpleaños. Es
de tardecita y Claudia está dándole clases a Brígida).
CLAUDIA: La tabla del 9, ¿te la
acuerdas?
BRÍGIDA: Me acuerdo que los
resultados, si los sumamos, siempre dan 9.
CLAUDIA: ¿Por ejemplo?
BRÍGIDA: 1x9=9
CLAUDIA: Ah, esa es fácil.
BRÍGIDA: Bueno. 3x9=27. 2+7=9
CLAUDIA: Bien, bien. ¿Y 8x9?
BRÍGIDA: Ah, esa es más difícil, pero
era… ¡81!
CLAUDIA: ¡Perfecto!
(Entra Elvira, desmejorada con
respecto a otras veces, pero conservando su glamour)
ELVIRA: (con buen humor) Señorita
Claudia, me llamó la atención profundamente el regalo que hizo a mi hija. Usted
ha demostrado tener buen gusto.
CLAUDIA: Señora, conozco a su hija muy
bien y sé que lo suyo son los vestidos bordados.
ELVIRA: (confundida) Sí, esos le gustan
a ella. Pero, yo me refería al sombrero que le obsequió.
(Brígida se pone nerviosa, pero hace
como si siguiera con sus cuentas).
CLAUDIA: (contenta) Ah, sí. ¡Ese
vestido rojo con puntitas es una delicia! Si me anduviera, ¡lo usaría!
ELVIRA: (pensativa) creo que no nos
estamos entendiendo. ¿Usted no le regaló a mi hija un sombrero de piel de
conejo?
CLAUDIA: No, ¿por qué?
ELVIRA: (enfurecida) ¡Brígida! veni,
acercate. (la niña se acerca lentamente, cabizbaja. Claudia observa la escena
sin comprender.) ¿Por qué me has mentido?
BRÍGIDA: Mamá…
ELVIRA: ¿Quién te dio eso? ¿o lo
robaste?
BRÍGIDA: (preocupada) No, no. No soy
una ladrona.
ELVIRA: ¿Entonces quién fue? (la niña
guarda silencio) ¡Vamos! (la agarra del brazo)
BRÍGIDA: (sollozando) mamá… por favor.
ELVIRA: ¡Por favor nada! (piensa) no
me digas que fue ese supuesto amigo tuyo el tal… Jonás, Joel, ¿cómo era?
BRÍGIDA: Josué
ELVIRA: ¡Ese! El niño ha resultado ser
un ladrón
BRÍGIDA: ¡No, él no es ningún ladrón!
ELVIRA: no lo defiendas, ¿acaso has
vuelto a jugar con él? (la niña no contesta) ¡Contestame!
BRÍGIDA: (con voz suave) Sí.
(Elvira le da una bofetada. Claudia
que ha mirado toda la escena sin decir nada, acude hasta la niña y la protege
de la ira de su madre).
CLAUDIA: Señora, ¡es sólo una niña!
ELVIRA: Y usted apenas ha dejado de
serlo.
CLAUDIA: Ya soy una adulta.
ELVIRA: No tiene idea de lo que es ser
madre.
CLAUDIA: Y usted, ¡de lo que es ser
buena!
ELVIRA: (Sorprendida) ¡Así que ahora se reveló la chiquilla!
CLAUDIA: (por lo bajo) Ya era hora.
ELVIRA: Mejor prosiga la clase, haré
cómo que no la he escuchado.
CLAUDIA: ¡no! No pienso seguir siendo
su cómplice. ¡Así que olvídese de maltratar a esta niña!
ELVIRA: ¿maltrato? ¡Cállese atrevida!
CLAUDIA: No voy a permitir que
usted me haga callar.
ELVIRA: Entonces váyase.
CLAUDIA: Sí, me voy. Antes de que me
despida, renuncio.
ELVIRA: Al menos tiene orgullo.
(Brígida no sabe qué hacer y Claudia
levanta todas sus cosas).
CLAUDIA: (en voz baja) Brígida,
perdóname que te deje en este infierno.
BRÍGIDA: Espero verla pronto.
CLAUDIA: Eso sólo Dios lo sabe
(Claudia abraza a su alumna y ella la
imita. Elvira no sabe qué hacer y lo primero que hace al irse Claudia es cerrar
ella misma la puerta estrepitosamente).
ELVIRA: ¡una persona menos a la que
aguantar!
BRÍGIDA: (con voz triste) Mamá
ELVIRA: ¡Y vos más vale que no salgas
más que para tus clases de piano!
(Brígida se dirige a su habitación. Diógenes
ha oído todo y se siente impotente ante la situación).
ESCENA CUARTA
(viernes a la mañana, en la cocina)
ELVIRA: He amanecido mal, Diógenes.
Prepáreme algo con miel y limón.
DIÓGENES: ¿Un té?
ELVIRA: Sí, es suficiente. ¿Ha venido
el profesor?
DIÓGENES: Sí, está con la niña en la
sala.
(Elvira entra a la sala y se sienta en
el sillón, para presenciar la clase. Mientras Brígida practica en el piano,
David va a sentarse a su lado).
DAVID: Buenos días.
ELVIRA: Buenos días para usted,
profesor.
DAVID: ¿Le pasa algo?
ELVIRA: Simplemente es un mal día. ¿No
los ha tenido?
DAVID: de vez en cuando, pero por lo
general toco el piano cuando me siento mal. Así se me pasa el mal humor.
ELVIRA: Yo no sé tocar ni la flauta
dulce.
DAVID: Debe tener otro talento.
ELVIRA: Sí, enfermarme y que nadie me
crea.
DAVID: Yo si le creo, señora.
ELVIRA: Con su mirada de niño pícaro
no me dice nada.
DAVID: Está bien. Me cuesta controlar
mis gestos.
(Elvira empieza a toser).
ELVIRA: No quiero contagiar a nadie.
Mejor me retiro.
DAVID: No es necesario.
ELVIRA: ¿En verdad me lo dice?
DAVID: De hecho, no. Pero tampoco quiero
que se sienta excluida.
ELVIRA: Debería estar postrada en mi
cama con esta tuberculosis.
DAVID: Sea más optimista. ¡Se va a
mejorar!
ELVIRA: No sea condescendiente. Desearía
compartir un cigarro con usted y no puedo. ¿Comprende lo mal que me siento?
DAVID: Sólo trato de hacerla sentir
bien.
ELVIRA: ¿Bien? Mejor toque algo.
(Brígida le da paso a su maestro,
quien toca alguna melodía que le dedicó alguna vez a su difunta esposa).
ELVIRA: Usted hace que mis pulmones
recuperen su vitalidad.
DAVID: Lo hace el piano, no yo.
ESCENA QUINTA
(Habitación de Brígida. unos días
después, casi de noche. Josué está tendido sobre la cama de Brígida y ella está
de pie, mirando por la ventana. Conversan).
BRÍGIDA: sería mejor mi madre se
casara con Diógenes que con el profesor David.
JOSUÉ: ¿Por qué no lo quieres?
BRÍGIDA: No es que no lo quiera, pero…
creo que mi mamá le está mintiendo que está enferma para que él le tenga
lástima. Y eso no me gusta.
Aparte, desde que la seño se fue está diciendo
todo el tiempo que se arrepiente de que haya sido mi maestra. ojala volviera.
Pero no creo.
JOSUÉ: Capaz que vuelva cuando menos
te des cuenta.
BRÍGIDA: No, no ha venido estos días.
Todo ha sido mi culpa, porque no me animaba a decirle a mi má que eras vos.
JOSUÉ: ¿Tanta vergüenza te doy?
BRÍGIDA: No me das vergüenza, pero
ella no quiere que seamos amigos.
JOSUÉ: Sí, en tu cumple únicamente he
podido comer torta.
BRÍGIDA: Las cosas van a cambiar y…
¡tengo que buscar a la seño y pedirle que vuelva! Ella puede ayudarme. Me
parece que el profe David no va a hacer nada que mi mamá no quiera.
JOSUÉ: ¿Pero sabes dónde vive tu
maestra?
BRÍGIDA: (dándose cuenta) no…
JOSUÉ: ¿Y qué quieres que hagamos? Tu
mamá no nos va a decir dónde vive.
BRÍGIDA: (se le prendió la lamparita) ¡Diógenes!
Él debe saber.
JOSUÉ: ¿Tu mayordomo? Ese señor apenas
debe acordarse de su nombre. ¡Es muy grande!
BRÍGIDA: (riendo) ¡No es tan grande!
Lo que pasa es que tiene muchas arrugas. (Pausa) pero igual él sabe bien cómo
somos todos los de la casa. Un día me acuerdo que dijo (imitando la voz de él)
“Niña linda, ¿acaso crees que algo se me pasa a mí? Yo no soy Dios, pero sé
todo lo que pasa en esta casa”.
JOSUÉ: podemos ir a visitarla, ¿te
parece?
BRÍGIDA: ¡seguro!
JOSUÉ: choquen esos cinco (los chicos chocan
una de sus manos).
ESCENA SEXTA
BRÍGIDA: (susurrando) Josué, ya estoy
lista.
JOSUÉ: ¿nunca te escapaste de tu casa?
BRÍGIDA: ¿Por qué?
JOSUÉ: No tienes que traer una mochila
llena de cosas.
BRÍGIDA: ¡pero son importantes!
JOSUÉ: A ver, ¿qué traes?
BRÍGIDA: Eh, (enumerando con los
dedos) una linterna, una frazadita, mi muñeca Yola.
JOSUÉ: ¿Traes una muñeca?
BRÍGIDA: Sí, sino me da miedo la
oscuridad.
JOSUÉ: ¿Duermes todavía con tu muñeca?
BRÍGIDA: (con vergüenza) sí. ¿Está
mal?
JOSUÉ: (burlándose) Eso hacen las
nenas.
BRÍGIDA: ¡No te burles!
JOSUÉ: Bua, mejor vámonos sino nos
llegamos. ¿Dónde ha dicho tu mayordomo que queda?
BRÍGIDA: Es medio lejos. Queda por
allá (señala al este).
(Los niños caminan bastante y Brígida
se da cuenta que ese no era el camino y comienza a lloriquear).
JOSUÉ: ¿Qué pasa, Brígida? ¿Te hace
frío? Ponete esa frazada que has traído.
BRÍGIDA: No, no es eso Josué.
JOSUÉ: ¿Y entonces?
BRÍGIDA: (desesperada) ¡Nos hemos
perdido! Por aquí no era.
JOSUÉ: ¿Y ahora qué hacemos?
BRÍGIDA: No sé. Esperemos que pase
alguien.
JOSUÉ: ¡Es de madrugada!
BRÍGIDA: Bueno, caminemos por dónde
vinimos.
JOSUÉ: Eso está mejor.
(Regresan por el mismo camino, pero de
vez en cuando no están seguros y debaten por dónde es que fueron).
BRÍGIDA: Josué se me hace que no era
por aquí.
JOSUÉ: Sí, por aquí era.
BRÍGIDA: Ese perro no estaba.
JOSUÉ: ¿Es que estaba dormido?
BRÍGIDA: ¿Y qué hora es que ahora está despierto?
JOSUÉ: No sé.
(Empieza a amanecer y todavía no han
regresado a sus casas. Brígida comienza a desesperarse. Encuentran a un
policía).
JOSUÉ: Señor, nos hemos perdido.
Seguro que conoce la casa de mi amiga. Yo vivo cerca. Ella vive en una casa
grande.
POLICÍA: ¿Cuál es tu apellido nena?
BRÍGIDA: Sepúlveda.
POLICÍA: Ah, ya los llevo hasta ahí.
No sabía que doña Elvira tuviera una hija.
BRÍGIDA: ¿Conoce a mi mamá?
POLICÍA: Sí, pero antes de que se
casara con tu papá.
BRÍGIDA: Mi papá ya murió.
POLICÍA: Lo lamento, pequeña.
(El policía los acompaña hasta la casa
de Brígida y llama a la puerta. Ya es casi media mañana. Josué se esconde para
que no lo vean. Los atiende Diógenes).
DIÓGENES: Brígida, ¿dónde andabas?
BRÍGIDA: Buscando a la seño Clau.
DIÓGENES: Si sabía que era para esto
no te daba su dirección. Tu mamá está preocupada por vos. (Dirigiéndose al
policía) Gracias por su ayuda, agente.
POLICÍA: Dicen que para eso estoy.
Ahora voy a dejar al niño.
DIÓGENES: ¿Josué anda con usted?
(El chico sale de detrás del policía y
pone cara de inocente).
DIÓGENES: ¡Ya sabía que había ido con
ese chico! Brígida no era así hasta que conoció a este niño. Señor policía,
dígale a la madre de este niño que lo cuide bien. ¡No puede ser que se vaya de
la casa y nadie le diga nada!
POLICÍA: Seguramente deben estar tan
preocupados como ustedes. Mándele saludos a la señora Elvira de parte de
Gumersindo Albornoz.
DIÓGENES: ¿Cómo no? Adiós y gracias
nuevamente.
(Diógenes y Brígida entran a la casa y
el policía se va con Josué)
ELVIRA: Recién se te ocurre aparecer,
criatura de Dios.
BRÍGIDA: Me perdí.
ELVIRA: Sigues andando jodiendo con
ese nene, ¿no?
BRÍGIDA: Sí, él me ayudó a buscar a la
seño (Brígida deja de hablar porque se da cuenta qué habló de más).
ELVIRA: Así que fueron a buscar a la
maestra Vélez. Bueno, parece que con vos no son suficientes las palabras ni las
cachetadas.
BRÍGIDA: Mamá…
ELVIRA: ¡No me digas nada!
(conteniendo su ira) Ya está por venir tu profesor de piano, cambiate y bajá.
BRÍGIDA: Mamá, creo que sería mejor
que durmiera un poco.
ELVIRA: No, hace lo que te digo.
Después veré que hago con vos.
(La niña se marcha a su pieza y Elvira
vuelve a tener descompensaciones).
ESCENA SÉPTIMA
(David se retira de su clase con
Brígida y siente que alguien lo sigue. Se detiene)-
DAVID: ¿Usted me está siguiendo?
DESCONOCIDO/A: No, sólo quería
preguntarle algo.
(David se da vuelta).
DAVID: Señorita Claudia, (con
curiosidad) ¿qué se supone que hace aquí?
CLAUDIA: (resignada) Nada extraño.
Sólo quería saber cómo están todos.
DAVID: Y… ¡como siempre!
CLAUDIA: ¿Tan sólo eso? ¡Dígame algo
más!
DAVID: Usted es demasiado exigente.
CLAUDIA: no me hubiera acercado a
usted si sabría que me trataría así.
DAVID: Disculpe, pero no la estoy
tratando mal, sólo que… no sé. Si quiere saber más, vuelva.
CLAUDIA: No puedo volver. Traté mal a
doña Elvira.
DAVID: Usted tiene algo personal
contra doña Elvira.
CLAUDIA: Sí, no tolero que fume y que
trate tan mal a esa chiquilla.
DAVID: Pero me refiero a que… No
quiero ser atrevido, pero usted, en el fondo, debe querer ser cómo ella.
CLAUDIA: (indignada) ¿Qué? ¿Se está
burlando de mí? (Pausa) Pensé que habíamos quedado en ser amigos.
DAVID: (se aleja y luego se da vuelta
y le sonríe) ¡Usted es tan ingenua! (le toma las manos y las da vuelta, con la
palma hacia arriba, dibujando algo con sus dedos)
CLAUDIA: (confundida) ¿Qué está
haciendo?
DAVID: Nada. Sólo dibujando en sus
manos.
(Claudia baja la cabeza, se sonroja y
comienza a lagrimear).
DAVID: ¿Tanto le duele que la quieran?
CLAUDIA: Será por qué siempre he
temido a que lo hagan.
DAVID: ¿Prefiere que la odie?
CLAUDIA: No, eso me haría infeliz. De
todos modos, está pagando muy caro para que lo ame.
DAVID: ¿Y cuándo voy a terminar de
pagar?
CLAUDIA: Nunca, pero voy a aceptar su
oferta.
(David la abraza y Claudia se apoya
sobre su hombro).
ESCENA OCTAVA
JOSUÉ: Brígida, yo le creo a tu mamá.
BRÍGIDA: ¿Qué?
JOSUÉ: que esté enferma, porque yo también
he estado así cuando me tenía tuberculosis.
BRÍGIDA: ¿Vos la has contagiado?
JOSUÉ: No sé. Según mi mamá ya estoy
curado.
BRÍGIDA: Capaz que se ha confundido.
(Brígida se aísla y luego de unos
momentos despide a su amigo con un saludo de mano).
ESCENA NOVENA
(Habitación de Elvira. Ella está
acostada y Brígida le lee una revista de moda sentada en una silla a su lado.
Al ver que su mamá comienza a dormirse, Brígida deja de leer, cierra la
revista, se pone de pie y cuando está por apagar la luz, la interrumpe Elvira).
ELVIRA: ¿Ya piensas irte?
BRÍGIDA: Mamá, estás durmiéndote.
ELVIRA: Quiero que te quedes.
BRÍGIDA: ¿Y qué voy a hacer a tu lado?
ELVIRA: Acompañarme.
(Brígida vuelve a sentarse).
BRÍGIDA: ¿Te sigo leyendo?
ELVIRA: No, me aburre.
BRÍGIDA: Me hubieras dicho. Te leía el
diario.
ELVIRA: Brígida, quiero hablar con
vos.
BRÍGIDA: (con temor) Bueno.
ELVIRA: Todos llegamos a una edad en
que dejamos de ser niños y tenemos que aprender cosas nuevas o, más que nuevas,
desconocidas. Yo sé que vos sos inteligente, pero que debo confesarte que nunca
te he sido del todo sincera.
BRÍGIDA: Supongo que me vas a decir
que no existe el cuco.
ELVIRA: No. Es algo más serio.
BRÍGIDA: ¿Es un secreto?
ELVIRA: Algo así. Mirá, hay cosas que
no se les dicen a los niños porque se piensa que no van a entender o que se
pueden sentir mal. (Pausa) Pero ahora estás grandecita y si esta tuberculosis
me deja muda,… ¡seguro me muero de cáncer como la Eva!
BRÍGIDA: Mamá…
ELVIRA: Era una estúpida broma.
(Contiene la respiración) sólo quería que supieras que tu papá y yo te hemos
criado con mucho amor, pero… no somos tus padres biológicos.
BRÍGIDA: (con desconfianza) ¿Cómo que
no son biológicos?
ELVIRA: (resignada) Significa que sos
adoptada, Brígida.
(Brígida estalla en lágrimas y le tira
en la cara el libro a Elvira. Sale de la pieza y no sabe qué hacer. Entonces se
dirige a su pieza. Como sus lágrimas le impiden ver bien, se tropieza por las
escaleras y cae. Diógenes, al escuchar el golpe, la auxilia).
DIÓGENES: (desesperado) Brígida,
Brígida, ¿estás bien? (la toma en sus brazos y la lleva).
ACTO QUINTO
ESCENA PRIMERA
(Han pasado tres años. La escena
transcurre en la misma casa de los actos anteriores, pero mucho más deteriorada
y sucia).
DIÓGENES: (cantando, mientras pasa un
plumero a una biblioteca) Hubiera deseado ser cantor, para decirte estrofitas
lindas, así me amaras con fiereza, mi dulce tigresa.
BRÍGIDA: (en silla de ruedas) es
ridículo lo que dices, Diógenes.
DIÓGENES: Se lo solía cantar a mi
esposa.
BRÍGIDA: Pero ahora ya no te escucha,
¡está muerta!
DIÓGENES: Tienes razón, pero no seas
tan insensible.
BRÍGIDA: Sólo soy sincera.
(Entra Josué, sin pedir permiso, con
su típica boina).
JOSUÉ: Buenos días, les traje
noticias.
BRÍGIDA: A ver. ¡Haceme ver!
JOSUÉ: Pedímelo con amor.
BRÍGIDA: ¿Por qué sos tan pedigüeño?
JOSUÉ: (con humor) Yo no soy tan
pedigüeño como vos parecida a tu madre.
BRÍGIDA: (molesta) ¡atrevido!
JOSUÉ: Bue, lo que sea. Miren lo que
hay de nuevo en el diario.
BRÍGIDA: ¿Qué? ¿Se casan David y
Claudia?
JOSUÉ: ¡no! Esos dos nos deben un
sueldo.
BRÍGIDA: ¿Y entonces?
JOSUÉ: ¡Ganaste el premio de
literatura juvenil!
BRÍGIDA: (Brígida sonríe y le quita el
diario). A ver, prestame.
JOSUÉ: Es un segundo lugar, pero está
bien.
BRÍGIDA: (arroja el diario al suelo,
enojada) ¡Segundo lugar, segundo lugar! ¿Para qué quiero un segundo lugar?
JOSUÉ: Está bueno. Creo que te regalan
libros o algo así. A vos te gusta eso.
BRÍGIDA: ¡No! (da la vuelta con su
silla de ruedas).
JOSUÉ: (melancólico) Brígida… ni el
canillita te puede hacer feliz.
BRÍGIDA: (con la cabeza baja) soy
feliz, a mi manera.
JOSUÉ: ¿Y crees que tus padres estarían
felices con que seas feliz de esa manera?
BRÍGIDA: ¡No tengo padres!
JOSUÉ: ¿Y Diógenes?
BRÍGIDA: Él es mi sirviente.
JOSUÉ: Gracias a Dios que te dejaron
herencia.
BRÍGIDA: Y es lo menos que podía hacer
esa fumadora cancerosa después de arruinarme la vida.
JOSUÉ: ¿Así respetas a tu madre?
BRÍGIDA: Es lo que menos se merece.
JOSUÉ: Brígida, he pensado en vos
estos días y pensé que podíamos ir de paseo uno de estos días.
BRÍGIDA: ¿Paseo? Debo leer.
JOSUÉ: Te la pasas leyendo, ¿no tienes
más qué hacer? (Brígida baja la cabeza y no le contesta. Josué se agacha para
mirarla a los ojos). Te prometo que esta salida va a ser más divertida que leer
Mujercitas.
BRÍGIDA: Está bien, Josué. Tu tozudez
es tu mejor virtud.
JOSUÉ: (feliz) ¡Entonces peco por virtuoso!
BRÍGIDA: No, sos un pesado.
JOSUÉ: ¿Alguna vez te he tratado mal
desde que te conozco?
BRÍGIDA: No, pero yo no soy un turco
mediocre como vos.
JOSUÉ: Si es que aún vengo a esta casa
debe ser por lástima, porque nunca me tratas como deberías.
BRÍGIDA: ¿Lástima? ¿Por qué soy una
huérfana adoptada y rica? Tu madre tiene que aconsejarte mejor. No me vas a
sacar plata siendo mi amigo.
JOSUÉ: Nunca he querido sacarte un
peso. Y si te invito al río es porque…
BRÍGIDA: (lo interrumpe, fervorosa)
¿al río? ¡Pues vamos cuánto antes!
JOSUÉ: Antes pedime perdón.
BRÍGIDA: (con reticencia) perdón. Vos
me entiendes por qué te trato así.
JOSUÉ: No.
BRÍGIDA: Deberías.
JOSUÉ: No soy tan inteligente como
vos.
BRÍGIDA: no se trata de inteligencia,
sino de percepción.
JOSUÉ: No estoy tan seguro.
(Josué mueve la silla de ruedas de
Brígida hacia la ventana y ella se queda mirando hacia el exterior, quizás
deseando recuperar la libertad que su inmovilidad le ha quitado).
BRÍGIDA: Antes no era libre por mi
madre, ahora por mis piernas.
JOSUÉ: Sabes bien que de vos depende
volver a caminar.
BRÍGIDA: (renegando) Eso dice el
médico, ¡pero yo no puedo!
JOSUÉ: (Poniéndose frente a ella) ¿Lo
has intentado?
BRÍGIDA: Sabes que sí.
JOSUÉ: Dame tus manos (le ofrece las
suyas).
BRÍGIDA: No.
JOSUÉ: dámelas.
BRÍGIDA: No vengas a exigirme,
turquito.
JOSUÉ: ¿Por qué siempre tienes que ser
tan malvada?
BRÍGIDA: Porque no tengo otra forma de
ser.
JOSUÉ: No es cierto. Antes eras
distinta. Eras… vos.
BRÍGIDA: Sigo siendo yo.
JOSUÉ: Sí, pero solo tu parte mala.
¿Qué tengo que hacer para que cambies?
BRÍGIDA: Nada, Josué. Yo no voy a
cambiar.
JOSUÉ: ¿Ni porque vayamos al río?
BRÍGIDA: Vamos al río, si quieres.
Pero no te puedo prometer ser mejor.
JOSUÉ: (melancólico) Antes me prometías
tantas cosas…
BRÍGIDA: Antes era hace mucho. Ahora
he crecido.
(Josué la mira abnegadamente y empuja
su silla hacia la puerta de entrada).
ESCENA SEGUNDA
(Brígida y Josué en el río. Viendo el
atardecer)
JOSUÉ: Ya es tarde, Brígida, tenemos
que irnos. Va a oscurecer.
BRÍGIDA: Todavía no, Josué.
JOSUÉ: Bueno, dejame decirte algo.
BRÍGIDA: ¿Qué?
JOSUÉ: Solo cerra los ojos.
BRÍGIDA: ¿Qué me vas a hacer?
JOSUÉ: Nada.
BRÍGIDA: ¿Cómo puedo creerte?
JOSUÉ: ¿En quién más vas a confiar?
Estamos los dos.
BRÍGIDA: Lo tenemos a Dios.
JOSUÉ: ¿Ahora te acuerdas de Dios
cuando te has olvidado de él todo este tiempo?
BRÍGIDA: (reflexionando) sí.
JOSUÉ: Bueno, creeme que no te voy a
hacer nada malo. Solo cerra los ojos.
BRÍGIDA: Bueno.
(Brígida cierra los ojos y siente que un
par de manos acarician su cabello, luego sus mejillas y más tarde sus ojos,
justo antes de que éstos vuelvan a abrirse. Ve a Josué y a un hombre).
BRÍGIDA: Josué, ¿qué pasa?
JOSUÉ: Mejor que él te lo explique.
(El hombre se acerca a la chica y le
da un beso en la mejilla).
HOMBRE: Tienes el mismo olor que tu
madre. Perdona, no me he presentado. Soy tu papá.
(Brígida estalla en lágrimas y cae de
rodillas a la arena. El hombre se pone de cuclillas para estar a su altura).
BRÍGIDA: ¿Y mi mamá?
HOMBRE: (lentamente) Ella ya ha
fallecido.
BRÍGIDA: Pero nunca me visitaron. ¿Por
qué me abandonaron?
HOMBRE: Porque a tu madre la corrieron
de la casa por quedar embarazada. Éramos jóvenes y no teníamos plata.
BRÍGIDA: Entonces decidieron dejarme.
HOMBRE. Sí, frente a esa casa de
ricos. ¿Te criaron bien? (Brígida asiente) ¡Mira lo que sos! Toda una
princesita. Con nosotros, no hubieras sido nada.
BRÍGIDA: Hubiera sido feliz.
HOMBRE: Entonces, te ofrezco eso: mi
amor de padre.
(Brígida abraza al hombre y, sin
querer, se pone de pie cuando él se levanta. Josué observa desde un rincón la
escena y se emociona, porque sabe que su amiga va a ser una persona nueva. se
oye de fondo alguna melodía dulce y alegre).
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