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Aquella mañana de abril era muy cálida, más que de costumbre para ser otoño. Brillaba el sol con una intensidad particular, como queriendo decir que algo sucedería, que aquel día sería distinto, sería especial.
Abigail se despertó muy temprano, como lo hacía siempre. La verdad es que prácticamente ni dormía, porque se quedaba hasta altas horas de la noche admirando la majestuosidad de la naturaleza, y sobre todo contemplando el cielo estrellado. Admiraba todo aquello que estuviera a su alrededor porque sabía que era fruto de la creación de Dios, y en eso estaba de acuerdo con todos los de su familia, especialmente con su padre, que aunque no fuera explícitamente severo, le generaba una sensación entre temor y respeto que la hacían sentirse miserable cuando su mirada o sus palabras la desaprobaban en algo, ya que sabía que para él, ella era su mayor orgullo.
La vida allí, en el campo, alejados de la monótona ciudad, era alegre pero cansadora. Todos los días había que madrugar y dedicarse al cuidado de los animales. Abigail ya estaba acostumbrada a eso, y sabía que luego de esa agotadora jornada matinal tenía que ir al colegio que quedaba en la ciudad, a varios kilómetros de su casa. Afortunadamente, su padre la podía llevar hasta allí en auto, aunque ella insistiera que no era necesario.
Pero ese día, apenas se despertó, le sucedió algo muy extraño: encontró una rosa roja en la ventana, junto a su cama. Aunque les preguntó a todos a cerca de la flor, nadie supo responderle. Era un total misterio. Sin embargo, aunque estuvo sorprendida por el incidente, pensó que tal vez alguien le estaba jugando una broma, y no quería hacerse la idea de que tuviera algún admirador en la estancia, puesto que los peones de su padre, si bien le caían excelente, nunca podría ser alguno de ellos aceptado por su papá, que en ese sentido parecía muy estricto, pues a pesar de que no le prohibía que se diera con tal o cual persona, ella sabía que su progenitor sentía cierto desprecio por gente de clases sociales inferiores.
La cuestión es que ese día, cuando salió a alimentar a su caballo, vio a lo lejos a su padre, junto a otros dos hombres. Para no interferir en los negocios de él, siguió haciendo sus tareas como si nada pasara. Pero, de repente, escuchó que su madre la llamaba desde la cocina. Se fue hacia ella y esta le preguntó si conocía al nuevo peón, que había llegado el día anterior. Ella le dijo que no, puesto que había pasado casi todo el día en casa de su abuela, como lo hacía la mayor parte de los días domingos. En ese momento entró a la cocina un muchacho pidiendo un vaso de agua. Abigail no se fijó en él hasta que su madre dijo en voz alta:
-Mirá, justo estaba hablando de vos. Abi, vení, te quiero presentar a León, él va a ser tu nuevo ayudante con los caballos.-
Abigail, por un momento, se quedó mirando al joven, algo consternada, como esperando que el chico dijera algo. Él, por su parte, sonrió pero sin articular palabra alguna. Como ambos se quedaron mudos, su madre replicó:
-¡Vamos, Abi! ¡Saludá a León!
-Hola- dijo y le besó en la mejilla, como acostumbraban a hacer todos los latinos. Abigail recordó en ese instante la rosa roja de aquella mañana y se sonrojó. El chico comenzó a sudar, ella lo sintió cuando lo besó, y se preguntó qué le pasaba.
-Ya vas a ver que León va a ser de gran ayuda para vos, Abi. ¿Sabes, León? A ella le apasionan los equinos, pero a veces no tiene mucho tiempo de cuidarlos porque tiene que ir a la escuela, y…ya conoces cómo es eso del estudio…
-Si señora, yo ya he terminado el colegio, el año pasado. Ahora estoy viendo si puedo estudiar veterinaria. Este año no he podido porque los ingresos de mi padre decayeron, pero al año, voy a hacer lo posible para entrar a la universidad.
-¿Y por eso has venido por el puesto?
-Si, la verdad sabía que don Justo necesitaba un peón para su hacienda. Así que como andaba necesitando algo de dinero, porque ya no dan los gastos en la familia, lo mejor me pareció venir a trabajar. Y como mi padre estuvo de acuerdo…
-¡Ah! Por cierto, vos no sos de por aquí ¿verdad?
-No. La verdad es que he estado viviendo en un pueblo llamado Benteveo, pero hace un mes nos hemos mudado aquí por cuestiones familiares. Es que mis padres se han separado y mi madre se quedó con mi hermanita y mi padre conmigo. Igualmente ya soy un hombre, puedo soportar todo, incluso estar alejado de parte de mi familia…
-Bueno León, creo que más o menos ya conoces la estancia. Ahora vean los dos si se ponen de acuerdo para trabajar juntos. Vos, Abi, portate bien y tratalo bien a León.-
Abigail se molestaba cuando su madre le hacía recomendaciones personales delante de otras personas, y sobre todo le cayó mal que ese chico pensara que era una muchachita insoportable y enojona. El muchacho la miró sonriendo, y ella supo que sabía lo que estaba pensando en ese momento, como que comprendía su molestia.
Luego, fueron al establo. Ella se plantó diciéndole lo que ella solía hacer, y que podría hacer él.
-¿Qué te parece si nos turnamos?- cuestionó él.
-¿Qué?
-Claro. Un día vos alimentas a los caballos y yo los baño, y al otro día hacemos lo contrario.
-Esta bien.- contestó ella, pero con cara de desagrado, porque si había algo que detestaba, era andar limpiando a esos animales.
-De verdad no te gusta…
-No es eso, es que…
-No tienes por qué decírmelo. Si no te gusta, lo hago yo, pero algún día vas a tener que aprender. No siempre voy a estar para ayudarte.
-¿Qué estás insinuando?- le preguntó ella en tono de broma.
-No te preocupes. No insinuaba nada.
-¿Seguro?
-Puedes confiar en mí.-
Al oír estas palabras, Abigail se sintió extraña, como en el cielo, como si realmente esa era una promesa de amistad, de amistad eterna.
-¿Qué te parece si empezamos con nuestras tareas?
-¿Qué?
-Estabas entretenida ¿qué no? No te voy a preguntar en qué pensabas, porque eso es algo muy personal.
-Tienes razón. Pero igualmente, no pensaba nada ultra secreto.
-Ja, ja. Igualmente yo tampoco tengo la intención de saberlo.-

Así transcurrió la jornada. Entre ambos había mucha química, y Abigail lo notó al instante. Ella se dio cuenta de que León no era un chico agrandado como al principio le pareció, sino más bien un chico sensible y alegre.
-¿Qué haces en tu tiempo libre?
-Pues, lo que pueda. A veces dibujo, otras escribo, y otras ando a caballo, dependiendo de mi ánimo.
-Sos multifacética.
-Se podría decir que sí. ¿Y vos?
-Pues, mira, yo también suelo andar a caballo. Sino toco un rato el piano.
-¿Sabes tocar el piano? ¡Fantástico!
-Shh. Pero no se lo digas a nadie.
-¿Por qué?
-Es que mis amigos creen que esas son cosas para chicos de ciudad. Que lo único que un campesino debe saber es a andar a caballo.
-Pues creo que están muy equivocados.
-Yo también, pero no tengo otra. Si saben eso, no se…sabes como es la presión de grupo: más fuerte que tus propias convicciones.
-Deberías mostrarles quién sos.
-De hecho si, pero bueno… ¿Qué hay de vos? ¿Tienes amigos?
-Si, mis amigas del cole. Las veo siempre y nos llevamos bien.
-Tienes esa suerte de estar todavía en el colegio.
-¿Por qué dices eso?
-Porque cuando uno es chico no ve la hora de terminar la escuela, pero cuando te recibes, te das cuenta de que dejas atrás algo muy importante: la amistad de tus compañeros. Porque a veces, aunque ustedes quieran juntarse, ya no es lo mismo. Algunos comienzan a estudiar, otros a trabajar, y pierden contacto. Te doy un consejo: “disfruta de esta etapa de tu vida porque es una de las más bellas. No se si algún día tendrás la oportunidad de volver a ver a tus amigos luego de que finalices el colegio”.-
Abigail lo miró con una expresión de angustia contenida, y bajó la mirada. Pensó en todas las veces que había desaprovechado las oportunidades de encontrarse con sus compañeros por el simple hecho de no tener ganas, y toda su tristeza se desparramó en sendas lágrimas. León no sabía que hacer.
-Voy a llamar a tu mamá.
-No, no la llames. No quiero que sepa que estoy llorando, si no vas a empezar a indagar.- ante esta situación, León se aproximó a ella y le quitó los cabellos que le cubrían el rostro.
-No llores. Perdoname si te he hecho sentir mal con lo que dije.
-No, no te preocupes. Yo soy una llorona incurable.
-No, solo sos sensible.-
Luego, le secó las lágrimas, y sin pensarlo, Abigail lo abrazó. Él también hizo lo mismo, y ella se sintió más protegida que ninguna vez anterior. Cuando las lágrimas de ella cayeron por la camisa de él, ambos se dieron cuenta y se soltaron.
-Perdoname, creo que he sido demasiado impulsiva.
-No, perdoname vos a mí. Yo soy él que debe disculparse. Sos la hija de mi patrón. No tendría que haberme comportarme así. Fue algo accidental.
-Si, sólo fue un…- y calló, porque no quería decir nada que fuera contra sus verdaderos sentimientos. No quería decir algo que por más que era lo más justo en el aquel momento, era falso para ella.
-Un accidente ¿quisiste decir?
-Este, bueno, no, emm, no sé, si…
-Lo importante es que fue una tontería.- dijo León y se dio vuelta, porque no deseaba que Abigail le viera morderse los labios. Cuando le preocupaba o cuando escondía algo, León siempre era así. Como en aquel momento, en que él lanzó precipitadamente aquellas palabras, para dejar de lado el asunto.
-¿Sabes? Hay algunas cosas inexplicables en la vida…- divagó, Abigail.
-¿A qué te refieres?
-Emmm, no se; por ejemplo que a veces uno tenga un sueño y se haga realidad.
-No me ha pasado muchas veces.
-Pues a mí si.
-Dicen que las mujeres tenemos el sexto sentido muy desarrollado.
-Quizá sea cierto. Pero ¿quien sabe…? De hecho, a mi madre solía tener premoniciones antes de que ocurriera alguna muerte. No me refiero a sueños concretos, pero si a analogías entre sus pesadillas y las muertes.
-A mí me sucede algo similar, pero nunca he predicho fallecimientos, más bien hechos muy bonitos, más bien amor.-
Él se quedó pensativo y sin mirarla dijo:
-Creo que debo seguir con mi tarea. Recién estoy empezando mi semana laboral. No quiere ser despedido apenas entre.-
Ella sonrió y se marchó en busca de la alfalfa, mientras él lavaba al caballo pero fijando su vista en la joven, cuya figura se perdía a lo lejos.
Ella tomó el forraje entre las manos, pero éste era muy pesado.
-Deberías hacer un poco más de ejercicio para ser más fuerte.- escuchó una voz susurrándole al oído.
Era León, que caballerosamente tomó el fardo como si nada, y lo colocó entre sus brazos. Abigail lo miró por un momento y sonrió.
-Gracias.
-No hay de qué, esta es mi función.-
“¡Qué bueno que se lleva bien con el muchacho! El chico tiene talento, no lo dudo, pero a veces mi hija puede sacar de las casillas a cualquiera. ¡Es tan rebelde!” pensó su padre, quien quería a Abigail más que a nada en el mundo, pero sabía que su hija, a pesar de ser muy sensible, podía ser irritable a veces. “Ojalá que el muchacho la atienda bien o se las verá conmigo.”
En su interior le caía bien el muchacho, pero pensaba que tenía algo que definitivamente no le agradaba, aunque no sabía explicárselo. Mientras le cayera bien a su hija, estaría todo bien.
Por eso, cuando terminó la jornada, se acercó a su “pequeña” y le inquirió:
-¿Y? ¿Qué tal el muchacho? ¿Te ayuda en todo? ¿Se porta bien?
-Si, todo bien.- dijo ella con una sonrisa tímida, que sólo su madre podría interpretarla.
Aquella noche, Abigail tuvo un extraño sueño, pero cuando despertó no pudo recordarlo, aunque produjo en ella una agradable sensación que le duró todo ese día. Como siempre realizó sus tareas del campo durante la mañana, porque en la siesta tenía que ir al colegio. Le pesaba demasiado tener que ponerse a pensar en el estudio, luego de haber trabajado durante al menos cuatro horas. Pero había algo que la reconfortaba, que hacía más livianas esas horas. Ella no sabía que era, pero luego, algún día, lo sabría. Parece que las respuestas de ese tipo llegan rápido, mucho más rápido que el viento, que el sonido, que la luz. Porque cuando las buscas no te das cuenta de que están frente tuyo, con esa presencia solemne, que te impacienta, te inquieta, te hace sentir insegura. Eso pensaba Abigail, cuando vio, como enmarcado por el sol, el rostro de León. Sólo atinó a ver su figura y cerrar los ojos, y sin comprenderlo, se dio cuenta de que aquel sueño tenía que ver con él, a pesar de que no sabía de que manera.
Él, por su parte, parecía ser el típico chico guapo: un poco orgulloso, un poco galán, muy encantador. Pero debajo de ese aspecto de héroe, tenía un gran corazón. Y eso supo Abigail apenas lo vio, porque como decía su abuela “las cosas del corazón no se esconden”. Y aunque Abigail al principio no entendía esto bien, León sí. Él no sabía ese refrán, pero conocía mucho de sí y sabía que una de las cosas más difíciles en la vida era confesar los errores y… los sentimientos. Algunas cosas cuestan más decirlas que sentirlas, y esa era una de ellas.

Toda aquella semana transcurrió como de costumbre, cada uno haciendo sus tareas. Pero el día lunes, cuando Abigail se despertó, descubrió nuevamente en su ventana una rosa roja, aún más bonita que la anterior, que tenía un brillo especial. La tomó y la puso en un florero con agua, como había hecho con la otra hasta que se había marchitado, justo al recibir a esta nueva. Parecía una simple coincidencia, pero quizá era algo más que eso. Quizá significaba algo que todavía estaba por descubrir.
Abigail, cada día que pasaba se sentía distinta, como más libre, como más grande, como más madura. Le costaba no distraerse en clase, porque todo lo que veía en la naturaleza le parecía maravilloso. Se preguntaba qué era lo que la había hecho cambiar de actitud, estar más alegre, más segura de sí, y cada vez que veía a León, encontraba la respuesta a su pregunta. Nunca se divertía hablando tanto como con él, y sabía que tenían muchas cosas en común, a pesar de pertenecer a clases sociales muy distintas. Sin que él le dijera algo, Abigail sabía que su presencia lo ponía nervioso, como le pasaba a ella cada vez que lo veía. Pero ambos sabían que debían ser prudentes, que no debían expresar lo que sentían por el otro. A Abigail le daba un poco de vergüenza mirarlo a los ojos, como si en ellos se escondiera algo siniestro. León estaba cada vez más retraído con su presencia, porque cuanto más se daba cuenta de lo que sentía, más quería evitar a la jovencita. Apenas le hablaba. Tenía miedo que su amo descubriera sus sentimientos, que cada gesto que hiciera valiera más que mil palabras para demostrar todo aquello. Ella hacía como si nada pasara, pero con solo verlo le daban ganas de llorar de felicidad.
Abigail andaba medianamente bien en el colegio. Sus notas eran suficientes para aprobar. Pero de a poco, su cabecita comenzó a prestar menos atención a los temas del colegio. No podía irse a dormir sin escribir alguna poesía dedicada a su amado. Tenía miedo de que él no sintiera lo mismo por ella, porque últimamente se había perdido esa relación de confianza de antes. Estaban como más alejados y eso le preocupaba. Temía que hubiera conocido otra chica, que lo hubiera hecho caer en sus “redes”.

Durante el mes de julio, el frío azotó a toda aquella zona. Los cultivos se helaron y muchos de ellos se perdieron. La situación económica de los padres de Abigail empeoró por las malas cosechas y debieron despedir a algunos empleados. Su padre pensó conservar a León, porque era muy hacendoso.
Mientas tanto, su hija seguía recibiendo las flores rojas cada lunes, y cada día le parecían más bonitas. Esperaba que su admirador fuera León, pero le incomodaba que no supiera más acerca de su misterioso pretendiente. Cada domingo a la noche, antes de dormirse, deshojaba la rosa que había recibido el lunes.
“Me quiere, no me quiere, me quiere, no me quiere”
Se alegraba con dar un poco de humor a su vida y dormir pensado en el que chico que amaba, pero que sentía que nunca estaría cerca de él el tiempo suficiente para decírselo. Algo dentro suyo le decía que tal vez él no sería su futuro y que dejara de ilusionarse con algo que nunca tendría.

Durante las vacaciones de invierno, él se fue de paseo por menos una semana la casa de su madre, pues quería pasar ese período junto con su familia, porque hace mucho que no la veía.
Abigail aprovechó esa temporada para ir a visitar a sus amigas, a quienes había descuidado todo este tiempo.
Se reunió con Valeria, Marissa, Milagros, Lourdes y Sol, en casa de la primera. Las quería mucho a todas, pero especialmente a Marissa, a quien conocía desde muy pequeña. Sus amigas eran bastante comprensivas, pero ella prefería no dar nunca detalles de sus cuestiones personales. Trataba de eludirlas o en todo caso, se sonrojaba un poco, pero nunca confesaba sus verdaderos sentimientos. Como aquel día cuando le comenzaron a hacerse preguntas entre ellas y llegó el momento en que le tocó a Abigail.
-¿Y qué nos dices vos, Abi?
-¿Yo? Pues ya saben que yo no tengo nunca de qué contarles.
-Pues últimamente has estado muy distraída.
-No, lo que pasa es que andaba pensando en las evaluaciones. Ustedes ya saben lo nerviosa que me pongo durante los exámenes.-
Abigail no quería hacer referencia alguna a León, porque sabía que pronto sus amigas (en especial Marissa) se lo contarían a “medio mundo” y todo el pueblo sabría quien era el dueño de su corazón, y en una de esas, sus padres y “su chico” también se enteraban y habría un tremendo lío en toda la estancia.
Valeria, con su típico aire pasivo comenzó a decir que su relación con Hernán, iba perfectamente bien. A Hernán le había gustado en un principio Abigail, pero luego, al darse cuenta de su negativa, comenzó a buscar “nuevos horizontes” y se topó con Vale, que lo comprendía, y que si bien no estaba interesada en él, pronto, con la ayuda de Marissa y Abi, ella había caído rendida a sus pies. En cuestiones amorosas, Marissa era la que tenía más problemas, porque vivía peleándose con su novio por cualquier motivo, y esas simples cosas habían debilitado su relación en los últimos meses. Milagros era muy insegura, por eso nunca se decidía por un determinado chico, pero hace un tiempo, Hugo, se había ganado su corazón y habían iniciado un noviazgo, no muy romántico, pero si interesante para ambos. Lourdes, era sin duda la más sensible de todas, y por eso nunca pudo soportar las “infidelidades” de Francisco, por lo que había decidido terminar con él hace ya tres días. Estaba muy triste, porque realmente lo quería mucho, pero no podía seguir tolerando que Francisco le jugara malas pasadas, con una chica distinta, cada fin de semana. Sol alguna vez había tenido un novio, pero no le interesaba involucrarse en una relación, por lo menos no hasta ese momento. Ella era muy independiente, y eso de estar a disposición de un chico le parecía absurdo, por eso dedicaba la mayor parte del tiempo a estar consigo misma y disponer de su tiempo tal como ella quisiera.
En fin, sus amigas eran bastante distintas, ella las entendía pero no podía creer que ella aún nunca hubiera tenido un novio. Estaba segura que el verdadero problema (si es que era un problema), radicaba en que ella no se sentía capaz de afrontar ciertos desafíos en la vida, y prefería eludirlos.
En un momento dado, Valeria se fue a buscar gaseosa en la cocina y Marissa la acompañó.
-El otro día, cuando fuimos a tu casa, vimos a ese chico, ¿cómo es que se llama?- preguntó Sol, con aire burlón.
-Su nombre es León.- contestó secamente, Abigail.
-Pues es muy lindo. Si no te gusta, ¿te molestaría presentárnoslo?- interrumpió Milagros.
-Les presentó a él y a toda su familia, si quieren.
-¿Qué te pasa? ¿Es que sientes algo por el tal León?
-No, nada.- dijo, a la vez que cruzaba los dedos por detrás de su espalda.- Ese chico es sólo un buen amigo para mí.
-¿De qué hablan?- inquirió Valeria que volvía de la cocina.
-No, le decía a Abi que su amigo es muy lindo, que nos lo presente.
-Je, yo estoy comprometida.- aseguró Valeria, pero no me molestaría conocerlo.
-¿Estás segura? ¡No se te vaya a enfadar tu galán!
-Je, tienes razón. Es un poco histérico pero sé cómo manejarlo.
-¡Ya me imagino! ¡Con el carácter que tiene, mejor perderlo que encontrarlo!-
Abigail escuchaba sin prestar atención los comentarios de sus amigas. Más importante le parecía la vuelta de León. Si aparecía una rosa mientras él no estuviera, las posibilidades de que fuera él eran nulas. Pero aquel día era sábado. Estaba muy ansiosa en saber si el lunes despertaría con una rosa junto a su ventana.
Aquel día, regresó a su casa y disimuladamente preguntó a su madre qué sabía del chico. Ella le dijo que aún no había vuelto y que, tal vez regresaba cuando terminaran las vacaciones de invierno.
-¿Eso significa que voy a tener que encargarme de cuidar a esos caballos?- preguntó Abigail.
-Si, hija ¿hay algún problema?
-No, sólo es que… ¡me da asco tener que andar limpiando sus necesidades!
-Bueno, vas a tener que acostumbrarte. No vas a tener siempre a León para que te ayude.-
Abigail pensó en la idea que, por más que su admirador fuera él, quizá ya no estaba interesado en ella, porque no tenía el mínimo interés en ir a verla. Empalideció y se propuso que haría lo que estuviera a su alcance para descubrir quién era el que le enviaba las rosas.

La mañana del domingo, luego de ir a Misa, volvió a su casa y se puso a repasar para el día siguiente-. Sus pensamientos iban desde “El Arte Gótico” hasta “la vuelta de León”.
Aquella noche permaneció despierta. A eso de las tres de la madrugada, (según pudo corroborar con su reloj despertador), escuchó un ruido que provenía del patio. Luego pudo ver que una sombra se reflejaba en la pared opuesta a su cama y después vio una mano en el borde de su ventana, e instintivamente puso la mano allí, rozando con su palma una mano. Se levantó y miró a los ojos a su admirador secreto. Sus ojos apenas podían divisar los rasgos del mismo en la oscuridad d la noche, pero su instinto le dio la respuesta.
-¡Abigail!- dijo él en voz alta, sosteniendo una rosa en sus manos.- Yo…
-¡León! Pero…- y no pudo gesticular palabra alguna más, porque comenzó a llorar de la emoción.
-¿Te disgusta que sea yo?
-No.- respondió ella decididamente.- Sólo es que no pensaba que ibas a regresar dentro de una semana.
-Bueno, aquí me tienes. No podía fallarte.
-Pues…, estoy alegre de que seas vos él que me manda rosas.
-Yo te tengo que decir algo, pero creo que vos ya lo sabes.
-¿Qué?- preguntó ella, con cierto temor.
-No temas. No es nada malo.- aseguró él y, tomando su rostro entre sus manos, la besó.
-¿Qué significa eso?- cuestionó ella con sarcasmo.
-Significa que te amo.-
Abigail no sabía qué decir. Ninguna palabra le parecía suficiente ni adecuada. De pronto se le ocurrió una pregunta.
-Decime, ¿cómo he podido recibir una rosa antes de que me conocieras en persona?
-Pues, te voy a decir. Yo llegué un domingo a la noche a esta finca. Luego, pasé junto a tu ventana y me enamoré de vos apenas te vi. Antes de que te despertaras te dejé una rosa para que supieras que tenías alguien que te amaba en secreto.
-Suena muy romántico, gracias por hacerlo.
-Pues, no me has dicho nada.
-¿Qué debería decirte?
-Si aceptas.
-¿Acepto qué?
-Ser mi novia.
-Yo… no se qué decir.
-¡Ya lo sabía! ¡Quedé como un salame! No te intereso en absoluto.
-No es que no me interesas. Es que…
-¿Entonces?
-Es mi padre. Él podría molestarse con vos. Él es bueno, pero un poco inflexible. Se molestaría si supiera que yo salgo con…
-¿Un pobre campesino?
-Yo no tengo prejuicios, pero seguro que él se va a enfadar.
-No tiene por qué enterarse.
-Pero…
-Confia en mí. Podremos mantenerlo en secreto. Delante de los demás nosotros vamos a ser sólo amigos. ¿De acuerdo?
-¿Eso significa que no debo decírselo ni a mis amigas?
-Haz lo que creas necesario. Si supones que tu “viejo” se va a enojar con nosotros por ese asunto, yo diría que lo mejor sea que no lo digas ni a tu madre.
-Bueno, con respecto a eso no hay problema. No sabe ni un secreto mío. Bueno, al menos yo no le dije ninguno.
-¿Qué quieres decir?
-Quiero decir que ella supone que yo siento algo por vos.
-¿Algo cómo qué?- preguntó él, acercándose más a ella.
-Pues…- y se ruborizó.- Algo como aprecio.
-¿Aprecio?
-Algo como ¿afecto?
-¿Afecto?
-¿Cariño?
-¿Cariño?
-¿Amor?
-Sólo dímelo.
-Pero, es que me da vergüenza.
-Vergüenza es robar.
-Si, eso ya sé, pero igualmente…-
León sonrió tiernamente, como un niño pequeño e indefenso.
-Bueno, está bien. Te… amo.- confesó Abigail y se besaron nuevamente.-
Luego se despidieron y, aunque ambos no pudieron pegar un ojo en toda la noche, al otro día se despertaron lozanitos.
León no podía creer que las cosas se hubieran dado de esa manera. No se imaginaba que ella lo estuviera esperando despierta ese día. Por su parte, Abigail había podido predecir quién era su admirador y ahora les contaría lo sucedido a todas sus amigas.
-Tengo algo importante que decirles.- les adelantó Abigail, a la entrada de la escuela.
-¡Vamos, decinos!
-No. Recién van a saber la noticia en el primer recreo.-
Ellas la estuvieron molestando durante toda la primera hora para que “desembuchara” toda la verdad, pero Abigail siguió con su negativa de anunciar su gran secreto hasta que fuera el momento.
-¿Qué pasa?- preguntó Marissa, apenas tocó el timbre para el recreo.
-Vengan todas que les cuento.-
Llevó a sus amigas hasta unos banquitos que estaban cerca de un jacarandá, se puso de pie y les anunció:
-Tengo novio.
-¿En verdad? ¿Quién es?- interrogó Milagros.
-¡Ya sé! ¿Es León?- adivinó Valeria.
-¡Correcto!
-Pero nos habías dicho que no te gustaba.
-Es que tenía miedo de que yo no le importara a él. No quería ilusionarme en vano.
-Bueno, ahora contanos todo.- ordenaron sus amigas a coro.
Abigail les contó con lujo de detalles cómo había ocurrido el asunto y ellas proferían exclamaciones de acuerdo a lo que relataba. Finalmente, les pidió que no se lo dijeran a nadie, porque eso debía ser un secreto.
Luego se rieron un rato y volvieron al curso. La “cargaron” durante toda la jornada con su nuevo novio y ella evitó, con interrupciones sutiles, que el resto de la clase se diera cuenta de la novedad.
Cuando volvió a su casa, se cruzó con León y se saludaron como siempre. Él estaba dando de comer a los animales.
-¿Aún tienes miedo?- la interrogó él.
-¿Miedo de qué?
-De que nos descubran.
-Si, tengo mucho miedo.
-Entonces hoy nos vemos a las ocho (en secreto) en la caballeriza. Sé puntual.
-Sabes que lo soy.- se vanaglorió ella.
-Es que puede ser que por querer verte más linda demores mucho.
-¿Qué dices?
-Que me gustas así como sos. Sé que soy “fachero” y que por eso quieras verte mejor, pero no va a ser necesario que vengas maquillada.
-Entonces no es una cita.
-Digamos que es una cita rústica. Si te ven presentable, sospecharán.
-¿Qué quieres decir, nene? ¿Qué lo normal es que no esté presentable?- preguntó irónicamente, Abigail.
-No me refiero a eso. Sólo digo que no pretendo que seas otra. Te quiero como sos.-
A Abigail le enternecieron las palabras de León, tanto que terminó besándolo.
-Perdón. Es sólo que…- se disculpó ella.
-No tienes que pedirme perdón. Ya sé que soy irresistible.- se jactó él, con mufa.
-Je, nene, no te quieras hacer el conquistador, porque yo no soy posesión de nadie.
-Ya lo sé. Créeme, estaba bromeando. Bueno, entonces hoy te veo a las ocho.
-Está bien. Pero que nadie te vea, please.
-Te prometo que nadie me va a ver.
-Bueno, yo te voy a ver.
-Bueno, nadie de este mundo.
-¡Pero yo soy de este mundo!
-No, no sos de este mundo, sos del mundo de las ideas.
-¿Mundo de las ideas?
-Si, el mundo platónico.
-¿Platónico?
-Si, dónde todo es perfecto.-
Él la besó en la frente y se fue, mientras Abigail se quedó pensando. Sus palabras le parecían tan dulces que nunca se hubiera imaginado que León, debajo de la apariencia de un chico rudo, fuera tan cariñoso.

A las ocho en punto estuvo Abigail en la caballeriza. Sus ojos buscaban a León. Él ya había llegado. Estaba sentado sobre un montículo de heno, que se hallaba en un rincón de lugar. Apenas la vio se levantó y se dirigió hacia dónde estaba ella.
-Sos puntual, Abigail.
-Si. No he demorado mucho en prepararme. Apenas terminé la tarea…
-Shh. Quiero hacerte escuchar algo.
-¿Qué cosa?
-Vení.- y tomándola de la mano la llevó hasta la parte de la casa dónde se encontraba el piano.
-Alguien nos podría ver.
.No, nadie está. Tus padres han salido a la ciudad y los criados están viendo un partido de fútbol en la cocina de la casa de huéspedes. Estamos solos.-
Abigail se sintió avergonzada, pero lo acompañó.
-Siéntate.- la invitó él, indicando una silla cercana al piano.
Él se sentó en la butaca y empezó a tocar una melodía muy dulce.
-¿Te gusta?- le preguntó dulcemente.
-Pues, si. Es muy linda. ¿Cómo era que se llamaba?
-Se llama “Para Elisa”.
-¡Pues, claro! ¡¿Cómo me voy a olvidar?!
-Yo ahora la voy a llamar “Para Abigail”.-
Ella sonrió tímidamente, mientras veía que los dedos de él se precipitaban armoniosamente sobre el teclado. El sonido era perfecto, tal cómo Abigail se lo hubiera imaginado tocando a Beethoven, siglos atrás.
-Te he traído para que la escuches, porque mientras estuve en casa de mi madre, practiqué esta melodía y supuse que te gustaría escucharla.
-Si, me gustó mucho. Sabes que yo no tengo talento musical.
-¿Quién dijo que no lo tengas?
-Pues,…yo.
-Vení, sentate a mi lado y te voy a enseñar.-
Abigail hizo cómo él se lo indico y a pesar de que las primeras lecciones fueron infructuosas, al cabo de media hora de práctica, pudo sacar “Si-La-Sol”.
-Te sale muy bien. ¿Ves que tienes talento?
-No, eso tocaba mi prima con la flauta cuando tenía ocho años. Debe ser muy aburrido enseñar a una alumna con tan poco futuro musical como yo.
-¡No digas eso! A mi me divierte estar con vos.
-¿En serio? ¿No te parezco la chica más aburrida de todas?
-De hecho, conozco otras más aburridas. ¡No, era una broma! No tienes que hacer nada para que me diviertas. Sólo con verte yo me entretengo.
-¿Lo dices porque tengo monos en la cara?
-De seguro eso también lo has inventado vos.
-Y,…si.
-Bueno, lamento decirte que estás errada. Yo me entretengo con vos porque no conozco otra manera más bonita de disfrutar de mi tiempo.-

Abigail se quedó mirándolo, porque ni siquiera sus padres le habían dichos cosas tan hermosas que la hicieran llorar de alegría.
-Pues, no sé que decirte.
-Sólo dime lo que me dijiste ayer.
-Te amo.-
León la besó y en ese instante sintieron el sonido del auto del padre de Abigail que llegaba del centro. Ambos se levantaron de prisa y se dirigieron hacia diferentes sitios de la estancia, para evitar sospechas.
-Hola, mi amor.- dijo a Abigail su padre, mientras le daba un sonoro beso en la mejilla.- ¿Qué hace mi chiquitina?
-Nada. Ya he terminado las tareas. Estoy totalmente desocupada.
-Bueno, ya que estás desocupada, prepara la mesa para comer.- sugirió su madre.
-Está bien. ¿Qué han traído para cenar?
-Pizza.
-¡Uy, buenísimo! ¡A León le encanta la pizza!
-Pero él come con los demás.- recordó su padre.
-Es que… hoy es su cumple. Entonces me parece lógico que…- trató de remediar Abigail.
-Está bien. Pero el resto de los peones también se merece lo mismo. No debemos hacer diferencias. Cuando el otro día don Juan Carlos cumplió años, nadie se acordó de él. Así que ya saben, para la próxima hagan lo mismo.- dijo su madre.
-Bueno, voy a ir a decirle.-
Abigail marchó hacia la habitación de León, dónde él le dijo que estaría.
-Abigail, ¿qué haces aquí?
-He venido a buscarte.
-No quedamos en que…
-Le he mentido a mis padres que hoy cumplías años.
-¿Por qué has hecho eso?
-Es que he metido la pata, y para que no dudaran de nuestra supuesta amistad, les he dicho eso.
-Bueno, está bien. Pero luego no sé cómo voy a hacer para que no se arme lío.
-Eso lo vamos a ver luego. Ahora vámonos que la pizza espera por nosotros.
-¿Pizza? ¡Magnífico! ¡Mi comida favorita!-
Mientras tanto, en el comedor:
-Yo creo que deberíamos llamar a los demás peones para festejar, ¿no crees?- propuso la madre de Abigail a su marido.
-No me parece. León es amigo de Abi y por esta vez se lo permito. Pero si llamamos a todos, se van a acostumbrar a las fiestas y no me resulta apropiado que la gente me considere un terrateniente propenso a las fiestas ni tampoco un liberal. Además, si les sigues la corriente, luego ya nadie te respeta.- sentenció él.
-Bueno, como digas, querido.- contestó ella, justo cuando llegaban los dos jóvenes.
-Papás, aquí estamos.
-Feliz cumpleaños, León.- lo saludó la madre.
-Gracias señora.
-Feliz cumpleaños, muchachito.- lo saludó el padre.
-Gracias, señor.-
Durante la cena, la madre de Abi, comentó:
-Si hubiéramos sabido que cumplías años, te comprábamos una torta.
-No se preocupe, señora, no soy adicto a los dulces.
-Pero mi papá si, ¿qué no, pá?- añadió Abigail.
-Bueno, para ser sincero, un dulce nunca es despreciado por mí.
-Digamos que mi padre vendría a ser el Beethoven de los dulces, o algo así. Sabe un montón sobre ellos. Hablando de Beethoven, León sabe tocar “Para Elisa” enterita.
-¿En verdad, León? Mostranos, por favor.- pidió la señora.
Él se levantó y se dirigió hacia dónde estaba el piano. Levantó la tapa de madera y comenzó a tocar. Sonaba más exquisito que la vez que había oído Abigail. Parecía que la música ascendía en cada agudo, hasta llegar al cielo. Los padres de Abi se sorprendieron mucho con las aptitudes del muchacho y le pidieron que tocara otra melodía que recordara. Él les tocó extractos de la “Sinfonía Nº 40” de Mozart, “El Danubio Azul” de Strauss y “El Lago de los Cisnes” de Tchaikovski. Abi y su mamá lo aplaudieron, pero su padre sólo atinó a sonreír.
-Tienes mucho talento, León.
-Gracias, señora.
-León es un gran músico, les voy a proponer a los del cole para que toque en nuestro egreso.
-¡Sería espectacular, Abi! ¿Te imaginas a toda la gente ovacionándote, León?- dijo la madre.
-Pues si, estaría bueno.- asintió humildemente el muchacho.
-¿Es que acaso no tienen músicos propios en tu escuela?- preguntó el señor de la casa
-La verdad es que toca el que encuentran, pá. Pero estoy segura de cuando oigan a León, lo van a contratar.-
El padre de la jovencita sonrió con disgusto. Le parecía que la relación entre León y su hija se le estaba yendo de las manos. Llamó a su esposa en privado y le dijo:
-Edith, no le fomentes las ideas a Abigail.
-¿De qué hablas?
-De que el muchacho sea el músico del colegio.
-Pero si no es nada malo.
-Suficiente fue con festejarle el cumpleaños, porque nuestra hija lo aprecia. Pero no quiero esto se vuelva una dulce amistad. Mi hija puede llevarse bien con los empleados, pero nada más.
-¿Es que piensas que tu hija puede estar sintiendo algo por ese muchacho?
-Ojala que no, porque sería incorrecto. No puedo prohibirle que hable con él, pero ella ya tiene sus amistades. Si él se convierte definitivamente en un gran amigo de ella, temo que las cosas vayan a mayores.
-¿Temes que los muchachos se enamoren?
-Temo que mi hija se termine casando con el peor candidato que encuentre. –
Su esposa prefirió no contradecirlo y se calló. Luego, cuando todo hubo terminado, Abigail se quedó ayudando a su madre a lavar los platos, ella se acercó a la niña y le habló con franqueza:
-Hija, hay algo que debo decirte.
-¿Qué, má?
-¿Sientes algo por León?
-Bueno, mamá, es mi amigo.
-Pero me refiero a algo más.
-¿Por qué?
-Porque noté cómo lo mirabas.
-¡Mamá!
-Hija, si fuera por mi no hay problema en que estés enamorada de él, pero ya sabes cómo es tu padre. Él notó…
-Mami, no te preocupes, que León es sólo un buen amigo, nada más.- fingió Abigail.
-Bueno, si es así, me imagino que no va a haber problema alguno.
-No lo va a haber. De eso, estate segura.-
Abigail lamentó haber engañado a su madre, pero no podía darse el lujo de decirle la verdad y armar un gran revuelo.

La relación de Abigail y León continuó en secreto (al menos para sus padres). A pesar de la negativa de ella, su madre se había dado cuenta de todo, pero no se lo contó a su conyugue. No quería ser cómplice de su hija pero, cada vez que se disponía a hablar con ella, llegaba su marido y la interrumpía. La situación era también conocida por el resto de los peones, que vaticinaban tragedia cuándo el amo supiera que su primogénita mantenía una relación sentimental secreta con uno de sus trabajadores. Unos habían apostado por el despido seguro, otros, los más optimistas, creían que el hombre acabaría aceptando el romance, y los más pesimistas aseguraban que habría un duelo y que correría sangre. Lo cierto, es que el patrón aún no se daba por aludido del asunto.
Lo días pasaban como las páginas de un libro, y Abigail y León se querían cada vez más. Ambos planeaban en casarse, apenas ella cumpliera los dieciocho.
-¿Te imaginas, Leo, cómo sería tener nuestros propios hijitos?
-Tendrán tus ojos y mi cabello ¿qué te parece?
-Bueno, si son mellizos, que sean una nena y un varón, y que el nene tenga mi cabello y tus ojos y la nena mis ojos y tu cabello.
-Serían un poco como vos y un poco como yo.
-Digamos que si.
-Entonces, ¿qué nombres le pondríamos?
-No sé ¿qué tal León y Abigail?
-Repetidos ¿Qué te parece Avión y Legal?
-¿Qué es eso?
-Una rara mezcla de nuestros nombres.
-¡Malísimo!
-¡Ya sé, Domingo y Julieta!
-¡Mejor Manuel y Bárbara!
-¡Entonces Manuel y Julieta!
-Buena idea.
-¿Y qué tal si los llamamos Romeo y Julieta?-
Abigail bajó la mirada y contestó con tristeza en su voz:
-No, va a ser mejor que no tengan esos nombres.
-¿Por qué?
-Porque van a ser infelices como Romeo y Julieta.
-¿Te parece para tanto?
-Me parece que esas historias siempre se van a repetir de una u otra manera.
-¿Por qué?
-Porque el ser humano aún no ha aprendido que detrás de todo amor imposible hay un amor más grande que por la propia vida.
-¡Uy, Abigail! Sos toda una poeta.
-No, sólo digo lo que pienso.-
Ambos se quedaron pensando en silencio, mientras la luna caía sobre ellos (ya que estaba anocheciendo).
-¿Te puedo decir algo?
-Lo que quieras.
-Cada palabra que dices es como cada rosa que yo dejo en tu ventana los lunes a la madrugada.
-Entonces debes tener un jardín repleto de rosales.
-No, ya tengo un paraíso.-
Abigail no sabía por qué, pero cada cosa que dijera León (aún si fuera banal), calaba profundo en su corazón y aunque luego no recordara textualmente lo qué el le había dicho, no podía dejar de recordar la sensación que le producía el hecho de remembrarlas.
El cielo se llenó de estrellas y debieron despedirse.
-Mañana es mi egreso.- le recordó ella.
-No estés preocupada. Ya he practicado la canción. Además voy a tener a la mejor cantante del planeta a mi lado.
-No bromees.
-No bromeo, sólo digo que cantas bien.
-Gracias, pero ni siquiera con tus adulaciones puedo dejar de estar nerviosa.
-¿Y si te doy un beso?
-Quizá con eso se me pasa.-
Él la besó y se marchó. Abigail fue a su pieza a repasar el discurso y, anticipadamente, brotaron de sus ojos dos gruesas lágrimas.

-Representante Legal, Docentes, Compañeros, Padres, este día…- comenzó a leer, Abi.
El discurso de despedida leído por Abigail fue cálido y penetrante. Cada palabra la pronunció lentamente, evitando despedir sollozos en medio de la oratoria. Pero su conmoción fue más fuerte que su voluntad y no pudo impedir gemir cuándo llegaba al fin de alocución y se despedía de todos. El público le dio aliento y pudo terminar con su prédica. Entre ellos estaba León que se estaba preparando para la canción de despedida. Las compañeras de Abigail habían quedado encantadas con ese chico que además de ser un buen pianista era muy guapo y joven.
Cuando llegó el momento, todos se alistaron. León se colocó junto al teclado y comenzó a tocar la melodía. Seguidamente, los chicos comenzaron a entonar la letra. Abigail estaba a su lado, y ambos no podían evitar mirarse cada tanto. La canción de despedida resultó un éxito y todos quedaron satisfechos con los cantantes, el músico y la canción.
Casi todos los alumnos lloraron al final del acto. Aunque se volverían a ver en la fiesta, quizá ya no tendrían tiempo para hablar, así que decidieron reunirse en casa de Abi a la salida.
El padre, a duras penas, por insistencia de su hija y esposa, aceptó, pero con la condición que se quedaran hasta las tres de la mañana como máximo y que no tomaran alcohol. Los chicos, al no tener otra opción, aceptaron las pautas e hicieron el brindis en casa de Abigail.
-Pensé que se irían a la casa de tu compañera, la flaquita.- opinó León.
-No, ella vive en un departamento.- lo corrigió Abigail.
-Bueno, yo creía que a la gente de la ciudad no le gustaba el campo.
-En eso también estás muy equivocado. Mi mamá era de la ciudad, pero como se casó con mi pá vinieron a vivir aquí. Pero ella no se arrepiente. Está “chocha”.
-¡Por suerte! Si a tu mamá no le gustara el campo jamás nos habríamos conocido.
-Bua, no te hagas el poeta de nuevo, León. Que después ando lloriqueando por ahí.
-¿Así que andas llorando por lo que yo te digo? ¿Vos sos muy sentimental o yo hablo demasiado bien?
-Ninguna de las dos cosas. Sólo es que estoy pasando por una etapa muy especial. Ando angustiada, nada más, niño creído.
-¿Yo, creído?
-Si, piensas que estoy así porque te amo.
-¿Es eso mentira?
-No, pero…
-Yo también te amo. No tienes porque sentirte incómoda. Ya sabes que somos el uno para el otro.
-¿Cómo sabes?
-Porque nunca me he sentido así al lado de otra persona.
-Digo, ¿cómo sabes lo que siento yo?
-Tus ojos me lo dicen.
-Sos la segunda persona que adivina lo que me pasa mirándome los ojos. Voy a tener que ponerme anteojos, así cuando me miren sólo vean el marco de los lentes.
-Entonces vamos a ser dos.
-¿También vas a usar anteojos?
-Y… para que no se den cuenta de lo que me sucede. Mi madre ya ha adivinado lo nuestro por la mirada que hice el otro día cuando fui a visitarla.
-¿Crees que pueda decirle algo a mis padres?
-No, le he advertido que no lo haga.
-Bueno, entonces estamos a salvo.
-No lo creo.
-¿Qué pasa?
-Los muchachos sospechan de lo nuestro.
-¿Cómo?
-Lo que has escuchado De alguna manera ellos saben que pasa algo entre nosotros. Me “tiran” indirectas. Vamos a tener que ser más cuidadosos.
-¿Por qué? ¡Ni que estuviéramos haciendo algo prohibido!- se quejó Abi.
-Sé que no es prohibido, pero por alguna razón tu madre te lo ha advirtido la noche de mi supuesto cumpleaños.
-Estoy empezando a pensar que ella sabe todo y se hace la distraída.
-¿Por qué crees eso?
-Siempre intenta hablar conmigo, llega mi pá y se termina la conversación. Estoy segura que sabe algo.
-Bueno, mientras no se entere él…
-Tarde o temprano se va a enterar y temo por las consecuencias.-
León abrazó a Abigail que, bajo el cerezo, lloraba sin parar.
-¡Abi, los chicos ya llegaron con las cosas!- la llamó su madre.
-Ya va, má. ¿No ves que estoy lavando los vasos?
-Es medio difícil que te vea cuando estamos separadas por una puerta.
-Está bien, mamá.- asintió ella y se presentó frente a su madre.- ¿Dónde están los chicos?
-Afuera, vete a ayudarlos.
-¡Uf! ¿Por qué tiene que ocurrírseles hacer el brindis en una casa de campo cuando todos viven en la ciudad? ¡Menos yo, claro!
-Dejá de quejarte y vení a ayudarnos, please.- rogó Agustina, la más pequeña de la clase.
-De acuerdo, general.- se mofó Abigail.
La fiesta fue muy entretenida y también estuvo León. Tocó algunas melodías para las románticas chicas, mientras ellas cantaban.
-Este tipo me cae mal, Beto.- gruñó Elías.
-A mi también. Se quiere hacer el galán.
-Mientras no se sobrepase con Vale, todo bien.- murmuró Hugo.
-¡Vos que te quieres venir a hacer el celoso! Si mueres de celos no es por Vale, es por…
-¡Callate! Ya no siento nada por ella. Somos sólo amigos.
-Hablando de eso, creo que Abigail tiene “algo” con el tío.
-No, no creo. Ella es muy introvertida.
-Por eso mismo no se lo ha dicho a nadie.
-Pero es que ella es incapaz de enrollarse con un tipo así.
-¿Por qué? ¿Por qué el tipejo no es de buena posición como ella?
-No, ba, sí. Digo, no sé si su padre va a aceptar una relación así.
-Me imagino que no.
-Pero bueno, no estamos en tiempos de la colonia. Ya no es tanto eso de que cada quien se casa con uno de su clase.
-Es cierto, pero el padre de Abi es muy conservador. Jamás va a permitir que su hija se meta con alguien así.-
Todos se quedaron pensativos, mientras el músico hacía llorar a las jovencitas con el sonido del instrumento.
-¿Y no tienes novia?- preguntó la flaquita.
-Pues…- y miró a Abigail de reojo para contar con su aprobación. Ella asintió.- si tengo.
-¿Cómo se llama?
-Bueno, su nombre es Alcira.
-¿Y es de por aquí?
-Digamos que es del pueblo donde yo vivo.
-¿Entonces no la ves siempre?
-La veo todos los días, a cada momento. Así no esté presente físicamente, igual está conmigo.
-¡Ay, que tierno sos! Ya sabes, si dejas a Alcira estamos todas aquí disponibles. Bueno, casi todas, excepto Vale, Marissa y Mili.- dijo Juliana.
-Bueno, no era necesario ese ofrecimiento porque ¿saben una cosa? Nunca voy a dejar de amar a Alcira.
-¡Ay!- dijeron a coro todas las chicas, menos Abi.
-¿Ves lo que te he dicho, Beto? ¡Es un “chanta”!- refunfuñó Elías.-
Beto, como siempre, dijo “si” con la cabeza. Era un chico muy callado y que en secreto estaba enamorado de la flaquita.

Como ya lo había decidido el padre de Abi, a las tres de la mañana terminó la fiesta y cada uno se fue a su casa. Mientras sus compañeros se iban, Abi se acercó a su madre y le pidió hablar con ella apenas estuvieran solas. Cuando llegó el momento, la llevó a su pieza y le pidió que sentara en la butaca de su escritorio, mientras ella se recostaba en la cama.
-Mamá, hay algo que tengo que decirte.
-Ya sé. Estás saliendo con León.
-¿Cómo lo sabes?
-Las mujeres tenemos el sexto sentido muy desarrollado. Si tu papá se dio cuenta de que sentías algo especial por él ¿cómo yo no me iba a dar cuenta? Pero decime, ¿por qué me has mentido l día que te he preguntado si pasaba algo entre ustedes?
-Es que temía que se lo digas a papá. Él es tan…
-¿Celoso?
-Si, celoso de mí. Me cuida como si fuera lo único que en el mundo tuviera y creo que si le digo la verdad lo va a tomar mal.
-Bueno. Yo no le voy a decir nada. Pero prometeme que de ahora en adelante me vas a contar tus secretos. Sé que nunca voy a llegar a ser tu amiga, pero al menos quiero que confíes en mí.
-Te prometo, mamá, que así va a ser.- y le dio un beso “con ruidito” en la mejilla derecha.
Su madre se fue y la habitación quedó vacía. Abigail solo podía pensar en su egreso, en la promesa que le había hecho a su madre y en la melodía que León le había jurado tocarle al día siguiente.
-¿Estás seguro de que estoy presionando las teclas correctas?- preguntó Abigail a León durante su clase de piano.
-Si. Lo que sucede es que no las tocas al mismo ritmo que yo. Permitime un momento el teclado y te hago ver.-
León tocó “La Canción de la Alegría” con facilidad y dulzura.
-¿Ves qué es simple? Sólo necesitas práctica.
-¡Ay, León! Estoy segura de que nunca voy a aprender. Tengo casi dieciocho años y sólo se tocar “Si-La-Sol”.
-Eso es porque nunca nadie te ha enseñado. Estoy seguro de que con unas clases más te va a salir perfecta “La Canción de la Alegría”.
-Espero que así sea, porque quiero ser música.
-¿Música? ¿Vos sabes desde qué edad tocan los músicos? Desde niños.
-Lo sé, pero yo quiero saber algo para ayudarte cuando vos seas compositor.
-Je, no creo que llegue a serlo. Todos los hombres de mi familia han sido campesinos. Es poco probable que yo cambie la tradición familiar.
-Quien sabe, a lo mejor sí.
-Yo creo que no, porque para eso debería practicar mucho y con las tareas que hago apenas me sobra el tiempo.
-Yo estoy segura de que si te lo propones lo vas lograr.
-Dejá eso para nuestro hijo. Yo le voy a enseñar de pequeño a tocar el piano y va a ser un gran músico.
-Ojala que sí.-
Los dos se abrazaron y en ese llegó la señora Edith.
-Lo lamento, mamá. No sabía que ya habías vuelto de la ciudad.
-Si, ya he vuelto. Podría haber sido tu padre el que cruzara por esta puerta.
-Está bien. Voy a evitar que se dé cuenta.
-Creo que no sos muy buena actriz. Yo no puedo seguir encubriéndote.
-¿Le vas a decir la verdad a mi papá?
-No, sólo quiero que lo de ustedes se termine definitivamente.-
Abigail no sabía que contestarle, pero evitó decirle alguna grosería. Se quedó muda y le dijo secamente:
-Así vas a ser.-
Cuando su mamá se fue, los chicos quedaron solos en la sala y León le preguntó a Abi si se terminaría su noviazgo así, de la nada. Ella le contestó que lo que le había dicho a su madre era sólo una estrategia para despistarla, que por nada en el mundo lo abandonaría.
-Espero que me acompañes a la fiesta de mi egreso.- le dijo ella, muy cerca de sus labios.
-Tu padre va a sospechar.
-Tienes razón, creo que lo mejor va a ser que te quedes aquí, pero… ¡tengo tantas ganas de bailar el vals con vos!
-Bueno, cuando nos casemos vas a tener tiempo de bailar conmigo.
-¡Ay, como te quiero!- le dijo ella, abrazándolo.

El día de de la fiesta de egreso, Abigail se había estado preparando desde las seis de la tarde. Su vestido, de satén azulado, tenía un corte princesa y sus zapatos plateados combinaban a la perfección con los accesorios que llevaba. Su cabello lucía grandes bucles que habían sido hechos durante varias horas. Sólo faltaba el maquillaje. Sus labios fueron pintados de color rosado claro y sus párpados de un celeste brillante. Sus mejillas adoptaron un color rojizo y sus pestañas se veían mucho más espesas, largas y ondeadas. Abigail no quería delinearse los ojos, porque sino le ardían, pero la cosmetóloga aseguró que aquel que tenía en su mano era hipoalergénico y que no afectaría en nada la piel de la niña. Ella, preocupada, aceptó el reto, pensando que así lograría llamar más la atención de todos. Nunca se había destacado en algo determinado, y ahora quería al menos ser la más bonita de la fiesta. Pero estaba segura de no le importaba ser la más horrible de todas, si podía tener junto a ella, aquel día, a la persona que más amaba en el mundo.
-¿Puedo decirte algo?
-¿Qué?
-Ese vestido te queda… ¡estupendo, mamá!
-Gracias, a vos también el tuyo.
-¿Mi papá está listo?
-No, todavía ni se ha bañado.
-¡Hombres! Dejan todo para última hora.-
Edith sonrió y miró lo grande que estaba su hija. Le parecía extraño, no, mejor dicho imposible, que ya hubiera terminado el colegio, y por un momento se sintió triste, porque sabía que se iría en unos meses a vivir sola en otra provincia.
Ya era hora de que dejara que se independizara, de que por fin se rompiera el cordón umbilical que por instantes las unía.
-Mamá, ¿lloras?
-No, ¿por qué?
-Porque tienes la mirada perdida.
-Sólo pensaba en que va a ser muy difícil para mí que te vayas.
-¿Por qué? Vas a poder irme a ver cuándo quieras. Además ¿quién ha dicho que me voy a ir?
-¿Qué dices?
-Qué tal vez me quede a estudiar aquí. Voy a encontrar alguna carrera que me guste y listo.
-Vos te quieres quedar por León.
-No, nosotros ya hemos terminado. Los dos hemos entendido que no tenemos que jugar con fuego y bueno, ya ves las consecuencias.
-¿Qué pasó?
-Sigo siendo feliz porque los tengo a ustedes dos, mis padrecitos, que son lo más importante para mí. León es sólo mi amigo y ahí se terminó todo. Ya no pasa nada entre él y yo.
-Bueno, te creo, Abigail. ¡Qué bueno que tu padre nunca se ha enterado, porque sino aquí iba a correr sangre!
-Me imagino.- dijo Abigail con el corazón en la garganta, porque no se acordaba de haber mentido tanto en tan poco tiempo.
Llegó la hora de partir. La luna estaba más blanca que nunca, allá arriba, en el cielo estrellado. Y Abigail, luego de haberla contemplado por unos segundos, se despidió de León y le dio el beso más dulce que jamás le había dado.
-Te prometo.- le dijo él. -que tarde o temprano vamos a estar juntos sin que nadie lo impida.-
Cuando Abigail entró al salón del brazo de uno de sus compañeros, sentía que tenía el mundo bajo sus pies, si no fuera porque León no podría compartir con ella ese momento. Se sentó junto a su mejor amiga, Marissa, quien lucía un vestido fucsia que le sentaba muy bien. No bien estuvieron en sus sillas, comenzaron a cuchichear sobre su romance con León. Abigail le dijo el motivo por el cual no había podido ir, y Marissa le recomendó que nunca lo perdiera de vista, porque los muchachos siempre tienen tentaciones. Abigail no creía que León le esté jugando una mala pasada, pero tuvo en cuenta el comentario de su amiga y procuró observarlo más seguido.
La fiesta fue muy bonita. La música le recordaba a Abigail todos los momentos compartidos con sus compañeros y sonreía de la emoción. Cuando llegó la hora del vals no pudo evitar sentirse conmovida. Le recordaba su cumpleaños de quince. Ella se quedó sentada hasta que Beto la sacó a bailar. Y luego pasó a los brazos de Hugo.
-¿Por qué lloras?
-¿Cómo sabes que lloro?
-Porque lo veo en tu cara.
-Bueno, es que estoy emocionada.
-Entonces recostate sobre mi hombro, así te sientes mejor.
-¿Qué dices?
-Que los amigos están para darte una mano… o un hombro.
-Tienes razón.- y se inclinó en su hombro para olvidar por un momento la pesadumbre que sentía.

Valeria los vio y no pudo evitar sentirse disgustada. Por eso, cuando terminaron de bailar montó una escena de celos en medio de la pista.
-Sabes que a mí no me gusta Hugo y él es tu novio. No somos más que amigos. Él sólo me estaba ayudando a sentirme mejor.- confesó Abigail.
-Como digas, pero espero que no se repita.
-No, no se va a repetir porque la próxima espero estar con León.
-¿Con León?- inquirió Hugo.
-Si, con él.
-¿Entonces él es tu novio?
-Si.- admitió Abigail.
-Pensaba que si éramos amigos debíamos ser francos y vos nunca me habías dicho eso.
-Es cierto, perdoname.
-No cuentes conmigo para nada, Abigail. Vamos Vale. Tenías razón: cuanto más lejos esté de Abigail mejor será.-
Abigail se quedó acongojada por lo que había ocurrido y se fue a sentar. No veía la hora de irse. Y el tiempo corrió lento, como la aguja del reloj cuando estamos apurados.
Esperaba el momento de llegar a su casa y poner fin a ese día tan agotador.
Apenas puso pie en su morada, corrió a su habitación, se cambió y se zambulló entre las sabanas de su cama. Todo se volvió negro y sus ojos no se abrieron hasta que escuchó una voz que le hablaba, casi en sueños, casi en la realidad.
-¿León?- preguntó inconscientemente.
-Si, soy yo.
-¿Qué haces aquí?
-Sólo vine a preguntarte que tal te fue.
-¿Qué hora es?
-Las diez de la mañana.
-¿Puedes venir dentro de diez horas?
-Como quieras.- dijo él, tristemente y se marchó, dejando caer de su mano, un jazmín que le había traído especialmente.
Abigail se sintió mal por su comportamiento, pero no podía evitar que el sueño la dominara y cayó en él. Cuando despertó ya era de noche. La luna estaba tan blanca como la noche pasada. Se levantó, se vistió y salió al patio. La brisa dulce de diciembre se coló entre sus ropas y su trenza siguió el camino del viento.
-¿Ahora me puedes contar?- le preguntó León.
Ella se abalanzó a sus brazos y lo besó.
-¡Claro que puedo!-
Y le contó todas las peripecias de la noche pasada y por qué lo había tratado de esa forma.
-¿Entonces tu amiga y su novio están enojados con vos?
-Si, pero yo no tengo la culpa. Yo no quería que ella pensara mal de mí. ¿Vos piensas mal de mí?- preguntó ella asustada.
-No, yo confío en vos. Pero no en tu amigo. Él te sigue queriendo.
-¿Por qué dices eso?
-Sino, no se hubiera molestado porque no le contaste lo nuestro.
-Tienes razón. Pero ahora no me va a molestar más porque está molesto.
-Bueno, cambiando de tema ¿pasarán aquí las Fiestas?
-Si, ¿por qué?
-Porque yo me iré a lo de mi vieja.
-Entonces no te voy a ver.
-No, lamentablemente.
-Bueno, así nadie sospechará de lo nuestro.-

Las Fiestas de Fin de Año llegaron rápido y Abigail las pasó con todos sus familiares que se reunieron en su casa para cenar el 24 y el 31 de Diciembre. Le agradaba compartir con sus parientes aquellos momentos, porque sabía cuán importantes eran para la unión de la familia. Sus primos corretearon por la finca como equinos salvajes y extrañó a León cada momento que no estuvo junto a ella.
Al fin llegó el nuevo año y pudo ver nuevamente los ojos de su amado.
-Te extrañé un montón.- le confesó él.
-Yo también.
-¿Qué tal las Fiestas?
-Lindas como siempre.
-Las mías no tanto porque mamá tuvo un pequeño accidente, cocinando el pollo. Se quemó un poco tuvimos que llevarla al hospital.
-¡Uy, qué macana!
-Si, pero ya está mejor.
-Por cierto, ya sé que voy a estudiar.
-Medicina, así me habías dicho el otro día.
-No, lo pensé mejor. Voy a estudiar… ¡enfermería!
-¿Enfermería?
-Si. Aquí en la provincia hay carrera de eso.
-Bueno, pero eso no es lo que vos quieres, no es lo que tus padres quieren.
-Es lo que yo quiero y punto. Van a tener que darse cuenta de que ya no soy una niña para que me anden “mandoneando”.
-Pero…
-Así vamos a poder estar siempre juntos. ¿No es eso lo que quieres? ¿O es que ya no te importo? ¡No! ¿Esa tal Alcira existe en verdad?- cuestionó ella, desesperadamente.
-No, no existe. No tienes de qué preocuparte. Sabes que la única que me importa sos vos.-
Abigail sentía que se moría de amor, pero evitó besarlo porque estaban en lo que ellos llamaban “la zona prohibida”, ya que era más fácil que alguien los descubriera allí.
-Aún no les dije a mis padres de mi decisión.
-No van a estar contentos.
-No, pero van a tener que aceptarla.
-¿Vos crees que van a aceptar que teniendo toda la plata del mundo te quedes a vivir aquí? Lo dudo.
-Es mi vida. Yo puedo elegir.
-Si, pero ellos son los que van a costear tus gastos.
-Pero eso no les da derecho a manejarme.
-Ellos quieren lo mejor para vos.
-No sé. Ya voy a ver lo que hago.-
Y se fue enfurecida porque ni siquiera León parecía apoyarla en su decisión de encarar a sus padres. Apenas los vio pidió hablar con ellos.
-¿Qué pasa, Abigail?
-Bueno, les quería decir que me voy a quedar a estudiar aquí. No voy a ir a ninguna otra provincia.
-Pero aquí no hay Medicina.
-No importa. Siento que mi vocación es ser enfermera.
-¿Enfermera? ¿Es por qué son menos años?
-No, es porque me gusta atender a la gente y listo.
-Pero no nos puedes decir eso. Ya reservamos el departamento en San Miguel.
-Bueno, van a tener que deshacer la operación.
-¿Cómo?
-Si, estoy decidida a quedarme.-
Sus padres empezaron a descomponerse y le pidieron que se fuera. Abigail no parecía nerviosa. Al contrario, estaba totalmente convencida que estaba escogiendo la opción correcta y fue a su habitación a esperar la respuesta de sus padres. Estuvo allí más de una hora, escuchando música pop en su Ipod, cuando su madre abrió la puerta, seguida por su padre. Ambos tenían los rostros sombríos y ella quiso anticipar la respuesta.
-Tomamos una decisión.
-¿Cuál?
-Si vos quieres ser enfermera, no hay problema. Te quedas. Pero después de que termines la carrera te vas a estudiar Medicina en Tucumán.
-Está bien, gracias papás.- y les dio un fuerte abrazo a los dos, que sonrieron como respuesta a tanto cariño.
-Nosotros queremos lo mejor para vos, hija.- aseguró su madre.
-Si, pero esta es la última vez que cedemos ¿no?- añadió su papá.
-Si, pá. No te voy a pedir nada más hasta que… a ver, no sé, hasta que tenga ochocientos cincuenta años, más o menos.
-Bueno, concedido.-
Ellos se marcharon y la pieza quedó en silencio. Luego oyó un chistido por la ventana. Era León que la llamaba para saber acerca de lo que sus padres habían hablado con ella.
-Te tengo una mala noticia.
-¿Cuál, Abi? ¿Te vas nomás?
-No, ¡me quedo!
-¿Y por qué sería una mala noticia?
-Porque me vas a tener que aguantar y eso es demasiado.
-Sabes que por vos daría cualquier cosa.-
E intentó besarla, pero ella se apartó y le susurró:
-¡Alerta Roja, viene Juan Carlos!
Él hizo como si nada y se despidió.
-¿Cortejando a la niña?- le preguntó Juan Carlos a León apenas estuvieron frente a frente.
-No, estábamos hablando sobre los caballos. Necesitan mucho cuidado.
-A mi no me lo tienes que confesar, muchacho. Toda mi vida he sido peón y esto lo tengo bien sabido, pero vos… Mejor vete a trabajar, porque si el jefe se entera de que andas tras su hija, aquí se va armar una de aquellas.
-No se preocupe, que entre ella y yo pasa menos que entre usted y doña Carlota.-
El hombre se escandalizó con la respuesta del joven, porque Carlota había sido el gran amor de Juan Carlos, pero se había casado con otro hombre porque él no tenía nada que ofrecerle. Él sabía que las diferencias por clases sociales aún primaban y eso era por experiencia.
-Niño, te lo aconsejo para que tengas cuidado. Sos joven. Tienes toda una vida por delante. No te deslumbres con una muchacha que no bien conozca a uno de mejor estirpe te va a abandonar.
-Gracias, señor. Pero sus consejos me son inútiles.
-Te lo digo, ya sabes por qué.
-Si y lamento su terrible pasado. Pero no arruine mi presente. Como usted dijo, soy joven y tengo toda una vida por delante.
-Si, pero debes aprovecharlo como debes, no involucrándote con la primera chica que se te cruza.
-Por si no sabe, Abigail no es la primera chica que se me cruzó, pero es a quien más he querido y la única que he amado.
-Bueno, joven, ya que dices las cosas así, no te voy a advertir más. Pero tené cuidado, que cuando el jefe se enoja, no hay remedio que lo calme.
-Gracias por el consejo, pero ya soy lo suficiente grande para saber cómo manejarme.
-Como digas, pequeño. Pero todavía te queda mucho por aprender.-
León se fue a tocar un rato el piano, cuando llegó Edith.
-Tocas muy bonito, León.
-Gracias, señora.
-La elección de Abigail es porque vos la incitaste, ¿verdad?
-¿Se refiere a la carrera?
-Si.
-No, yo le dije que lo mejor sería que se fuera a Tucumán, porque era el sueño de usted y su esposo.
Edith pareció dudar de la respuesta de León y finalmente dijo con voz ronca:
-Quiero que entiendas algo: yo no me opongo a que vos estés con mi hija, pero mi marido sí. Es más, no quiere verlos ni de amigos.
-Lo sé. Por eso hicimos lo que usted nos dijo: sólo somos amigos.- mintió él.
-Bueno, lo mejor sería que no lo fueran.
-¿Por qué?
-Porque mi marido piensa igual que yo: vos tienes algo que ver con que mi hija, que siempre quiso ser médica; de rompe y raja se inclina por la enfermería que, si bien está en el mismo campo, lo hace seguramente por estar con vos y no porque sea lo que ella quiere.
-Disculpe, pero yo ya he hablado con su hija y ella no me escucha. Es muy tenaz.
-Ya lo sé. En eso se parece al padre. Nunca va a cambiar de opinión.
-Al menos no se contradice. Verá usted. Yo conozco muchas personas que cambian de opinión a cada instante y que entre todas las opciones que se le ofrecen, siempre eligen la que menos va con ellos. Me parece que no se juegan por lo que quieren. Quizás ella realmente quería ser enfermera pero como su padre no quería, se inclinó por la Medicina. Es una hipótesis válida, creo.
-Si, tienes razón, pero no estoy segura. Bueno, perdoname si te he molestado. Únicamente quería saber cuán cierto es el deseo de mi hija de quedarse aquí.
-Me imagino que muy grande, porque de otra manera no renunciaría a la vocación que siempre quiso.
-Si, yo también me imagino que lo que quiere para sí, es muy distinto a lo que mi marido siempre imaginó.- y, sonriendo levemente, Edith dejó la habitación.
En otro lugar de la estancia, Abigail, tendida en su cama, escuchaba música. Se admiraba de su actuación frente a León, frente a sus padres. Se sorprendía de lo caradura que había sido para decirles que su vocación era la enfermería, cuando toda su vida había soñado con ser médica. Pero ahora sólo le importaba estar cerca de León y nada más. Dos lágrimas brotaron de sus ojos y fluyeron por sus mejillas, las siguieron otras tantas. Se preguntaba a cuantas cosas estaba renunciando por él. Su mayor sueño había sido tener el título de cardióloga en las manos para salvar muchísimas vidas, para evitar que numerosas personas murieran por problemas al corazón. Pero ahora la que tenía problemas al corazón era ella. Eso la hacía sentirse débil y sólo unas palabras de aliento le podían subir el ánimo. Discó el número de Marissa. Ella la atendió y estuvieron media hora conversando sobre las diferentes posibilidades que tenía en la gama de profesiones y oficios.
-Siempre he creído que uno no debe anticiparse a elegir qué estudiar, porque después todos se ilusionan con que uno va a ser “tal cosa” y si cambias de opinión, te achacan con todo.
-Si, es cierto. Además, si eliges mal vos sos la culpable.
-Si, por eso yo me quedo con Escribanía. No importa que el test vocacional me diera para “Profesora de Lengua”.
-Je, je. ¡Ya te imagino enseñándoles a los chicos a leer una poesía!
-¡Ni me lo digas! Siempre me ha disgustado ser el centro de atención.
-Si, ¡me imagino! ¡Sobre todo con el vestido fucsia que te pusiste en el egreso!
-¡No me lo recuerdes! ¡Parecía “La Señora Primavera”!
-No, pero te quedaba bien.
-Si, digamos que todos los chicos me sacaron a bailar.
-Si, pero tu ex no.
-Eso es agua pasada. Ahora me gusta otro chico.
-¿Quién?
-¡¡¡Uriel!!!
-¿Uriel?
-Si, ¿Hay algún problema?
-No, pero bueno, ¿qué más podía esperar de vos? Te gusta ¡cada uno!
-Bueno, bueno. No a las agresiones. No tendré buen gusto, pero al menos soy sincera con mis padres.
-En eso tienes razón. ¡No sabes cuánto sufro cuando le digo a mi má que entre León y yo ya no pasa nada!
-Si, ya sé. Hace unos meses no te habría imaginado haciendo el papel de “chica mentirosa”.
-Si. Ni yo me lo creo.
-Pero vos tienes tus razones. Como yo he tenido razones para cortar con ese estúpido de Juan Manuel.
-Cuando dices Juan Manuel me hace acordar a Juan Manuel de Rosas.- dijo Abi riéndose.
-¡Viciada del colegio!
-¡No, viciada de Juanma de Rosas!
-Je, si. ¿Te digo la verdad? Voy a extrañar las clases del colegio. Serán aburridas pero no sé… el polvo de la tiza, los chistes de la Mica, tener que despertarme re-temprano para ir al cole… todo eso lo voy a extrañar.
-Bueno, yo también, pero lo que más voy a extrañar son las clases de Educación física.
-¿Qué?
-¡Era una broma! Siempre he sido un queso para el deporte, pero era la única manera que tenía de no engordar.
-Bueno, comé menos. Te va a hacer bien.
-Si, pero cuando vives en el campo es imposible renunciar a un asadito, a un chanchito, a un pavito, aunque sean sólo los fines de semana.
-Si, pero pensá que no todo en la vida es comida.
-Bueno, eso ya lo sé.
-¡Ah! Ahora que acuerdo te quería decir que mañana empiezo natación.
-¿Vos? ¿De cómo?
-Algo tengo que hacer. Aparte no me va a hacer mal aprender un poco.
-Si vos lo dices…
-¿Qué insinúas?
-Nada, pero no hagas escenas en la pile, ¿eh?
-No. Nunca más. Suficiente con esa en la finca de Elías. ¡Qué desastre! Parecía, no sé…
-Mejor no te digo lo que parecías. Hablando de Elías, ¿qué te parece?
-¿Cómo que “qué me parece”?
-Si, ¿te parece lindo?
-Si, pero no sé a que viene todo esto.
-Que él me parece una mejor opción que Uriel. Además van a ser compañeros en Escribanía.
-No, no me hagas el jueguito. Él es bueno, lindo y todo. Pero no me gusta.
-OK, pero pensalo bien.
-No tengo nada que pensar.
-Yo tengo una intuición que rara vez se equivoca.
-No me predispongas a enamorarme de él.
-No te obligo a que te enamores de él. Sólo digo que él es un buen chico y que no haría mala pareja con vos.
-¿Te parece?
-Si. Y me parece que si no te apuras la primera que lo vea se lo agarra.
-Tienes razón es más lindo, más bueno, más todo que Uriel. Pero Uriel me hace reír y Elías todo el tiempo se ríe con los demás, pero no conmigo.
-Bueno, no sé. Pero es una buena idea la que te di ¿verdad?
-Si, más o menos. Bueno, después te llamo y ya sabes lo que vas a hacer, ¿no?
-Si. Nos vemos. Suerte. Chau.
-Chau. Besos.-
Marissa se quedó pensando en lo que le había dicho su amiga y se cuestionó sobre si realmente Elías podía ser el mejor candidato. Mientras tanto, muy lejos de allí, Abigail configuraba sus ideas y las ponía en orden. Se quedaría a estudiar allí y así evitaría alejarse de León.

Pasó el verano tan rápido como el vuelo de un avión, tiempo que Abigail aprovechó para adelantar los temas que le pedirían en enfermería. Le resultaron interesantes y se los explicaba a León, que aprovechaba para hacerse más culto.
Cuando llegó abril comenzaron las clases. Abigail estaba nerviosa, pero pronto esta sensación se le pasó. Los espacios curriculares no le resultaron difíciles y se adaptó fácilmente al grupo de compañeros.
Por su parte, León había estado trabajando en dos nuevas composiciones para piano, que se las hizo escuchar a Abigail. Ella quedó encantada y le pidió que le escribiera una para ella. Él así lo hizo y la título “Brisa Otoñal”.
-¿Por qué le pusiste ese nombre?- cuestionó la jovencita.
-Nos conocimos el otoño del año pasado. Por eso, con esta melodía (a la que prometo ponerle letra), quiero darte a entender que el haberte conocido fue como haber nacido de nuevo, como si la brisa de aquel otoño me hubiera hecho revivir.
-¡Ay, qué tierno sos! Nunca podría encontrar nadie como vos.
-Ni yo.-
Entonces se besaron, pero desafortunadamente justo llegó el padre de Abigail, que apenas vio la escena pidió una explicación:
-Papá, puedo explicártelo.
-¡¿Qué explicación quieres darme?! ¡¿Qué andas con el peón por qué lo amas?!
-¡Si, papá! ¡Lo amo y no puedes impedirme que sienta eso por él!
-¡Me has decepcionado, hija! ¡Ahora vete a tu habitación y no salgas de ahí hasta que yo te diga!
-¡Pero papá!
-¡Sin peros! ¡Y vos changuito, salí de aquí, levantá tus cosas y no aparezcas más!
-Si, señor. Lamento…
-No lamentes nada. No te merecías el puesto y eso acabo de comprobarlo.-
El padre de Abigail estaba invadido por la cólera y no podía controlarse. Se fue a su alcoba, cerró la puerta bruscamente y se hundió en la cama a leer un libro de Edgar Allan Poe.
Abigail lloraba desconsoladamente en su dormitorio. Buscó su diario, abrió el candado y comenzó a escribir lo que le había sucedido. Nunca en su vida se había sentido tan infeliz. Ni siquiera cuando murieron sus abuelos en un accidente. Sabía que esto tarde o temprano sucedería, pero esperaba que el tiempo se retrasara cada vez más. Que si su padre se enteraba fuera antes de su muerte y no en lo mejor de su relación con León.
El chico acomodaba sus pertenencias y se preguntaba por qué se había ido a enamorar de la hija de su amo. En ese momento llegó Juan Carlos y dijo con voz serena:
-Hijo, yo te lo había aconsejado y no me has hecho caso. Tienes suerte de que sólo te haya despedido, porque podría haber sido peor.
-Si, don Juan Carlos. He sido el más idiota de los idiotas. El más imbécil de los imbéciles. El más enamorado de los enamorados.
-Sos joven. Volvé a tu pueblo, compra con lo que te queda de sueldo unos campos y luego te haces hacendado y listo.
-Parece fácil, pero por algo usted no es hacendado y toda la vida ha sido un simple peón.
-Tienes razón, muchacho. Pero no quiero que sigas mi ejemplo. Tienes que adquirir propiedades, las más baratas. Luego las trabajas y con el tiempo, no en seguida, vas a tener riquezas. Sino, ¿cómo crees que hizo el amo?
-¿El padre de Abigail era pobre?
-Si. Igual que cualquiera de nosotros. Pero siempre fue muy trabajador y por eso se ha convertido en lo que es ahora.
-Pero si él también fue pobre debería entenderme.
-Si, pero el dinero niebla la capacidad de juicio. Yo siempre he querido ser abogado, pero a pesar de que he leído libro que he tenido en mis manos, nunca me alcanzó. Yo no quiero que a vos te pase lo mismo. Estudiá, trabajá y así vas a poder ser exitoso.
-Bueno, yo no creo que el éxito esté en el dinero, pero gracias por sus conejos don Juan Carlos. Usted es muy bueno.
-De nada, muchachito. Ahora tienes que irte. Prometeme que vas a hacer lo posible por mejorar tu vida.
-Si. Y voy a cuidar mucho a mi familia.
-Bueno, adiós, hijo. Que DIOS te acompañe.
-Adiós don Juan Carlos. Hasta siempre.-
Y con un fuerte abrazo se despidió del hombre que había sido como un padre o un abuelo para él. Antes de partir, se dirigió hacia la ventana de la habitación de Abigail que estaba abierta. Ella apenas escuchó sus pasos fue hacia él.
Su rostro estaba bañado en lágrimas y sus ojos hinchados por el persistente llanto que no la había abandonado ni un instante desde la decisión de su padre.
León la miraba y no podía evitar sollozar. Sabía que nunca más volverían a verse, que la vida les había dicho “hasta aquí” y que otra vez no podrían decirse “te amo”.
Abigail sentía que el cuerpo se le desvanecía con sólo pensar en él y que de ahora en adelante todo sería distinto. Que no volvería a ser como antes de conocerse, sino muy diferente.
León estaba enojado con sí mismo por haber sido tan débil y no haberse podido sobreponer a sus sentimientos.
Abigail se preguntaba por qué desde un principio no había sido sincera con su padre, que tal vez así él habría aceptado con agrado la relación.
Pero lo hecho, hecho está. De pronto, León recordó el cuento de “El Pájaro de Fuego” del príncipe que no obedecía al lobo y cometía error tras error. Lo hecho, hecho está. Y Abigail se escandalizaba al imaginarse que de ahora en adelante su padre le daría menos permisos que antes. Y lo hecho, hecho está. Y ya no importaba nada, porque su amor era más fuerte y juntos tomaron una decisión.
-¿Escaparnos?
-Si.
-Es la cosa más descabellada que se te podía ocurrir, León.
-Es lo único que podemos hacer.
-Esto no es “Romeo y Julieta”.
-Si, pero es “León y Abigail.
-¡Deja de bromear!
-Sólo quiero que seamos felices.
-Pero no creo que ese sea el modo. ¿De qué se supone que vamos a vivir?
-No sé. Los dos hemos terminado la secundaria. Podemos conseguir algún trabajo.
-No me parece, León. Te quieres hacer el aventurero y no podemos arriesgarnos a desaparecer así de la nada. Algún día nos van a encontrar y se va a armar una de aquellas.
-Bueno, como vos quieras. Pero era una posibilidad. Ahora lo único que nos queda es despedirnos.
-No, esperá.
-¿Si?
-Vámonos hoy a la noche.
-Pero yo me tengo que ir ya.
-Andá por ahí cerca y a eso de las diez vienes, ¿si?
-Bueno. Yo vengo a buscarte a tu pieza. Ya veo cómo me las ingenio.
-Te voy a estar esperando.-
Y él se fue, y ella, sin perderle vista, se quedó mirando aquel paisaje que vería por última vez.
Ambos estuvieron muy intranquilos, esperando el momento de fugarse. Abigail pidió perdón, abrazó y besó a sus padres con mucho afecto, más que nunca. Ellos se sorprendieron, pero creyeron que por fin su hija se había dado cuenta de que su camino estaba lejos de León. Lo que no sabían era que ahora su camino estaba más cerca que nunca de él.
Llegada la hora, León se escabulló y llegó a destino. Abigail la esperaba en la ventana de su habitación, lista para huir. Tenía un bolso pequeño en sus manos, se lo colgó al hombro y salió por la ventana con la ayuda de él. Se besaron y emprendieron la fuga.
Cada obstáculo que tenían lo enfrentaban juntos y poco a poco abandonaron la zona de la caballeriza, la del corral de cerdos, la del de vacas y, cuando iban a cruzar por fin el estanque de patos que estaba casi a la entrada de la estancia, les salió al encuentro un hombre con un arma. Estaba todo muy oscuro y el hombre gritaba:
-¡Ladrones, ladrones en la estancia!
-¡No don Hipólito, no somos ladrones!- le aclaraba León, que había reconocido al campesino por su voz.
-¿Cómo sabes mi nombre?
-Soy León.
-¿León? Vos no tendrías que estar aquí. ¡Vete ya!
-No puedo. Déjeme ir con al chica. Ella está conmigo.
-¡Imposible!
-Por favor, hágalo por nosotros. Nos amamos y eso es suficiente.
-No puedo. ¡Me van a despedir! Yo soy el encargado de cuidar quién entra y quién sale de aquí.
-Por favor. Hágalo por los dos: por ella y por mí.
-No puedo, hijo. Vete vos pero dejá a la niña.
-¡No! Yo me voy con él.-
En ese momento llegaron varios peones que habían oído el grito de Hipólito. Todos tenían algún tipo de arma en la mano. Hipólito no les pudo aclarar quiénes eran en realidad, cuando empezaron a disparar todos, luego de la orden de uno de ellos.
-¡Basta! ¡Son León y Abigail!-
Pero ya era tarde. Abigail yacía en el suelo y León había caído al estanque, tiñendo de rojo el agua. Todos se aproximaron a verlos y los cargaron en brazos, mientras otros iban a contarle al dueño y a su esposa lo que había sucedido.
El amo, apenas supo la noticia, salió corriendo para ver los cuerpos y con al ayuda del resto los cargó en el auto, rumbo a la clínica.
Allí, luego de varios minutos de espera, le dijeron que ya tenían los partes médicos. Ambos, entre llantos desconsolados, escucharon las noticias. El muchacho había sufrido una grave herida en el pecho, pero estaba fuera de peligro. La chica tenía dos heridas, una en el brazo y la otra en el abdomen, y estaban luchando por su vida. El amo agradeció a DIOS de que sus peones no fueran tan buenos tiradores porque podrían haber acabado con las vidas de los jóvenes. Abrazó a su esposa y pidió al Altísimo que salvara la vida de su hija, que era lo más importante que tenía en su vida y no quería perderla por nada en el mundo. Luego hizo una promesa, con todo su corazón.

León tuvo el alta una semana después. Su madre y su hermano habían ido a verlo y se sentía más que feliz por haberlos tenido al lado. Lo único que le preocupaba era la vida de Abigail, que corría peligro. Rogó a Dios por ella, jurando volver para siempre a su pago si ella se salvaba. Quizás nunca volvería a verla de esa manera, pero lo más importante era que ella fuera feliz y él no quería ser la causa de su descontento.
Les pidió perdón al jefe y su señora por todo lo que les había hecho pasar, porque creía que lo que estaba sufriendo Abigail era toda su culpa. El señor aceptó las disculpas y doña Edith trató de hacerle ver que eso no era cierto, que tan sólo había sido una confusión, pero él mantuvo su postura. Les agradeció que lo hubieran llevado al sanatorio a atender cuando podrían haberlo dejado desangrar en el medio del patio.
A pesar de que Abigail no podía oírlo, León igual la visitaba todos los días en su habitación de la clínica, y antes de partir le daba un beso en los labios, pensando que tal vez fuera el último. Cuando despertó, unos días más tarde que él, lo primero que vieron sus ojos fue el rostro de León que le sonría.
-León, ¿qué pasó?
-Nos dispararon, ¿te acuerdas?
-Si, los tipos esos.
-Los peones de tu padre. Los llamaron a declarar pero no están detenidos porque argumentaron que todo había sido producto de una terrible confusión, que en la oscuridad de la noche no podían diferenciar a dos ladrones de una pareja de escapistas.
-Entonces ahora está todo bien ¿no?
-Si.
-Vas a volver a ser el mismo peón de antes, vamos…
-Eso mismo quería decirte, pero no ahora.
-¿Qué?
-Que me vuelvo a mi pueblo. Luego de lo que pasó no quiero ser más motivo de disputa entre vos y tu familia.
-¿Estás bromeando? ¡No puedes decirme eso!
-Es la única opción que me queda.
-¡No, vos no sos motivo de discordia!
-Si, si lo soy. Lo único que he hecho es arruinar la relación entre vos y tus padres. Tu familia ahora ya no es más una familia gracias a mí. He desintegrado todo lo que antes para vos era importante. He hecho colapsar todo lo que habías planeado. Todos tus sueños se han ido a la borda conmigo y quiero que los recuperes.
-Pero…
-Hasta siempre, Abi, nos veremos en la eternidad.
-¡No, León! ¡No!-
León se fue sin poder articular otra palabra más, mientras los gritos de Abigail alertaron a los enfermeros que llegaron a tiempo para darle un calmante. Sus lágrimas se escabulleron por las sábanas que opacaron el cielo, su único cielo, su amor.

Pasaron un par de meses para que recién Abigail se recuperara definitivamente. Su padre la miraba y no podía creer que haya estado al borde de la muerte y ahora se desenvolviera como cualquier otra persona normal. No había olvidado su promesa, pero tenía miedo de cumplirla, porque no era lo que él quería en realidad para su hija. Sin embargo, las circunstancias lo habían obligado a jugárselas de esa manera.
Uno de esos días, Abigail paseaba por el patio de su casa. Había estado tanto tiempo de reposo que ahora el aire fresco no le venía nada mal. Añoraba aquellos remotos días en que andaba a caballo. No veía la hora de estar completamente sana para retomar sus largas cabalgatas.
Pero algo más la tenía preocupada. Bordeó la zona del estanque dónde había caído León el día del accidente, y no puedo evitar que volviera a su mente aquel terrible episodio. Se preguntaba si realmente había valido la pena sobrevivir, porque de todas maneras estaba lejos de León y poco le importaba la vida sin él.
Se agachó y observó que el estanque ya no tenía manchas de sangre. Todo rastro de aquel pasado había sido removido y sólo quedaba su recuerdo. Acarició el agua y pensó que aquel lugar podría haber sido el fin de León.
No había sido el fin de León, pero si el fin de su relación. Quizás él ya no la quería, quizás él ya había olvidado todo lo bonito que le había dicho, las melodías que había tocado para ella, sobre todo aquella que le había compuesto y que se titulaba “Brisa Otoñal”. “Brisa Otoñal”, tal vez su romance había sido como una brisa otoñal: que había empezado con la primera mirada, una mañana de abril, y había terminando una noche de abril del año siguiente, cuando sus almas casi tocan la muerte.
El otoño, sí, el otoño, cobraba mucho significado para ella. Marcaba el principio y el fin de un amor que nunca más volvería a tener entre sus brazos, de un amor que había desaparecido para siempre de su vida. De un amor que, de alguna otra manera, había muerto para siempre.
Y de repente, como de la nada, apareció su reflejo en el agua, lo observó unos instantes e instintivamente lo besó. Como si aquel dulce milagro que se mostraba antes sus ojos, fuera un anuncio del cielo para que mantuviera siempre intacto el amor por él.
-¿Qué haces, Abi?
-¿León?-preguntó ella, volteándose.
-Si, ¿O ya te has olvidado de mí?
-No, nunca me olvidaría de vos. Pero… ¿qué haces aquí?
-Tu padre me ha llamado.
-¿Mi padre?
-Dijo que tenía que cumplir una promesa.
-¿Qué promesa?
-La promesa de que te dejaría elegir tu propio camino si te salvabas. Y como sé que gran parte de ese camino tiene que ver con León, lo he llamado a él.- contestó su padre, que apareció de la nada, detrás de los muchachos.
-Gracias, pá.- y le dio un fuerte abrazo.
-Pero hay un problema.- añadió León.
-¿Cuál?
-Yo hice un juramento: que viviría para siempre en mi pueblo si vos te salvabas, Abi. No puedo dejar de cumplirlo. A no ser que…
-¿A no ser que qué?
-Que te vengas conmigo a vivir a mi pueblo.
-¿Dejar mi finca para ir a vivir a tu pueblo?
-Bueno, si es que no quieres eso…
-No, es que… no sé. Pá, ¿qué dices vos?
-Digo que hagas lo creas conveniente. Si te vas, te vamos a extrañar mucho con tu madre. Pero ya no sos una niña. No quiero seguir atándote a lo que yo te diga.
-Pá… los voy a extrañar.
-¿O sea que decidiste venir a vivir conmigo?
-Si, si mi padre no se opone.
-No me opongo, pero antes quiero casamiento.-
Los jóvenes se miraron como si no tuvieran otra opción y aceptaron la propuesta. Luego, con el previo permiso del padre, se besaron.

León le dio una sorpresa a Abigail el día de su casamiento: le había puesto letra a la melodía que había compuesto para ella. Su felicidad fue muy grande, sobre todo cuando dio el sí frente al altar. Ambos se sentían muy dichosos, no sólo por la boda, sino también porque ya planeaban un futuro juntos. Él tendría un campo. Ella seguiría estudiando Enfermería en la ciudad hasta que se recibiera y luego trabajaría en el hospital de la zona dónde irían a vivir, el pago de León.

-¿Me puedes cantar por última vez “Brisa Otoñal” antes de irnos a dormir?
-Bueno, pero con una condición.
-¿Cuál?
-Que mañana vos me prepares de desayuno café con leche y tostadas con mermelada.
-Trato hecho.


Brisa Otoñal

Aún no había amanecido
Cuando tu alma tocó mi corazón.
Poco a poco, y sin darme cuenta
El cariño se transformó en amor.

Y con cada paso que yo daba
Terminaba siempre junto a ti.
Parecía que mi destino
Era jamás dejarte ir.

Si tuviera que esperarte uno y mil años,
Tan solo por poner un beso en tus labios.
Si tuviera que dar mi vida por la tuya,
Lo haría sin pensar, sin duda alguna.
Sacrificaría hasta el tesoro más preciado
Y superaría cada nuevo obstáculo.
Haría eso e incluso más, para recuperarte.
Reviviría esa Brisa Otoñal, un solo instante.

Aún recuerdo la lágrima
Que de tus ojos brotó frente a mí.
Y pronto sentí que el mundo
Me apartaba, a la fuerza, de ti.

El día que se descubra esta verdad,
No habrá nadie que logre separarnos.
Nuestro amor durará una eternidad,
Ya que no podremos dejar de amarnos.

Fin

Y así termina esta historia. Esta historia de un amor imposible pero incorruptible.
Yo siempre pensé que los amores imposibles tenían un final triste, pero en este caso evité que sucediera así.
Ojala fuera siempre de esta manera, pero el ser humano aún no ha aprendido que, detrás de todo amor imposible hay un amor más grande que por la propia vida.

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